Ejemplos con enrojecidas

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Y al subir por una escalerilla de hierro recibieron en la cara el soplo musical de las enrojecidas ventanas del salón.
Sánchez Morueta, con las mejillas enrojecidas por la digestión, mordiendo un magnífico cigarro, habló a Aresti de bajar al jardín.
Doña Cristina abanicábase furiosamente las mejillas enrojecidas.
En el vivo interés que este diálogo tenía para las dos mujeres, a veces los cuatro vigorosos brazos metidos en el agua se detenían, y las manos enrojecidas dejaban en paz por un momento el envoltorio de ropa anegada, que chillaba con los hervores del jabón.
Con los ojos medio cerrados, las mejillas enrojecidas, agitando los brazos al compás de la grata cadencia, sacudiendo con graciosa presteza sus faldas, cambiando de lugar con ligerísimo paso, presentándosenos ora de frente, ora de espaldas, Manuela nos tuvo encantados durante largo rato.
Traía las mejillas enrojecidas, la frente arrugada por la ira, y las venas de las sienes hinchadas de furia.
Habíase acomodado ante la ventana, contemplando el oro llameante de los árboles amarillentos que revoloteaban por el aire, las hojas enrojecidas que bailaban locamente a lo largo de la gran avenida.
::¡En cuanto a la embriaguez, no la busquéis en los vinos! ¡No os la proporcionarían al igual de sus mejillas enrojecidas por vuestros deseos y su pudor!.
Las mujeres asomaban a las rejas desvencijadas rostros pálidos, pupilas enrojecidas por el llanto, labios crispados por la angustia.
Algunas veces Jean Valjean le tomaba sus manos enrojecidas y llenas de sabañones, y las besaba.
Aquello parecía el fin del mundo: legiones enteras de romanos despeñándose por las laderas de los montes, masas de huestes africanas hinchiendo los desfiladeros de Covadonga y ahogándose en la propia sangre que corría por el fondo tenebroso de todas las barrancas, después, huyendo despavorida de la persecución de los fieros montañeses, otra masa, la de los sobrevivientes mahometanos, trepando Picos arriba entre los aullidos de la tempestad, para ir a despeñarse a la vertiente opuesta y bajar convertida en rimeros de cadáveres con las enrojecidas aguas del Deva, hasta desaparecer entre el fiero oleaje del embravecido mar Cantábrico, que también ayudaba a los cristianos contra los moros.

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