Ejemplos con rimero

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Tenía un piano en su salón y un rimero de partituras que la acompañaban en sus viajes.
Cerca de la estufa había un piano, y sobre su tapa un rimero de partituras amarilleadas por el tiempo: , , romanzas de Tosti, canciones napolitanas, melodías fáciles y graciosas que esparcían las viejas cuerdas del instrumento con el timbre frágil y cristalino de una caja de música.
Lowe, escoltada por su marido, que llevaba bajo el brazo un rimero de partituras, acogía estos elogios con foscas contracciones de su rostro caballuno.
Y le entregaba un rimero de acciones correspondientes a una de tantas empresas ilusorias que diariamente se iniciaban en el país.
Antes de que yo le hablara, acercó sus dedos al rimero de periódicos, y con voz que de ronca se había trocado en blanda, me dijo: Pobre Tito, si para sortear la furia de tu mujer engañada has de fingir un alegato dictado por el bueno de Zorrilla, puedes empezar diciendo que los del Jurado no acabarán de encontrar la fórmula de avenencia hasta el momento preciso en que suenen las trompetas del Juicio final.
Antes de que pudiera oírme, vio las cartas de recomendación, y cogido el no pequeño rimero de ellas, las fue examinando, y a cada nombre que leía, soltaba de su boca una breve expresión de asombro, acompañada de un mohín de labios o chasquido de lengua.
Una tarde, viéndole venir sofocado a deshora, entrar en su cuarto y salir al punto llevándose bajo el brazo un rimero de papeles, extrañó tal conducta, contraria a sus hábitos metódicos y a la parsimoniosa lentitud de sus movimientos y andares.
¿Dónde estás? murmuró la coja sentándose sobre otro rimero de tablas.
No dijo la sobrina, no hay para qué perdonar a ninguno, porque todos han sido los dañadores, mejor será arrojarlos por las ventanas al patio, y hacer un rimero dellos y pegarles fuego, y si no, llevarlos al corral, y allí se hará la hoguera, y no ofenderá el humo.
Fui recogiendo la soga que enviábades, y, haciendo della una rosca o rimero, me senté sobre él, pensativo además, considerando lo que hacer debía para calar al fondo, no teniendo quién me sustentase, y, estando en este pensamiento y confusión, de repente y sin procurarlo, me salteó un sueño profundísimo, y, cuando menos lo pensaba, sin saber cómo ni cómo no, desperté dél y me hallé en la mitad del más bello, ameno y deleitoso prado que puede criar la naturaleza ni imaginar la más discreta imaginación humana.
Joaquinito, saliendo del cuarto con un rimero de libros debajo del brazo, despidiose de don Francisco, y el primogénito de Bringas entregó la luz a su padre, que se dirigió al despacho.
Las alhajas que tengo es el axuar de la frontera, vn jarro desbocado, vn assador sin punta, la cama en que me acuesto está armada sobre aros de broqueles, un rimero de malla rota por colchones, una talega de dados por almohada, que avnque quiero dar collacion, no tengo qué empeñar, sino esta capa harpada que traygo a cuestas.
Tratábamos una mañana Segis y yo de esta interesante y hasta cierto punto divertida mudanza, cuando se llegó a nosotros la Condesa de Casa Pampliega cargada con un rimero de polvorientos librotes, que puso sobre un velador, diciendo: «Mi marido, que en gloria esté, heredó de su hermano Ramón la mar de libros viejos que yo he conservado largo tiempo en la bohardilla, entre los montones de trastos inservibles.
La conspiración era ya un rimero de pólvora, al cual no faltaba más que arrimar la encendida mecha.
Ya lleva escritos, ni no me engaño, catorce tomos tremendos, que son aquel rimero de papel que tiene en el suelo junto a la mesa.
Antes de que pudiera oírme, vio las cartas de recomendación, y cogido el no pequeño rimero de ellas, las fue examinando, y a cada nombre que leía, soltaba de su boca una breve expresión de asombro, acompañada de un mohín de labios o chasquido de lengua.
El caballero y yo hablábamos, él a la otra parte del rimero de leña, yo a la parte de acá.
La moza se adelantó hacia un camastro, que más bien debiera llamarse rimero de pieles, mantas y enjalmas, de aquel diván humilde surgió el busto de un hombre, que abiertos en cruz los brazos, exclamó: ¡Cuánto has tardado, mi alma! ¡En qué ansiedad me has tenido, corazón! No me consolaba más que la idea de morirme esta noche.
¡Oh alegría del ambiente patrio, oh encanto de las cosas inherentes a nuestra cuna! Vi la catedral de almenadas torres, vi San Bartolomé, y el apiñado caserío formando un rimero chato de tejas, en cuya cima se alza el alcázar, vi los negrillos que empezaban a desnudarse, y los chopos escuetos con todo el follaje amarillo, vi en torno el paño pardo de las tierras onduladas, como capas puestas al sol, vi, por fin, a mi padre que a recibirme salía con cara doble, mejor dicho, partida en dos, media cara severa, la otra media cariñosa.
Sabino, el padre de Zoilo, con un rimero de cartas para generales, clerigones de acá y de allá, y después de andar de Herodes a Pilatos, como un loco, se fue en busca de Van-Halen, que está no sé dónde, y de D.
''Un joven que escribe en la mesa vecina, y al parecer traduce, pues tiene ante los ojos un libro abierto y cuartillas en rimero, se inclina tímidamente hacia'' RUBÉN DARÍO.
Pusiéronse, pues, en la plaza en un rimero los vales de los deudores, a los que se daba el nombre de Claria, y se les dio fuego.
La cama en que me acuesto está armada sobre aros de broqueles, vn rimero de malla rota por colchones, vna talega de dados por almohada.
Pasarse las noches de claro en claro y los días de turbio en turbio, luchando a brazo partido con los fantasmas de la cabeza, perder la salud y la vida por dar forma, y color, y movimiento en un rimero de cuartillas a un mundo que le bulle a usted en embrión en la sesera, no es trabajar ni Cristo que lo fundó.
-Pues yo no veo sino un rimero de manchas.
Así puede verse el de Gedeón sobre la cama, no tendido, sino recostado en un rimero de almohadas, alta la cabeza, abierta la boca, desencajados los ojos, y aspirando, jadeante y anheloso, el aire infecto de aquella triste habitación.
Aunque tú nos has dicho, y has dicho muy bien, que «el que lanza al mundo un libro con sus tachas buenas o malas, debe responder de todas, confiéselas o no», quiero, a buena cuenta y por lo que valga, invocarte por testigo de que al borrajear estos cuadros, casi a tu presencia, no me guió el propósito de resolver en ellos problema alguno, sino el de fantasear sobre un tema determinado, con el mismo derecho que han tenido otros escritores para fantasear con opuesta tendencia, y acusarte después, como te acuso, de haber creído y de seguir creyendo que en este rimero de cuartillas, escritas sin plan meditado y verdaderamente a vuelapluma, hay un libro que publicarse, porque, bien leído, no carece de útiles enseñanzas.
¡Oh supina ignorancia! ¿Cómo pudo el filosofo padre Feijoo consagrar tantas vigilias, tal rimero de epístolas nos ha legado, a las áridas cuestiones de religión, de filosofía, artes, oficios, ciencias y literatura, sin reparar un poco en la elasticidad del género que cultivaba en el porvenir que le estaba reservado fregando con él los gabinetes de una cortesana? Mientras los otros, profundos políticos, eminentes moralistas, desfacedores de entuertos sociales, agotaban velones y chamuscaban mechas de algodón emborronando pliegos y más pliegos, sacudiendo tajos y mandobles a todo estorbo que hallaban a su paso, ¿cómo no se les ocurrió dejar las cosas como estaban, cantar las jerarquías políticas, barrer las gradas del Poder, adular la aristocracia financiera y entrar en los suntuosos estrados, no para estudiar los vicios y las aberraciones de la culta sociedad, satirizándolos luego con el nocivo fin de extirparlos y traer a otro sendero la descarriada civilización, sino para convertirse en sabrosos narradores de todos los sucesos de telón adentro y ser los panegiristas del encumbrado señorón monsieur ''le bon ton''? Se plega tan bien el estilo epistolar a estos asuntos, cabe tanta amenidad en él prodigándolo cada día.
Sobre la cómoda y debajo del mechero encendido del velón, había un rimero de cartas y periódicos que había puesto yo allí la noche antes para ir entreteniendo con su lectura mis largas horas de vela después que, pasado el ataque de asma, pudo conciliar el sueño mi tío.
Hice lo que me mandaba, y fue sacando de la alacena, además de los legajos, tres pares de candelabros de plata, varios cubiertos y una bandeja del mismo metal, y un rimero de porquerías, entre ellas más de seis libras de polvos de salvadera envueltos en un papel de estraza, y una jarra blanca como de media azumbre, con un paluco adentro.

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