Ejemplos con aclamaban

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Los federales lo aclamaban como a un héroe que les había hecho una buena jugada a los sudistas.
Al día siguiente, las legiones aclamaban a Vitelio, su gobernador, como emperador.
No fue un título dado por los periódicos o los observadores, sino por los millones de indios que lo aclamaban por donde fuera.
La instalación fue recibida con aplausos compartidos entre el público y la crítica europea, mientras los primeros aclamaban que éste era justo el cambio que necesitaba el arte conceptual.
Miraban aquel buque lo mismo que si fuese suyo porque venía de su país, aclamaban a las pequeñas personas alineadas en sus bordas creyendo reconocerlas, acogían como una respuesta a estos vivas el rugido apagado que llegaba hasta ellos por encima del mar.
Por fin, viéndolos frente a , desde tierra los aclamaban, agitando pañuelos, toallas y hasta sábanas para significar el gozo de la visita.
La Milicia Nacional bullía en todas partes inquieta y arisca, sublevábase la de Barcelona gritando , mientras la de Pamplona, enfurecida porque los soldados aclamaban a Riego, les hizo fuego al grito de.
Desde que veían asomar por la ventanilla el risueño semblante, guarnecido por los encajes de la blanca mantilla, la aclamaban con voces y palmadas diciendo: Ahí va toda la gracia del mundo, viva la sal de España , u otras frases del mismo género.
Cuando el Príncipe fue de orden de su padre a calmar al pueblo para que no despedazara al infeliz prisionero, los amotinados le aclamaban y obedecían.
Siempre se aclamaban por mucho peccadores.
En breve movimiento las marionetas se habían ido rumbo al esplendor de una falsa estrella verde hacia donde Nadiel dirigía la nave con el gusto de todos los títeres humanizados que lo aclamaban serviles y hacían ahora sólo lo que él quería.
Confieso que el espíritu crítico de nuestra época descreída ha penetrado también en este lugar, amortiguando el entusiasmo por su Santo Patrono: pero aún recuerdo el frenesí, el profundo afecto de gratitud, con que le aclamaban, años ha, cuando le sacaban en procesión e iba la fervorosa muchedumbre gritando delante de él: «¡Viva nuestro Santo Patrono, que es tamaño como un pepino y hace más milagros que cinco mil demonios!» expresión sincera de la persuasión en que estaban de que su santo, si es lícito buscar ejemplos en lo profano para lo sagrado y en lo material para lo espiritual, así como tal máquina de vapor tiene fuerza mecánica de tantos miles de caballos, tenía fuerza taumatúrgica nada menos que de cinco mil demonios, a pesar de lo pequeño que era.
Por fin, viéndolos frente a Capitanes, desde tierra los aclamaban, agitando pañuelos, toallas y hasta sábanas para significar el gozo de la visita.
Y al mismo tiempo le aclamaban con gritos y decían: «Viva la gloria de Ficóbriga».
¡Qué algazara! Los tres chicos corrieron hacia él, y mientras uno se le colgaba de un brazo, el otro se le enredaba en una pierna, y todos le aclamaban como si el joven doctor fuera el más divertido de los juguetes.
Luego que estuvo en tierra, cuantos iban al encuentro ni siquiera parece que veían a los otros generales, sino que, puesta la vista en él, le aclamaban, le saludaban, le acompañaban, y acercándosele le ponían coronas, los que no podían llegarse a él le miraban de lejos, y los ancianos se lo mostraban a los jóvenes.
Llegó, y la encerraron en la Prefectura, como si hubiera cometido un delito, como si el gran vencedor pudiera ser para ella otra cosa que su hombre, y allí tuvo que esperar pacientemente el desfile del mundo oficial, las ceremonias de ordenanza, el interminable vocerío de los vivas, allí, en un rincón, modesta y sola, ella que había pensado en él, durante la ausencia, por todos aquellos desconocidos que le aclamaban, y que en aquel momento hubiera dado a su general por su cadete de antaño, cuya posesión no le disputaba nadie y que no soñaba con más gloria que con la gloria de amarla, en el balcón, en la calle, en misa, en todas partes, al amor de la lumbre en invierno y a través de los campos floridos durante las breves tardes de la primavera amorosa.
De modo que en cuanto apareció el príncipe Kanmakán a todo galope de su caballo Katul, los gritos de alegría surcaron el espacio, lanzados por millares de hombres y mujeres que le aclamaban por rey.
La multitud estaba alborotada, y le aclamaban rey.
Las tribus de Calfucurá me aclamaban.

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