Ejemplos con orador

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Claro que hablo en público, pero no quiero ser orador, sino locuente, sólo locuente, como mi maestro Salmerón.
Este Belarmino había sido republicano frenético y orador demagógico.
Había allí verdadera fiebre habladora, pero ¿quién de los que hablaban valía el trabajo de ser oído diez minutos con paciencia? De aquí que no se sorprendiera maldita la cosa al observar que mientras un orador de mala facha y peor estilo se desgañitaba echando pestes por la boca, manoteando sobre el banco delantero y tragando vasos de naranjada, entre consulta y repaso a sus apuntes, los poquísimos diputados que quedaban en el salón se entretuviesen en hacer pajaritas de papel, en despachar su correspondencia o en chupar los caramelos del presidente, de que provee a este personaje abundosamente el Estado, teniendo en cuenta, quizá, que para soportar la amargura de ciertas horas, no basta un muelle sitial de terciopelo, por muy elevado que se ponga.
Y suplida con este auxiliar su carencia absoluta de nociones retóricas y hasta gramaticales, ¡quedábanle tantos estímulos que le aguijoneaban! ¡Había en el Parlamento unos detalles tan seductores para él! Aquellos galoneados ujieres, llevando sobre la argentina bandeja el vaso de agua azucarada para el orador, tan pronto como éste comenzaba a hablar, aquellos taquígrafos, anotando, escrupulosos, cuanto se dijera y se accionara, aquellos diálogos entre la presidencia y el diputado, sobre la intención de cierta frase, aquellos discreteos entre las mismas dos , con los cuales terminaba siempre el altercado, aquellas tribunas atascadas constantemente de , que seguían sin pestañear todos los incidentes de una sesión, aquellas señoras tan elegantes, entre las que podían figurar su mujer y su hija, aquellos diplomáticos, que tal vez se apresuraran a comunicar por telégrafo a sus respectivos Gobiernos el efecto de un discurso pronunciado a tiempo y de cierta manera, no imposible para él, si se le daba conveniente y no mucha prisa, y por último, y sobre todo, aquel que le contemplaba, y que al día siguiente había de comenzar a pronunciar su nombre y a enterarse del asunto y a tomarle por lo serio.
Pero entre tantos y tan varios como se ofrecían a su vista, ¿cuál era el más a propósito para lucirse el orador, ya que no el más atendible por su naturaleza?.
¿Eres tú filósofo? Creía que tú eras solamente republicano y orador.
Pero estas ilusiones de orador se desplomaban de pronto, y su amigo le sorprendió llorando más de una vez.
Aquí Desnoyers creyó que debía decir algo, para que el orador no adivinase sus verdaderas preocupaciones.
Se daba cuenta aproximadamente de lo que decía el orador: , niños grandes, alegres, graciosos, imprevisores.
Otro orador se levantó en la misma mesa que ocupaba el marino.
No estoy fatigado, señor presidenterespondió suavemente el orador.
Comunicada en voz baja la observación al presidente, éste interrumpió al orador, diciéndole:.
¡Ah, señores! Yo también, como el elocuente orador que me ha precedido en el uso de la palabra, deseaba que el pueblo donde he visto por primera vez la luz del día, despertase a la vida del progreso, a la vida de la libertad y la justicia ¡Sarrió! ¡Cuánto dulce recuerdo, cuánta inefable alegría despierta en mi alma este solo nombre! Aquí corrieron los años felices de mi infancia Aquí comenzó a formarse mi espíritu Aquí hizo el amor palpitar por primera vez mi corazón En otra parte se ha enriquecido mi razón con el conocimiento de las ciencias, con las grandes ideas que engendra el estudio del Derecho Aquí se ha nutrido mi alma con las santas y dulces emociones del hogar.
Primero se puso a trabajar como abogado, aunque sin jurar su título, en los bufetes de don Nicolás Azcárate y Miguel Viondi, dándose luego a conocer de sus paisanos como orador, en notables discursos y conferencias pronunciadas en el Liceo de Guanabacoa, y en un brindis que hizo en un banquete celebrado en honor del genial periodista Adolfo Márquez Sterling.
Y consignó uno de aquellos, que en una de las sesiones oratorias, le sirvió de tema el pueblo de Israel, y con lenguaje expresivo y sublime enarró las maravillas de aquel pueblo excepcional : que no era posible decir cosas más hermosas y poéticas, pero que cuando el orador se consideró en la cumbre del monte Nebo y presentó al pueblo israelita y a Moisés contemplando la tierra prometida, su elocuencia fue nueva, sorprendente, y lo sublime parecía poco ante aquel espíritu transfigurado por el pudor cuasi divino de las ideas.
Filósofo, poeta, economista, diplomático, políglota, periodista, orador, legista, estadista, de todo se mostró Martí entonces, en aquel hervidero de pasiones e intereses.
¿De qué ha de estar hablando toda la ciudad, sino de Sol del Valle? Era como la mañana que sigue al día en que se ha revelado un orador poderoso.
A poco de estar Martí entre los mexicanos, era altamente conocido y admirado como periodista, profesor, dramaturgo, orador y poeta.
Yo vengo aquí, a rendir el tributo infeliz de mis palabras, al literato insigne, al poeta sincero, al orador maravilloso, al hombre tierno y sonoro, grande y bueno, que despertó en mi alma, ya con las armonías incomparables de su joyante prosa, ya con los trinos melodiosos de sus versos, ya con el himno triunfal de su voz pitonisaria, el amor inextinguible por la Libertad y la Belleza, al hombre cuya cabeza ya está hueca, cuyos labios ya están mudos, cuya mano está ya deshecha, al apóstol y al mártir que reposa para siempre en la almohada eterna y en el inmortal silencio.
Martí en Zaragoza lo fue todo, el orador en las reuniones, el escritor en los periódicos, el poeta siempre.
¿No es verdad que mi idea es profunda?exclamó Jacobo, cegado por la vanidad de orador, que era la más grande y la más mimada de todas sus vanidades.
La estrategia de unos y otros era graciosa: comenzaban ya a organizarse las combinaciones ministeriales, y en todas ellas hacíase el papel, delante de Butrón y delante de Jacobo, de reservarles a uno y otro las ansiadas carteras, mas volvía la espalda el , y decían todos , y este era el primero en afirmarlo, que era una temeridad, un descrédito para el partido dar entrada en el futuro gabinete a un botarate, un loco sin decoro como Sabadell, y que la cartera que este esperaba había de darse al señor Fernández Gallego, hombre probo, orador famoso, capaz de desatascar un carro, cuanto más a un Gobierno, con sólo hacer oír en las orejas del tiro los rotundos períodos de su enérgica palabra.
La voz del artillero, tímida y entrecortada al principio, fuese poco a poco vigorizando, cual si aquellos hechos gloriosos encontraran en su corazón eco suficiente para imitarlos, y cuando llegó a describir un episodio de Trafalgar, que llamó último timbre de su familia, su acento vibraba con esas misteriosas inflexiones del sentimiento que parecen elevar al orador a una esfera más alta, prestándole no sólo facultad para persuadir y fuerzas para conmover, sino hasta derecho para mandar.
Aun conservaban en sus guardas la caricatura del maestro, don Román López, , como le llamábamos porque nunca hablaba del orador de Túsculo sin aplicarle rimbombante epíteto, y legibles todavía, notas, significados de inusitadas voces, sólo usadas de tal o cual poeta, listas de condiscípulos condenados a ser detenidos dos o tres horas, por no haber acertado con no sé qué dificultades horacianas.
Había que ver a Pedernero transfigurado, hecho un orador ardiente y lleno de arrogante facundia.
Al llegar aquí, el orador se embarulló algo, y no ciertamente por miedo a la dialéctica de su contrario.
Ido, que estaba oyendo a su mujer, como se oye a un orador brillante, despertó de su éxtasis y se puso a.
—Si Pepito hubiese tenido un laurel, visado en Madrid, de poeta, de orador, de capitan o de estadista cuando la cortesana lo encontró en aquel pueblo, de fijo lo habria considerado su igual, enlazando gustosa en una cifra de amor más o ménos platónico su antigua corona de patricia a la del preconizado y consagrado genio.
Evaristo Perez de Castro, a la sazon Presidente del Consejo de Ministros, y concluyendo por Olózaga, el orador más insigne de la oposicion: hablaba el frances, el inglés y el italiano, y siempre estaba leyendo libros en estos idiomas, no sólo de Literatura, sino de Medicina, de Historia Natural, a que era muy aficionada, y alguno que otro de Filosofía antireligiosa.
Y contóle el escrutinio que dellos había hecho, y los que había condenado al fuego y dejado con vida, de que no poco se rió el canónigo, y dijo que, con todo cuanto mal había dicho de tales libros, hallaba en ellos una cosa buena: que era el sujeto que ofrecían para que un buen entendimiento pudiese mostrarse en ellos, porque daban largo y espacioso campo por donde sin empacho alguno pudiese correr la pluma, descubriendo naufragios, tormentas, rencuentros y batallas, pintando un capitán valeroso con todas las partes que para ser tal se requieren, mostrándose prudente previniendo las astucias de sus enemigos, y elocuente orador persuadiendo o disuadiendo a sus soldados, maduro en el consejo, presto en lo determinado, tan valiente en el esperar como en el acometer, pintando ora un lamentable y trágico suceso, ahora un alegre y no pensado acontecimiento, allí una hermosísima dama, honesta, discreta y recatada, aquí un caballero cristiano, valiente y comedido, acullá un desaforado bárbaro fanfarrón, acá un príncipe cortés, valeroso y bien mirado, representando bondad y lealtad de vasallos, grandezas y mercedes de señores.

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