Ejemplos con lujo

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Su mujer y su hija, entretanto, con el parecer, la habilidad y los recursos prestados de un tapicero de fama, preparaban su casa para dar cuanto antes la primera reunión con el lujo que el público tenía a exigir de los opulentos señores de los Peñascales.
No sabía qué era más penoso, si los martirios en la mazmorra del castillo lúgubre o los días de desesperación en las calles de poblaciones populosas, viendo las viandas y el oro tras el cristal de los escaparates, rodeado por el lujo y sintiendo girar su cabeza con el vahído del hambre.
Cobra para sostener el boato del romano Pontífice, pues le mantenemos su embajador en España, que es como si yo me diese el lujo de tomar criados, imponiendo al vecino la obligación de mantenerlos, cobra por reparación de templos, por bibliotecas episcopales, por la colonización de Fernando Poo, por imprevistos, y ¡qué sé yo cuántos capítulos suplementarios! Y hay que tener en cuenta lo que paga el pueblo español a la Iglesia voluntariamente, aparte de lo que le da el Estado.
¡Y mire usted que Madrid! Hasta la zapatera, de pie en un rincón, olvidando la enfermiza prole, escuchaba a Luna con asombro, animándose su rostro con una pálida sonrisa, asomando la mujer al través de la bestia resignada de la miseria cuando Luna describía el lujo de las grandes damas en el extranjero.
Y mientras vosotros, seres de carne que necesitáis nutriros, engañáis vuestro estómago y el de vuestras mujeres e hijos con patatas y pan, abajo, las imágenes de palo se cubren de perlas y oro, con un lujo estúpido, sin que se os ocurra preguntar por qué el ídolo que no siente necesidades ha de ser rico, mientras vosotros no podéis satisfacer las vuestras viviendo en la miseria.
Y como el aseo es el lujo del pobre, se sentó en un banco de piedra, esperando que le llegara el turno para limpiarse de unas barbas de dos semanas, punzantes y duras como púas, que ennegrecían su cara.
Huían del paseo, de aquel lujo que algunos días antes era su elemento y ahora les parecía un verdadero insulto.
¡Que gocen de su lujo y de su dinero! ¡Que luzca Gabrielita sus trapos caros! Para nada necesitamos de ella.
Cuando más para sostener ese lujo de corbatas chillonas con las cuales anda tan majo, rondando la casa de la señorita Fernández.
Son jóvenes, están mal educadas, la conducta de su madre no puede servirles de buen ejemplo, y acostumbradas al lujo, es fácil que, al verse en la miseria, se pierdan para siempre.
Permanecía en la tienda lo menos posible, cuando no estaba en la Bolsa, pasaba las horas en el café, mediando en las riñas de alcistas y bajistas , con expresión de superioridad, enganchaba la e iba con Teresa, muy emperejilada, a pasear su nuevo lujo por la Alameda, entre los brillantes trenes, para que supieran más de cuatro que él también, aunque le estuviera mal el decirlo , era de la aristocracia, de la del dinero, que es la que más vale en estos tiempos, y hasta en su misma casa introducía reformas radicales, pasando la familia con violento salto de la comodidad mediocre a la ostentación aparatosa.
Ella no era nadie: una pobre costurera que, acostumbrada a sufrir las impertinencias de las señoras, no podía permitirse el lujo de mostrar susceptibilidad ni amor propio pero eso de casarse para ser la víctima resignada y humilde sobre la cual cayeran los desprecios de la familia, estaba fuera del límite de su paciencia.
Cuando se habla de la pretendida felicidad de los ricos, y se elogia la abundancia en que viven, el lujo que gastan, las comodidades de que disfrutan y el bienestar que los rodea, nadie acierta a señalar lo único que a los mimados de la fortuna da verdadera superioridad sobre aquéllos que viven de un trabajo diario, penoso y mal retribuído.
¡Y pensar que en casa se pasaban tantos apuros para sostener aquel lujo! ¡Quién lo diría viéndolas tan elegantes y risueñas, especialmente la mamá, que lucía brillantes en pecho, orejas y manos, y que antes quería pasar hambre que deshacerse de ellos! Y el pobre muchacho, siguiendo la corriente de la lógica, pensaba con horror si todas las señoras que allí estaban cargadas de flores y joyas, exhibiendo sus sonrisas de mujer feliz, habrían tenido que pedir prestado como su madre.
¡Valiente posición! Compadeció la ignorancia de la joven y estuvo próximo a decirle que todo aquel lujo era imbécil fatuidad, pura bambolla, pero sintióse dominado por sus temores de niño sumiso y obediente, y hasta en el vacilante resplandor del inmediato farol creyó ver el rostro de mamá contraído por un gesto de indignación majestuosa.
Obra suya era aquel lujo, y había que reconocer que las niñas sabían lucirlo.
¿Qué cambio tan rápido era aquél, desde la adoración idolátrica a una repulsión instintiva? ¿Sabría algo su hijo? Y la cruel sospecha de que Juanito pudiera conocer el secreto de aquel lujo que la familia había ostentado en medio de la ruina martirizaba a doña Manuela.
Y el muy imbécil tal vez se divertiría, tal vez estarían con él las hermanitas, y todos juntos mirarían con desprecio a la gente que se pasea por bajo, sin pensar que de allí podría salir un acusador anónimo que les gritara: ¡Todo ese lujo, esa altivez que ostentáis, son debidos a la trampa, a la desvergüenza, a que vuestra madre es una!.
¡Válgame Dios, y qué cosas me contó! Toda la calle se fija en ella y se burla de su lujo y sus pretensiones.

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