Ejemplos con enrojecido

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

La luna, apenas pasada de llena continuó alumbrando dantescas escenas, desde un cielo enrojecido por los incontenibles incendios que casi al instante estallaron en la zona comercial.
Los hombres peleaban en las cubiertas de los buques o en los esquifes que flotaban junto a ellos, el mar, enrojecido por la sangre o las llamas de los barcos, estaba matizado de centenares de cabecitas de náufragos, que a su vez luchaban sobre las olas.
¡Pero el nogal era !exclamaba don Pedro enrojecido súbito por la cólera y sorpresa.
¡Ay!, desde la esquina de Vallecas vio el gran templete que ardía, y ruedas y espirales, y una fuente mágica, y cataratas de luz y disparos de bombas que surcando el espacio derramaban al estallar puñados de rubíes y esmeraldas, vio el humo enrojecido por las bengalas, y gozó de uno de los más espléndidos números de la función pirotécnica, que era la imitación de una aurora boreal.
Quedábase unos instantes inmóvil ante el lecho, contemplando fijamente al enfermo, como si en su rostro enrojecido e inmóvil pudiera leer algo de lo que pensaba al rechazarla con tanta vehemencia.
Trabajaba un día el maestro y golpeaba penosamente el fierro enrojecido, lamentando que cada día lo hicieran más duro y tenaz, cuando creyó sentir alternados con sus golpes otros más lejanos, pero más fuertes, más sonoros, más enérgicos.
Los soldados de mar y de tierra, como todo el país, sentían su rostro enrojecido por los ultrajes que a la Nación española inferían los que más obligados estaban a mirar por su honra.
Sin embargo volvió a rechazar a aquel hombre con el ademán altivo y el rostro enrojecido por la vergüenza.
Acercose al lavabo, llenó de agua la ancha jofaina hasta los bordes, mirose al espejo y se quedó asombrada, no del contorno gentil y la blancura turgente de sus brazos desnudos y de su garganta descubierta, sino del cerco enrojecido de sus ojos y del sello profundo que, en tan pocas horas, habían dejado las penas, y las lágrimas en su rostro.
Juan, forastero en el país a que le habían llevado sus desventuras, vagaba por el campo, aspirando las emanaciones de la tormenta y contemplando el magnífico panorama del enrojecido ocaso.
Esta cortina densa tomó un color de sangre al cubrir el horizonte enrojecido por la puesta del sol.

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