Ejemplos con tribunal

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

¡Muera la curia romana! ¡Muera el Tribunal de la Rota!.
Proponíase don Simón sacar partido del caudal de nociones de cultura que indudablemente traería su hija del colegio para dar a sus salones y a su señora cierta entonación que doña Juana no podía prestarles, y tener siempre en la joven una especie de tribunal de consulta para los casos de apuro.
Por indicación del cardenal-arzobispo había ido a Madrid a formar parte de un tribunal de oposiciones para organistas.
Para él, quien llegaba a la silla de Toledo era un hombre perfecto, cuyos actos no se podían discutir, y hacía oídos sordos a las murmuraciones de canónigos y beneficiados, los cuales, fumando un cigarrillo en el cenador de su jardín, hablaban-de las genialidades de aquel señor de Inguanzo, indignado contra el gobierno de Fernando VII porque no era bastante neto y por miedo a los extranjeros no osaba restablecer el saludable Tribunal de la Inquisición.
Era jueves, y según una costumbre que databa de cinco siglos, el Tribunal de las Aguas iba a reunirse en la puerta de los Apóstoles de la Catedral de Valencia.
Ya no les bastaba a los de la huerta con que los hombres molestasen a su pobre Batiste, calumniándolo ante el tribunal para que le impusieran multas injustas.
Y fué por entonces cuando Batiste, el día de su sentencia en el Tribunal de las Aguas, la vió en el camino acompañada de Tonet.
Y lo que es más extraño: el jueves siguiente, el atandador no le hizo comparecer ante el Tribunal de las Aguas.
¡Qué peso se quitaba de encima! Podían venir ahora los del tribunal y hacer lo que quisieran.
¡Por Dios, Batiste! Le impondrían una multa mayor, tal vez los del tribunal, ofendidos por la rebeldía, le quitasen el agua para siempre.
Comió sin apetito, contando a su mujer lo ocurrido en el tribunal.
Batiste miró sus campos, y toda la rabia sufrida una hora antes ante el Tribunal de las Aguas volvió de golpe, como una oleada furiosa, a invadir su cerebro.
Al pasar él junto a ellos, callaban, hacían esfuerzos para conservar su gravedad, aunque les brillaba en los ojos la alegre malicia, pero según iba alejándose, estallaban a su espalda insolentes risas, y hasta oyó la voz de un mozalbete que, remedando el grave tono del presidente del tribunal, gritaba:.
Batiste salió ciego del tribunal, con la cabeza baja, como si fuera a embestir, y permaneció prudentemente a sus espaldas.
Alteróse el tribunal, las siete acequias se encresparon.
Pero ¡gran cosa eran las multas para su reconcentrada cólera de hombre pacífico! Siguió protestando contra la injusticia de los hombres, contra el tribunal, que tenía por servidores a pillos y embusteros como.
El tribunal se indignó ante la energía y la falta de respeto con que protestaba aquel hombre.
Luego volvía los ojos hacia su enemigo , que se contoneaba altivamente, como hombre acostumbrado a comparecer ante el tribunal y que se creía poseedor de una pequeña parte de su indiscutible autoridad.
El alguacil les recogía las varas y cayados, considerándolos armas ofensivas, incompatibles con el respeto al tribunal.
Iban compareciendo los querellantes al otro lado de la verja, ante aquel sofá tan venerable como el tribunal.
Con este tribunal no jugaba nadie.
Al que se insolentaba con el tribunal, multa, al que se negaba a cumplir la sentencia, le quitaban el agua para siempre y se moría de hambre.
Mostrábanse orgullosos los huertanos de su tribunal.
A las once y media, terminados los oficios divinos, cuando ya no salía de la Basílica mas que alguna devota retrasada, comenzó a funcionar el tribunal.
Cada uno llevaba tras sí un cortejo de guardas de acequia, de pedigüeños que antes de la hora de la justicia buscaban predisponer el ánimo del tribunal en su favor.
Terminó el alguacil de arreglar el tribunal y plantóse a la entrada de la verja, esperando a los jueces.
La puerta de los Apóstoles, vieja, rojiza, carcomida por los siglos, extendiendo sus roídas bellezas a la luz del sol, formaba un fondo digno del antiguo tribunal: era como un dosel de piedra fabricado para cobijar una institución de cinco siglos.
El alguacil del tribunal, que llevaba más de cincuenta años de lucha con esta tropa insolente y agresiva, colocaba a la sombra de la portada ojival las piezas de un sofá de viejo damasco, y tendía después una verja baja, cerrando el espacio de acera que había de servir de sala de audiencia.
En aquella botica concurrían: Venegas, espíritu fuerte, liberal de la nueva echada, republicano incipiente, muy enconado contra el malaventurado ensayo imperial, Jacinto Ocaña, monarquista hasta la médula de los huesos, que siempre que hablaba de Maximiliano, se descubría respetuosamente, y que a cada instante trababa disputas con Venegas, sacando a bailar la Saratoga y el Tratado Mac-Lane, el doctor don Crisanto Sarmiento, retrógrado por los cuatro costados, que vivía suspirando por el régimen colonial, que se hacía lenguas de Revillagigedo, que de buena gana viera restablecido en México el Santo Tribunal de la Fe, y que cuando alguno hablaba de la Independencia, decía, echándola de agudo:.
Vamos a verprosiguió el otro constituyéndose en tribunal.

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