Ejemplos con zaquizamí

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

La Juana, por orden nuestra, no aparece por el zaquizamí de la portería, se está en la habitación que les dieron ustedes de vivienda, y cuando no, de paseo por la calle o de novena en alguna iglesia.
Le recogieron unos frailes dominicos, que tenían residencia en el palacio de los señores de Neira, marqueses ya de San Madrigal, y le habilitaron en la portería del palacio un zaquizamí, en donde trabajaba de zapatero remendón.
Albogues son respondió don Quijote unas chapas a modo de candeleros de azófar, que, dando una con otra por lo vacío y hueco, hace un son, si no muy agradable ni armónico, no descontenta, y viene bien con la rusticidad de la gaita y del tamborín, y este nombre albogues es morisco, como lo son todos aquellos que en nuestra lengua castellana comienzan en al, conviene a saber: almohaza, almorzar, alhombra, alguacil, alhucema, almacén, alcancía, y otros semejantes, que deben ser pocos más, y solos tres tiene nuestra lengua que son moriscos y acaban en i, y son: borceguí, zaquizamí y maravedí.
Eso de que la barraca fue cloaca donde pescaban sin caña anchoas y tiburones las sacerdotisas de Venus, zahúrda donde los escolares de Baco estudiaban a sus anchas y zaquizamí donde rodaban de lo lindo las muelas de Santa Apolonina, téngolo por chismografía y calumnia de pulperos.
Ya en mi zaquizamí, deshice el escapulario, y en un pedazo de papel vitela, escrita con sangre, leí la Oración del Justo Juez, que a la letra copio para satisfacción de curiosos que han oído y oyen hablar de tal amuleto.
Se veía entrando cautelosa en el cuarto del torero -un zaquizamí obscuro, con el suelo cubierto de puntas de cigarro y fragmentos de botellas-, alzando con una mano la cortina de percal escarlata, y con la otra los pliegues de su vestido de seda negra, veía al diestro lívido incorporarse tendiendo los brazos hacia ella, mientras en el esfuerzo realizado roja sangre teñía la albura de la camisa.
Increíble parece que el patrón de aquel zaquizamí sea un mestizo de francés y catalán, dos razas tan mercantiles y emprendedoras.
¡Ténganos Dios de su santa mano y sálvenos de ser moradores de ese zaquizamí!.
iluminando el destartalado zaquizamí.
Suele decirse comúnmente que el amor lo transforma y encanta todo, y puede convertir un tugurio o zaquizamí en palacio de domados camarines, y será verdad tratándose de gente sencilla, que no ha refinado las necesidades de la vida y no ha exaltado la imaginación con lo que más la enciende y solivianta, que es el arte, pero a los que tienen muy cultivada la sensibilidad artística, a los que siempre han vivido con lujo y llenos de requilorios, no les puede bastar una cabaña y un trozo de negro pan, así lo sazonen y condimenten todas las alegrías amorosas del mundo.
Por eso andaba tan mal de fondos, y por eso aquella misma y trágica mañana le habían echado del infame zaquizamí en que dormía, porque se habían cansado de sus escándalos de trasnochador intemperante que no paga la posada en años y más años.
A estas horas, el Estudiante, no creyendo su buen suceso y deshollinando con el vestido y los ojos el zaquizamí, admiraba la región donde había arribado por las extranjeras extravagancias de que estaba adornada la tal espelunca, cuyo avariento farol era un candil de garabato, que descubría sobre una mesa antigua de cadena papeles infinitos, mal compuestos y desordenados, escritos de caracteres matemáticos, unas efemérides abiertas, dos esferas y algunos compases y cuadrantes, ciertas señales de que vivía en el cuarto de más abajo algún astrólogo, dueño de aquella confusa oficina y embustera ciencia, y llegándose don Cleofás curiosamente, como quien profesaba letras y era algo inclinado a aquella profesión, a revolver los trastos astrológicos, oyó un suspiro entre ellos mismos que, pareciéndole imaginación o ilusión de la noche, pasó adelante con la atención papeleando los memoriales de Euclides y embelecos de Copérnico, escuchando segunda vez repetir el suspiro, entonces, pareciéndole que no era engaño de la fantasía, sino verdad que se había venido a los oídos, dijo con desgarro y ademán de estudiante valiente:.
Sólo diré, en honra del hijo del difunto Bragas, que en veinte años no le dio el sol más que los domingos, ni trató más gente que la que llegaba a su zaquizamí para dejar el óbolo sobre el sucio mostrador, en cambio de la grosera mercancía que iba buscando, que ni por un momento le marchitó tan larga esclavitud las rosas de su imaginación montañesa, ni mella hizo en su espíritu, templado en Coteruco al fuego de las iras del borracho Antón y al frío de todas las desnudeces y amarguras de la miseria, antes al contrario, esponjóse en aquel tugurio sombrío que hubiera sido la tumba de otro mortal de más holgada procedencia que Colás, porque el tugurio era lo primero que éste poseía, y lo poseía en indisputable propiedad, y era propiedad de pingües rendimientos para quien, como él, nada apetecía sino dinero, ni sabía lo que eran necesidades del espíritu.
En efecto, llegaron al zaquizamí desnudo y frío en que yacía aquella víctima del alcoholismo crónico los enviados de San Vicente de Paúl, que eran doña Petronila, o sea el gran Constantino, y el beneficiado don Custodio, la hija de Barinaga, la beata paliducha y seca, los recibió abajo, en la tienda vacía, lloriqueando.
Los magníficos regalos que cada cual le había traído de su tierra estaban arrinconados en un zaquizamí del regio alcázar.
Trini comparaba aquel zaquizamí, mal alumbrado por un quinqué de tubo desboquillado, con la habitacioncita que ocupara en casa de sus tíos, con una ventana al patio, ventana en la que dábanle los buenos días los gorriones con su alegre piar a los primeros rayos del sol desde el frondoso ramaje del árbol que embellecía el patio de la casa, su cama de hierro con sábanas blanquísimas y mullido colchón de lana, que su tía había arreglado sangrando los dos suyos, una mesa de caoba con una Dolorosa, la cual empleábase ella en vestir con infantil alborozo, una cortina azul, que daba tonos tan suaves y poéticos a la estancia cuando la corría para defenderse de los rayos del sol estival, sus cuadros con molduras de pajarrosa, hechas y adornadas por ella con cintas de colores en los ángulos, la butaca de lona, en la que, una vez terminados los quehaceres de la casa, gustábale tanto reclinarse casi tendida, un pie sobre el otro, los brazos alrededor de la cabeza y, con los ojos entornados, dar suelta a su pensamiento, a la vez que oía de modo confuso el alegre gritar de los chiquillos que jugaban en el anchuroso patio.
Ni enfermo que siga así, así, ni guardar dinero en zaquizamí.
Encontrose un día en un zaquizamí del convento una efigie de la Señora, pero tan deteriorada y estropeada por el tiempo y el polvo, que daba pena verla.

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