Ejemplos con corríamos

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Recuerdo que tiré la lanza y que pelé el corvo viejo, le cerré las espuelas al matungo y cuando recordé corríamos como huracán detrás de los indios, que disparaban como alma que lleva el diablo.
Los oficiales que aún quedábamos en nuestros puestos corríamos en todas direcciones y procurábamos agrupar a los que aquí y allá se repartían.
Riley, por su naturaleza, era un personaje tan bueno y constante que corríamos el peligro de que las cosas acabaran siendo un poco aburridas.
Ya era día claro cuando corríamos por la ribera del Ebro.
¡Lo que corríamos! Unas veces aquí, otras en la provincia de Alicante, después por cerca de Albacete: siempre nos iban pisando los talones, pero nosotros, francés que pillábamos lo hacíamos polvo.
Concluída la obra, corríamos a oir el fallo de las señoras.
Recordábamos que teníamos que pasar por el cauce de un zanjón hondo y, previendo un cataclismo de animales cayendo, quebrándose, empantanándose en el fondo aquel, corríamos mal que mal, a impedir que así sucediera.
En tal guisa íbamos a la escuela, y después al paseo, con el ya citado mendrugo de pan en el bolsillo, comiéndole a retortijones mientras corríamos, saltábamos o nos contaban o contábamos cuentos de ladrones y encantados.
Entonces Daul'makán preguntó: ¿Y cómo habéis sabido el peligro que corríamos? Y ellos dijeron: Nos lo ha anunciado el venerable asceta, después de andar día y noche, para apremiarnos a fin de que viniésemos en seguida.
Los que habíamos sido huéspedes de la bella ciudad, corríamos a la estación cada vez que llegaba el vapor del Sur, con la esperanza de encontrar entre los tristes emigrados, algunos rostros amigos, y escenas patéticas de abrazos y lágrimas se repetían sin cesar.
Recuerdo que tiré la lanza y que pelé el corvo viejo, le cerré las espuelas al matungo y cuando recordé corríamos como huracán detrás de los indios, que disparaban como alma que lleva el diablo.
Los tiros, estimulados por el látigo y los gritos de los conductores, salieron a toda furia y pocos minutos después corríamos en pleno desierto.
Juntos corríamos por aquellos patios de construcción antigua y gritábamos enloquecidos de gusto.
Corríamos y corríamos por los llanos y bajábamos hasta el riachuelo cercano para pescar o para cazar algún sapo entre el bullicio de nuestras risas y exclamaciones de admiración.
Corríamos demasiado para continuar la conversación, y no nos detuvimos hasta llegar a nuestra cocina.
Corríamos de verdad, subiendo, bajando, atravesando las puertas, cayendo en las zanjas y tropezando con los juncos.
»Corríamos gran peligro, en todo el barrio se había producido un espantoso tumulto, nos iban a prender.
Corríamos, locos, a ver quién llegaba antes a cada higuera.
En la arena mojada de la orillita, dura como tabla, corríamos a lo loco.
Corríamos sin esperanza por delante de los brutos sedientos.
Corríamos, saltábamos, y el tiempo presente era el único que nos ocupaba.
»Pocas veces dejamos mi hermana y yo de ver brillar en el horizonte el primer rayo del sol: siempre juntas, siempre con los brazos enlazados, corríamos el valle, y cada día encontrábamos un nuevo placer.
Los dos corríamos de buena manera y ninguno sabía las calles.
Creímos que corríamos libres por las praderas.
¿Dónde estaba la santa y buena Madre? ¿En qué rincones o burladeros escondía su clásica persona? Imposible que dejara de conocer y calificar las turbulencias del terrible año que corríamos, pues para tal oficio y menesteres habíanla dado el ser los altos Dioses.
Nos corríamos hacia la fuente de Neptuno queriendo ganar la Carrera de San Jerónimo, cuando Casiana, atormentada por una idea, me habló de este modo: «Dime, Tito, ¿aquellas mujeres son damas o qué?.
Hicimos traer la cuarta, y cuando arrojamos el casco vacío, yo no sé ya si llovía o tronaba, lo que puedo decir es que la habitación se nos andaba alrededor, que bajamos la escalera a trompicones, ensillamos como pudimos y algunos minutos después corríamos a rienda suelta por el camino de Tarazona, sin cuidarnos más de los truenos, el granizo y la lluvia, que de las desazones del gran turco.
Era mala, en verdad, penosa y corríamos algunas veces grandes peligros, pero aquello me importaba poco, quería el trabajo rudo para mí y el bienestar y el descanso para Rosalinda.
- Nosotros corríamos, como digo, en lucha con el viento, a una altura inmensa sobre el nivel del mar, y ya muy próximos al fin de la Tierra.

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