Ejemplos con chillidos

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Él no era de la isla, él no entendía este lenguaje de chillidos, y se creía a cubierto de tales provocaciones.
El cura, en un rincón, rezaba con las mujeres, siendo cortadas sus oraciones por chillidos de angustia y llantos de niños, mientras en los tejados y la torre los escopeteros exploraban el horizonte, hasta que llegaba noticia de que las aves de rapiña del mar se habían alejado.
Los estampidos, agrandados por el eco del canal, poblaron el espacio de chillidos y aleteos.
La juventud de la villa tuvo fuerzas para arrollar las ruines pasiones que agitaban los pechos de sus papás, y entró en aquel solitario salón como un torrente desbordado, haciéndolo resonar con sus risas y pláticas, con chillidos horrísonos:.
Al grito de los murciélagos se unían chillidos lúgubres de pájaros que, asustados, cortaban el aire, chocando con las pilastras.
Las que ya habían llenado sus cántaros sentábanse en los bordes de la balsa, con las piernas colgando sobre el agua, encogiéndolas luego con escandalizados chillidos cada vez que algún muchacho bajaba a beber y miraba a lo alto.
No fumaba, había entrado dos o tres veces en su vida en casa de , y los domingos, si tenía algunas horas libres, en vez de estarse en la plaza de Alboraya puesto en cuclillas como los demás, viendo a los mozos guapos jugar a la pelota, íbase al campo, vagando sin rumbo por la enmarañada red de sendas, y si encontraba algún árbol cargado de pájaros, allí se quedaba embobado por el revoloteo y los chillidos de estos bohemios de la huerta.
Y hablaba de la muerte con la serenidad de una vejez tranquila y honrada, bromeando, riéndose y dejando escapar agudos chillidos por entre sus encías desdentadas.
Era Amparito, que acometía con su vocecita de seda una romanza de Tosti, coreada por el estallido de los cohetes y los berridos burlones de la pillería, a quien le hacían gracia los lamentos musicales, verdaderos chillidos de ratita asustada.
Cuando se hacía momentáneamente el silencio en el comedor, oíase cómo se regocijaba fuera la plebe, el rasgueo de la guitarra, el estallido de los cohetes, el cacareo de las mujeres, y algunas veces el estruendo venía de abajo, de la cocina, donde sonaban el vozarrón de Nelet y las corridas medrosas de las criadas, con chillidos de protesta débil.
La infidelidad, los celos, la venganza, la calumnia, los recuerdos de amor andan encarnados, por decirlo así, en aquellas sombras negras cuyos funerales chillidos van sembrando la desolación y la muerte.
Los chillidos de Aurora se oían desde la calle.
El piar de pájaros también se precipitaba en aquel sombrío confín, y los chillidos con que Juan Evaristo pedía su biberón.
No había acabado de decirlo, cuando oyeron los chillidos del pobre niño.
Uno de los pequeños intentó echar la zarpa al abrigo de Jacinta, pero la zancuda empezó a dar chillidos: Quitarvos allá, desapartaísos, gorrinos asquerosos que mancháis a estas señoras con esas manazas.
Levantose, con gran sorpresa de Encarnación, única persona que en la sala estaba, se peinó a la ligera y se puso su falda de merino oscuro, pañuelo de crespón negro, otro de color a la cabeza, mitones colorados, sus botas de caña clara, y Pero antes de salir dedicó un gran rato a su hijo, que habiendo despertado cuando la mamá se vestía, parecía declarar con sus chillidos que le cargaba la salidita.
Obedeciendo a un impulso instintivo, Estupiñá se quitó el sombrero en el momento en que sentía los chillidos del heredero de Santa Cruz que estaba pidiendo la teta con mucha necesidad.
Pero el paso fue terrible, y los chillidos de Papitos se oyeron en toda la vecindad.
Una tarde estaban doña Lupe y Fortunata en la sala cosiendo unas anillas a las magníficas cortinas de seda con que se había quedado la señora por préstamo no satisfecho, cuando Papitos, que se había asomado al balcón para descolgar la ropa puesta a secar, empezó a dar chillidos: Señoras, vengan, miren ¡cuánta gente! Han matado a uno.
Doña Paca y el criado, creyendo que su amo se quedaba en aquel espasmo, empezaron a dar chillidos, llamaron al médico, dieron al señor muchas friegas, y por fin volviéronle a la vida.
Retorciendo en su corazón la cuerda con que a sí propia se ahogaba, se decía: Pero a este buen señor, ¿qué le va ni le viene con el Rey? ¡qué les importa! Yo estoy volada, y aquí mismo me pondría a dar chillidos, si no temiera escandalizar.
Las monjas y las recogidas, que al sentir el alboroto salieron en tropel a los corredores del principal y del segundo piso, prorrumpieron en chillidos.
Pero aquel condenado le entretuvo a la fuerza, cogiéndole una mano y apretándosela con bárbaros alardes de vigor muscular, para reírse con los chillidos de dolor que daba el pobre.
Una de las niñas llevó tan a mal aquella falta de respeto, y dio unos chillidos tan fuertes que por poco se arma allí la de San Quintín.
El calorcillo calmaba la irritación de sus chillidos, cambiándolos en sollozos, y la reacción, junto con la limpieza, le animó la cara, tiñéndosela de ese rosicler puro y celestial que tiene la infancia al salir del agua.
¡Cristo! Los chillidos del se oían desde la Plaza Mayor.
El chico se deshacía en bostezos enormes, en muecas risibles, en momos de llanto, en chillidos de estornino preso, se acorazaba, se defendía contra la ciencia de todas las maneras imaginables, pateando, gruñendo, escondiendo la cara, escurriéndose, al menor descuido del profesor, para ocultarse en cualquier rincón o volverse al tibio abrigo del establo.
Don Pedro, medio a gatas porque de otro modo no se lo consentía la poca altura del desván, perseguía a sus primas, resuelto a tomar memorable venganza, y ellas, exhalando chillidos ratoniles, tropezando con los muebles y cachivaches esparcidos aquí y acullá, procuraban buscar la puertecilla angosta, para evitar represalias.
¿Ve usted qué chillidos di ayer por la dichosa araña? Pues de noche, cuando me quedo sola con la niñaporque el ama durmiendo es lo mismo que si estuviese muerta, aunque le disparen al oído un cañón de a ocho no se mueveharía a cada paso escenas por el estilo si no me dominase.
Tendía ansiosamente las manos, y Perucho, comprendiendo la orden, acercaba la cabeza cerrando los párpados, entonces la pequeña saciaba su anhelo, tirando a su sabor del pelo ensortijado, metiendo los dedos de punta por boca, orejas y nariz, todo acompañado del mismo gorjeo, y entreverado con chillidos de alegría cuando, por ejemplo, acertaba con el agujero de la oreja.

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