Ejemplos con gorguera

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

el gorjal o gorguera en la parte alta del pecho y espalda, llegando a sustituir a la gola.
En este tiempo, se diferencia notablemente la gorguera de los hombres de la de las mujeres que habían sido iguales a principios del siglo XVI.
Fue en el último tercio del siglo XVI y primero del XVII cuando la gorguera adquirió su mayor desarrollo, llegando a adquirir incluso una forma exagerada de gran abanico en las mujeres siendo cuando el lujo de los encajes le confirió mayor valor.
En este tiempo, el uso de la gorguera fue constante pues las llevaron los caballeros, incluso con las armaduras de corte.
Desde comienzos del siglo XVI, la gorguera adquirió suma importancia pues tomó una forma especial y típica de cuello rizado o escarolado y su uso se extendió a los caballeros.
Como se puede apreciar, el uso que se le daba a la gorguera era el de cuello de camisa.
Por esta época, disminuyó el escote y entonces la gorguera sólo sobresalía unos cuatro dedos, iba bordada con hilo negro o hilillo de oro y llevaba por guarnición un cuello que poco a poco se fue haciendo más alto y lujoso.
La gorguera comenzó a usarse en el siglo XIV, confundiéndose casi las primeras con las tocas pues cubren todo el cuello hasta el nacimiento del pelo unidas al tocado y perfilando la barbilla.
La gorguera consistió en su origen en una especie de pañoleta de tela muy fina, siempre blanca y por lo común transparente con que las damas se cubrían el escote.
Gorguera de la base del cuello blanca o parda pálida en los jóvenes.
El policía militar alemán lleva correctamente la gorguera que debían llevar durante su servicio.
El caballero lleva sobre el pecho la cruz de la orden de San Mauricio, que luce una preciosa armadura, con una banda verde puesta de través y una elegante gorguera almidonada, hace buena muestra de sí, complaciéndose de su propia posición social.
Destacan en la negrura la mancha blanca de la calva y los trazos de la blanda gorguera, sus mejillas están secas, arrugadas, y sus ojos, puestos en anchos y redondos cajos, miran con melancolía a quien frente por frente a él va embujando palabras en las cuartillas.
Cuando tengamos ocasión de penetrar en la vida privada de Carrascosa, sabremos algunos detalles de cierta aventura con una beldad quintañona de la calle de la Gorguera, y sabremos también los malos ratos que con este motivo le hizo pasar cierto estudiantillo, poeta clásico, autor de la nunca bien ponderada tragedia de los Gracos.
Con esta conversación llegaron a la calle de la Gorguera y a la casa de doña Leoncia, subieron al cuarto del poeta, que era el punto designado para las reuniones preparatorias del naciente club.
Sus aficiones literarias le habían hecho amigo del poeta clásico que hemos conocido habitando en el Olimpo de doña Leoncia, la semidiosa de la calle de la Gorguera.
Por un lado se veía a un antiguo prócer del tiempo del Rey nuestro señor don Felipe III, con la cara escuálida, largo y atusado el bigote, barba puntiaguda, gorguera de tres filas de canjilones, vestido negro con sendos golpes de pasamanería, cruz de Calatrava, espada de rica empuñadura, escarcela y cadena de la Orden teutónica, a su lado una dama de talle estirado y rígido, traje acuchillado, gran faldellín bordado de plata y oro, y también enorme gorguera, cuyos blancos y simétricos pliegues rodeaban el rostro como una aureola de encaje.
Muchos de los contrarios les siguieron dando voces y arrojándoles piedras, pero los fugitivos andaban muy ligeros y lograron refugiarse en la calle de la Gorguera, metiéndose en el portal de la casa en que uno de ellos vivía.
-Y ahora que recuerdo -añadió con desdén el rapista-, no me ha pagado usted las sanguijuelas que llevó para esa señora de la calle de la Gorguera, hermana del tambor mayor de la Guardia Real.
¿Querer lujo hasta para pudrir tierra? ¡Hase visto presunción de la laya! ¡Milagro no le vino en antojo que lo enterrasen con guantes de gamuza, botas de campana y gorguera de encaje! Vaya al agujero como está el muy bellaco, y agradézcame que no lo mande en el traje que usaba el padre Adán antes de la golosina.
En las casi siempre desnudas paredes se veía un lienzo, representando a San Juan Bautista o a Nuestra Señora de las Angustias, y el retrato del jefe de la familia con peluca, gorguera y espadín.
Poseía un callejón de cuartos cerca del Tajamar de los Alguaciles, y con el producto, que no era para rodar carroza, tenía lo preciso para andar siempre hecho un pino de oro, luciendo capa de paño de Segovia, jubón atrencillado, gorguera de encaje, calzas atacadas y en los días de fiesta zapatos de guadamacil con virillas de plata.
Por un lado se veía a un antiguo prócer del tiempo del Rey nuestro señor don Felipe III, con la cara escuálida, largo y atusado el bigote, barba puntiaguda, gorguera de tres filas de canjilones, vestido negro con sendos golpes de pasamanería, cruz de Calatrava, espada de rica empuñadura, escarcela y cadena de la Orden teutónica, a su lado una dama de talle estirado y rígido, traje acuchillado, gran faldellín bordado de plata y oro, y también enorme gorguera, cuyos blancos y simétricos pliegues rodeaban el rostro como una aureola de encaje.
Muchos de los contrarios les siguieron dando voces y arrojándoles piedras, pero los fugitivos andaban muy ligeros y lograron refugiarse en la calle de la Gorguera, metiéndose en el portal de la casa en que uno de ellos vivía.
¿Queréis que os diga cómo estabais vestida la primera vez que os vi? ¿Queréis que detalle cada uno de los adornos de vuestro tocado? Mirad, aún lo veo, estabais sentada en un cojín cuadrado, a la moda de España, teníais un vestido de satén verde con brocados de oro y de plata, las mangas colgantes y anudadas sobre vuestros hellos brazos, sobre esos brazos admirables, con gruesos diamantes, teníais una gorguera cerrada, un pequeño bonete sobre vuestra cabeza del color de vuestro vestido, y sobre ese bonete una pluma de garza.
Apoyado en una de las mesas colaterales, solo, y puesta la mano sobre un cubilete de dados, vestido negro, alta gorguera, y espadín al cinto, hallábase un hombre de edad indefinible, color cetrino, rizada cabellera y barba punteaguda, cuyo bigote se retorcía sombreando una boca de labios delgados y sarcásticos.

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