Ejemplos con enrojeciendo

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Y cuando más afligida parecía, la vista de un arroyuelo entre las peñas, de un árbol enorme, o del mar lejano ofreciéndose a través de la columnata de troncos, la hacían incorporarse en su asiento a impulsos del entusiasmo y sonreír, complacida, mientras unas lágrimas retrasadas se desplomaban de sus párpados, enrojeciendo su nariz.
Al frente de estas fuerzas se lanzó al asalto, cuando ya el sol, enrojeciendo las nubes de Occidente, se hundía en el horizonte.
Méndez Núñez, por la pérdida de la sangre que del interior de la manga descendía enrojeciendo la mano, sufrió un desvanecimiento, le sostuvieron los más próximos a su persona.
Esas son mentiras que sueltan los socialistas en sus metingesgritó el capataz enrojeciendo de indignación con el recuerdo de lo que decían los obreros en sus reuniones.
Enrojeciendo más a cada grito, decía: ¡Nacionales, no le matéis! ¡No le matéis, nacionales!.
A ratos, avivada la lumbre por una racha de viento, alumbraba con siniestro resplandor la plaza y calles circundantes, enrojeciendo las fachadas de las viviendas y las caras de los soldados.
La fachada era de agramillado y berroqueña del Guadarrama: tenía zócalo de granito con respiraderos de sótano, planta baja con descomunales rejas dadas de negro, principal de anchos huecos con fuertes jambas, recios dinteles y guarda polvos casi monumentales: sobre el balcón del centro, que caía encima del zaguán, ostentaba un enorme escudo nobiliario, ilustre jeroglífico compuesto por cabezas de moros, perros, cadenas, bandas y calderos, todo ello dominado por un soberbio casco de piedra caliza que el tiempo iba enrojeciendo con el chorreo de las lluvias mezclado a la herrumbre del balconaje.
Los bandos en que se dividieron, y que tomaron por nombre a las parroquias de Santo Tomé y San Benito, donde las irritadas familias enemigas tenían sus casas solariegas, duraron cuarenta años, sembrando la desolación y el espanto en la ciudad y enrojeciendo muchas veces de sangre sus calles.
Se crean multitud de cardenales, aparecen rozaduras, magulladuras, protuberancias, y centenares de narices sangran enrojeciendo el suelo.
Arrastraron fácilmente al anciano hacia el fuego que acababa de recebar, y que ardía restallando, enrojeciendo la oscura panza del pote y las trébedes en que descansaban las ollas.
A la buena mujer, mientras sus dos hijos comenzaban a contender en este terreno, se le iban enrojeciendo los ojos, fenómeno que, en idénticas circunstancias, había observado de algunos días a aquella parte el tío Nardo, con no poca sorpresa, y sabiendo por la experiencia que si no combatía la emoción a tiempo no podría disimularla, dio al diálogo otro giro diverso, preguntando al muchacho:.
Estas miradas, al hallarse en el camino con las de Pablo, producían choques magnéticos, que repercutían en el corazón del sencillo mozo y se revelaban en Ana enrojeciendo sus tersas mejillas, y aquel color era para Pablo algo como fuego en que iba fundiéndose poco a poco el hielo de sus pasadas frialdades.
:Y se alegran luego, y saltan sobre el fuego que ya la noche va enrojeciendo, y cantan:.
lámpara y me miró con ojos asustados, enrojeciendo de pronto:.
-A fe que me bato porque me bato - respondió Porthos enrojeciendo.
-¿Cuál entonces? - preguntó Aramis enrojeciendo.
Enrojeciendo más a cada grito, decía: «¡Nacionales, no le matéis! ¡No le matéis, nacionales!».
Méndez Núñez, por la pérdida de la sangre que del interior de la manga descendía enrojeciendo la mano, sufrió un desvanecimiento, le sostuvieron los más próximos a su persona.
Otro, y más característico, es la pericia en las artes mágicas, el poder de la hechicería, que no se limita aquí a la preparación de filtros amorosos ni al conocimiento de las virtudes arcanas de ciertas yerbas, sino que domeña la naturaleza con infernal señorío, torciendo el curso de las aguas, disponiendo a su arbitrio de la tempestad y de la calma, enrojeciendo la faz de la Luna y haciendo que derramen sangre las estrellas.
Sin poderse contener, los besaba con unos labios que quemaban, dejando un trazo negro que se iba agrandando, agrandando y enrojeciendo hasta convertirse en fuego que devoraba el cuerpo y se comunicaba a la habitación en que desaparecía, viéndose solo junto a un esqueleto rodeado de llamas.
— No, no lo he leído todavía —dijo Diana, enrojeciendo un poco—, pero estoy segura de que se halla lleno de razón y de verdad.

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