Ejemplos con hiel

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

En la Copa de Europa de nuevo se paladeó la hiel de la derrota.
Desde este punto, da ejemplos de cada uno de los sabores, así la pimienta es aguda, amarga es la hiel, acetoso o agrio es el limón.
Tristán, cuyo corazón estaba henchido de amargura, tomó la palabra para dejar caer una gota de hiel.
Xuantipa, con alegría diabólica en el semblante, dió libertad a la hiel que tenía almacenada:
Se le ha reventado la hiel y la tiene revuelta por todo el cuerpo.
Claro está que no tengo inquina hacia nadie ni hacia nada, no me interesan tampoco estas o las otras ideas, por eso, Pepita, mi tarea es más fácil, porque hago mis artículos con entera tranquilidad, sin apresurarme, sin aturdirme, poniendo esas pequeñas gotas de hiel donde quiero ponerlas.
Con disgustarse y criarse hiel en el estómago, ¿qué se consigue? Aquí me tienes a mí.
No podía mirarlos sin sentir el mismo doloroso pinchazo en el corazón, la misma gota amarga de hiel en los labios.
Los amigos de Maza tragaron mucha hiel.
Su charla bulliciosa, sus frescas carcajadas despertaban a los vecinos que aún yacían entre las sábanas, les hacían sonreir beatamente trayéndoles al recuerdo otros días de San Antonio cuando la juventud chispeaba también en sus ojos y en la copa de la vida aún no había caído ninguna gota de hiel.
Estas palabras tan cándidas como crueles, removieron las escasas gotas de hiel que Cecilia guardaba en su pecho.
Pero esas buenas fortunas, que en el primer instante llenan el corazón de los efluvios trastornadores de la primavera, y dan al hombre la autoridad confiada de quien posee y conquista, esos amoríos de ocasión, miel en el borde, hiel en el fondo, que se pagan con la moneda más valiosa y más cara, la de la propia limpieza, esos amores irregulares y sobresaltados, elegante disfraz de bajos apetitos, que se aceptan por desocupación o vanidad, y roen luego la vida, como úlceras, solo lograron en el ánimo de Juan Jerez despertar el asombro de que, so pretexto o nombre de cariño, vivan hombres y mujeres, sin caer muertos de odio a sí mismos, en medio de tan torpes liviandades.
¡Paloma sin hiel! ¡Paloma de la Candelaria!.
Al morir a manos del desengaño este amor efímero, al convertirse en hiel esta liviandad legalizada y consagrada que me echó en brazos de D.
Doña Manolita no era una paloma sin hiel, y no porque odiase a alguien, sino porque no dejaba de tener malicia.
Observad a todos aquéllos que vivieron una niñez miserable, en cuyo hogar faltó muchas veces el pan, que no tuvieron ropas para cubrir el demacrado cuerpo, que imploraron avergonzados la caridad pública, y no como el mendigo, con serena franqueza, sino ocultando la demanda en una frase lisonjera, que pasaron, poco a poco, de la timidez bochornosa a la súplica sonriente, de la petición insinuante a la explotación vergonzosa, y de allí a la tolerancia interesada, y veréis cómo, aunque estén en la opulencia, aunque la sociedad los mime y la fortuna los haya indemnizado de cuanto en un tiempo les negó, aun tienen en lo más escondido del corazón el vinagre y la hiel de la miseria.
Pero entonces no había caído en mi corazón ni una gota de hiel.
¡Oh caridad sin ejemplo! ¡Ved la hiel y el vinagre!.
Si usted me lo manda, sí ¡Ay!, yo creí que matar al que nos engaña, al que nos vende, no es pecado vamos, que no era pecado muy gordo, se me subió la hiel a la cabeza.
¿Apostamos a que ella, si el otro no le da un cuarto, se deja estar con su santa pachorra, sin atreverse a nada, tragando hiel y muriéndose de hambre? Pero yo, cuando hago el bien, lo hago contra viento y marea, y se lo meto en los hocicos a las personas tercas e inútiles que no saben hacer nada por sí.
Toda la hiel no ha de ser para mí ¿Quiere que le dé otro consejo? Pues a usted le conviene un corazón como este que yo tengo aquí guardadito, virgen, créalo usted, virgen.
Y por fin llegaba yo a tenerla, y el molinillo que me daba vueltas en el corazón, molía, haciéndomelo polvo, y yo aguanta que aguanta, siempre callada, poniendo cara de Pascua y tragando hiel, tragando hiel.
¡Pillo, tunante!pensaba Jacinta comiéndose las palabras, y con las palabras la hiel que se le quería salir.
Peor lo pasó Jesús, que pidió agua y le dieron hiel.
No puede disimular su pena, y eso de salir a dar la noticia es para que no le conozcamos en la cara la hiel que está tragando.
¡Cuánta hiel he tragado, Julián! Cuando lo pienso se me pone un nudo aquí.
La cabezuela blanda, cubierta de lanúgine rubia y suave por cima de las costras de la leche, tenía el olor especial que se nota en los nidos de paloma, donde hay pichones implumes todavía, y las manitas, cuyo pellejo rellenaba ya suave grasa, y cuyos dedos se redondeaban como los del niño Dios cuando bendice, la faz, esculpida en cera color rosa, la boca, desdentada y húmeda como coral pálido recién salido del mar, los piececillos, encendidos por el talón a fuerza de agitarse en gracioso pataleo, eran otras tantas menudencias provocadoras de ese sentimiento mixto que despiertan los niños muy pequeños hasta en el alma más empedernida: sentimiento complejo y humorístico, en que entra la compasión, la abnegación, un poco de respeto y un mucho de dulce burla, sin hiel de sátira.
Fuera de sí, agitado por un sentimiento desconocido para él, creyó apurar toda la hiel del sufrimiento humano, y como si su sangre hirviese y fermentara agolpándose a ofuscar aquel pobre cerebro, la idea del odio se irguió en él terrible y poderosa.
—¡Ay sin ventura! ¿adónde me lleva la fuerza incontrastable de mis hados? ¿Qué camino es el mio, o qué salida espero tener del intricado laberinto donde me hallo? ¡Ay pocos y mal esperimentados años, incapaces de toda buena consideracion y consejo! ¿Qué fin ha de tener esta no sabida peregrinacion mia? ¡Ay honra menospreciada, ay amor mal agradecido, ay respetos de honrados padres y parientes atropellados, y ay de mí una y mil veces, que tan a rienda suelta me dejé llevar de mis deseos! ¡Ó palabras fingidas, que tan de veras me obligastes a que con obras os respondiese! Pero ¿de quién me quejo, cuitada? ¿Yo no soy la que quise engañarme? ¿No soy yo la que tomó el cuchillo en sus mismas manos, con que corté y eché por tierra mi crédito, con el que de mi valor tenian mis ancianos padres? ¡Oh fementido Marco Antonio! ¿Cómo es posible que en las dulces palabras que me decias, viniese mezclada la hiel de tus descortesías y desdenes? ¿Adónde estás, ingrato, adónde te fuiste, desconocido? Respóndeme, que te hablo: espérame, que te sigo: susténtame, que descaezco: págame lo que me debes: socórreme, pues por tantas vias te tengo obligado.

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