Ejemplos con duquesa

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Cualquiera menos inocente y sencillo que mi padre hubiese penetrado la ironía y propósito de la duquesa.
Mi hermana, la duquesa de Somavia, tiene instrucciones mías y te dirá la forma en que dispongo que se emplee el legado.
Mi padre se la había entregado a la duquesa, y ella me la enseñó.
Ahora, aquello de ir a establecerse en Pilares, entre gente desconocida y bajo la tutela inmediata de la duquesa, le molestaba sobremanera.
Entramos en el palacio, preguntamos por la duquesa, nos pasaron a una habitación obscura, y después de una hora de espera, que a mí me duró un siglo, apareció la duquesa, vestida con una bata colorada, a pesar del luto reciente, cosa que me escandalizó.
La duquesa abrió las maderas de la habitación y se nos quedó mirando: Vaya, vayadijo, cuando se satisfizo de mirarnos, con que éste es el gran Apolonio Caramanzana, y este otro el camuesín.
La duquesa era muy campechana, y de vez en cuando ¿cómo lo diré?, pues, como vulgarmente se dice, echaba ajos, ahora que, como mujer, los convertía en femeninos, mudando la o final en a.
En cuanto al corazón de la duquesa, emplearé una frase de mi padre: todo de miel hiblea y más grande que el monte Olimpo.
Como mi padre ha vivido fuera de la realidad, se conduce siempre con desparpajo que asusta y admira, así es que, al poco rato de conversación con la duquesa, y como quiera que se hallaba bastante agitado, comenzó a dispararle versos amatorios, un tanto velados todavía, más por artificio que por timidez, declarando que no en balde la señora se llamaba doña Beatriz y que él, como el Dante, subía del infierno de Compostela al paraíso de su presencia y protección.
Cuando mi padre se entregó al delirio poético amatorio en presencia de la duquesa, yo, presa del terror, abatí la cabeza y pensé: La señora nos suelta los perros y salimos de estampía.
Conocía la duquesa a mi padre de los años mozos, y, sobre todo, por referencias epistolares de su hermano, de suerte que la escena no le cogía de nuevas.
¡Qué gran señora! Nos alojó en su palacio, en tanto se llevaba a cabo la instalación de la zapatería de mi padre, un establecimiento por todo lo alto, pues resultó que las instrucciones del difunto conde consistían en que una parte del legado se emplease en este fin, que la duquesa presidiese en todo lo tocante al buen empleo del dinero, que buscase clientela segura y estuviese al cuidado de que mi padre no se desmandase.
De la otra parte del legado nada dijo la duquesa hasta pasado algún tiempo.
Habla, hombre, habla, pero en prosa , le ordenaba la duquesa.
Es un protegido de la duquesa de Somavia.
Una tarde dijo la duquesa a mi padre: Quiero que asistas hoy a mi tertulia.
En esto pasó la duquesa: ¿Qué te ocurre, camuesín? Que Patón no me deja entrar.
No había otra señora que la duquesa, que presidía en un sillón de alto respaldo, a manera de sitial.
Los demás, a un lado y otro de la duquesa, formaban en semicírculo, fumaban y tomaban café, y bebían licores de unas mesitas colocadas a trechos.
También la duquesa fumaba, y no un cigarrillo, sino un cigarro puro nada flaco.
Este cura, don Cebrián Chapaprieta, era quien decía la misa particular para la duquesa y sus criados.
Allí estaba, pues era punto fijo en la tertulia, un señor Novillo, apoderado político del duque y edecán de la duquesa.
Hablaban todos, menos mi padre, siempre guiados por la duquesa, de chismes y cuentos locales.
Terminados los licores y el café, y cuando ya el humo de todos los cigarros se había mezclado y confundido, formando un a manera de toldo que colgaba del techo, la duquesa dijo: Don Hermenegildo, hace tiempo que no nos obsequia usted con el salto de la trucha.
Entonces, Pedro Barquín, colono de la duquesa, hombre tosco y de aspecto soez, se colocó detrás del viejo magistrado, e introduciéndole el pie por la entrepierna, lo levantó en vilo y lo lanzó a regular distancia.
Ahora me avergüenzo, por mí y por la duquesa.
Al oír la duquesa al señor Chapaprieta, comentó: El Papa no puede hacer nobles.
La duquesa replicó: Barquín, eres un necio, ni el Papa puede hacer santos, ni el rey nobles.

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