Ejemplos con hulla

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Huntington, cuyo nuevo Península Extensión de de Chesapeake y Ohio ferroviaria de Richmond abrió el transporte a lo largo de la Península y siempre una nueva vía para el ferrocarril a West Virginia hulla bituminosa en el puerto para la navegación costera y de exportación en todo el mundo.
La Constancia funcionaba con hulla que se traía desde Inglaterra al puerto de Málaga debido a la falta de puertos industriales en Asturias que impedía embarcar el carbón asturiano hasta Málaga y hacía inviable su utilización.
También está presente en el alquitrán de hulla.
Situado junto al río Candín, el Pozo Lláscares está ubicado en la zona de los Valles del Candín y Pajomal, de donde existen los primeros datos y estudios realizados por Gaspar Melchor de Jovellanos acerca del carbón de hulla a finales del siglo XVIII, cuando la explotación de éste aún no estaba en auge, como pasaría años más tarde a lo largo del siglo XIX.
Goeckerman, de la Clínica Mayo, describió el uso de la luz ultravioleta B en combinación con el alquitrán de hulla, que es una sustancia fotoactivable.
En los tres ángulos restantes están colocados El Antepasado, el hombre de edad que representa el pasado y la tradición, El Minero, representando las minas de hulla y El Herrero para la metalurgia.
La explotación minera de la hulla, motivó en gran medida la exploración del fiordo.
A fines del siglo XVIII, se descubrió hulla en Spitsbergen, en la ribera del Isfjorden.
Las gabarras rematadas por colinas de hulla iban lentamente a situarse en los flancos de los buques.
Nubes de color de hulla reflejaban en el mar su lento arrastre, lluvias azotantes se derramaban sobre la cubierta, seguidas de un sol incendiario que a los pocos minutos era borrado por un nuevo aguacero.
La tierra es grande, y los hombres, para perpetuar su recuerdo en ella, llevan miles de años degollándose, inventando nuevas maneras de entenderse con los dioses o escribiendo en tablas, pergaminos y papeles para que su nombre quede con unas cuantas líneas en el libraco que llaman Historia Y la tal tierra es en el mar del espacio menos, mucho menos que el en medio del Océano, menos que un grano de carbón perdido en las tres mil toneladas de hulla que pasan por sus carboneras.
Filas de hombres blancos que parecían disfrazados de negros penetraban en el buque por las portas abiertas en sus dos costados llevando al hombro grandes cestos que esparcían polvo de hulla.
Únicamente el calor espeso, pegajoso, húmedo, con su perfume picante de hulla, denunciaba la presencia del gran misterio de los tiempos modernos: la engendración del movimiento en el seno del metal.
Los pies se movían como en una playa crujiente sobre la hulla desmenuzada.
En unos lugares percibían sus pies la frescura de la humedad, en otros aplastaban como arena crujiente el polvo diamantino de la hulla.
Un calor pegajoso oprimía el pecho, al mismo tiempo que pinchaba el olfato con hedores de hulla y aceite mineral.
Partían de los muelles escarchados y brumosos del Báltico, de los puertos ingleses negros de hulla, en cuyo ambiente grasoso flota un perfume de té y tabaco con opio, de las costas de Francia oceánica, que oponen sus bancos vivos de mariscos y los pinares de sus landas a los asaltos del fiero golfo de Gascuña, de las bahías de España, copas de tranquilo azul, en las que trenzan sus aleteos las gaviotas asustadas por el chirrido de una grúa o el mugido de una sirena, de las escalas del Mediterráneo, adormecidas bajo el sol, ciudades blancas con la alba crudeza de la cal o la suavidad aristocrática del mármol, ciudades que huelen en sus embarcaderos a hortalizas marchitas y frutos sazonados, y envían hasta los buques, con el viento de tierra, la respiración nupcial del naranjo, el incienso del almendro, rasgueos briosos de guitarra ibérica, gozoso repiqueteo de tamboril provenzal, arpegios lánguidos de mandolina italiana.
Digamos que son las ojivas que ventilan esta catedral de acero y hulla.
El tanque, que contenía una tonelada de combustible, salía de las entrañas del barco, se remontaba hasta la punta del puente aéreo y, deslizándose con incesante chirrido, entraba tierra adentro para vomitar su contenido en una de las varias montañas de hulla que se interponían entre aquella parte del establecimiento y la ría.
Luego pasaron por el desembarcadero de la hulla.
El ingeniero mostraba con orgullo la gran sala de los motores, que aprovechaban el gas de la hulla, al que antes no se daba aplicación.
Avanzaron por la llanura negra y rojiza, cubierta de polvo de hulla y de residuos de mineral.
Abajo, en las oficinas, estaban los hombres de la administración, con la pluma tras la oreja, llevando las complicadas cuentas de las entradas de mineral y de hulla, del acero elaborado, que se esparcía por toda España en forma de rieles, lingotes y máquinas, y de los jornales de un ejército de obreros ennegrecidos y tostados junto a los hornos.
Subían de sus entrañas los grandes tanques de hierro cargados de hulla inglesa y, deslizándose por los rails aéreos, iban a volcar el negro mineral en las enormes montañas de las fábricas.
Y de él también, los altos hornos que ardían día y noche junto al Nervión, fabricando el acero, y gran parte de los vapores atracados a los muelles de la ría cargando mineral o descargando hulla, y muchos más que paseaban la bandera de la matrícula de Bilbao por todos los mares, y la mayor parte de los nuevos palacios del ensanche y un sinnúmero de fábricas de explosivos, de alambres, de hojadelata, que funcionaban en apartados rincones de Vizcaya.
Traspuso la puerta, cruzó un patio lleno de pilas de lingotes de hierro, y entró en una nave larga y anchurosa, iluminada por ventanales tras cuyos vidrios empañados se adivinaban muros ennegrecidos, montones de carbón, chisporroteo de fraguas, y altas chimeneas que en nubes muy densas lanzaban a borbotones el humo pesado y polvoriento de la hulla.
Un chorro de grisú encendido que brotaba de una grieta del techo esparcía una claridad de incendio en derredor del fantástico personaje, delante del cual la hulla lanzaba reflejos extraños y sus caprichosas facetas resplandecían como azabache pulimentado ante la llama azulada del temible gas.
Ante Jorge se abría un túnel iluminado por un braserón de hulla y entrecruzado por carriles.
Mi remo es la hélice, la máquina mi corazón, la hulla mi sangre.

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