Ejemplos con calman

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Ya después de la gran guerra, todo vuelve a la normalidad y se calman las aguas, la furia del dios ha cesado.
Aplicados en el baño suavizan la piel, calman los músculos doloridos y alivian las irritaciones de la piel producidos por quemaduras.
En eso aparecen los esbirros de Jack, que se calman al ver al oficial.
Con ella, los vecinos riegan sus cultivos, calman la sed y además da nombre al pueblo.
Pues aunque me veas animada y hasta de buen color, no pienses que mis penas se calman, ni que estoy menos desesperada que lo estaba en Villarejo.
Vamos a ver a los hombres guapos, a los salvadores de sociedades, a los que sacan el dinero de debajo de las piedras para equipar soldados, a los genios, como ahora se dice, a los que calman las olas revolucionarias con el.
Puedo vivir feliz sin la admiración del vulgo y los elogios de la prensa, tanto más cuanto que de casi todos los países civilizados del globo recibo testimonios de simpatía que me alientan y me calman.
Usted es la que se va a callar a ver si se duerme y se le calman los nervios.
Pero ¿y qué? ¿Sería él el primer reyezuelo que vamos viendo en España desde septiembre acá? ¿Y se calman los ánimos, se refrenan los odios o se conjuran los desencadenados elementos que hoy conmueven a la situación porque se instale en Madrid un magnate más o menos?.
El halago y las contemplaciones los calman alguna vez, la resistencia los espolea siempre.
Y el hombre, que andaba de cabeza porque la mujer, estando así, le daba cada sofión y a veces con el zorro de limpiar los polvos, de hoy más tiene que guisarse lo que come si no quiere despertar vomitando la cena como una embarazada y con retortijones de tripas que sólo se calman en el cementerio.
Pues aunque me veas animada y hasta de buen color, no pienses que mis penas se calman, ni que estoy menos desesperada que lo estaba en Villarejo.
¡y el diluvio de cosas!, andar, digo, deslizándose todo ello, sombrío y altisonante al mismo tiempo, por las encrucijadas misteriosas del asunto, dejando un cabo suelto en cada bardal, quiero decir, capítalo, y cuando ya nadie se entiende allí, y la novela es un montón de acontecimientos y una maraña de personajes, y están las pasiones para reventar, las víctimas extenuadas de hambre, rotas y descalzas y a las puertas de la cárcel, y los pícaros con el fruto de su rapiña asegurado, y el pastor haciendo contorsiones delante del juez conmovido, para romper a hablar, porque de pronto se descubrió un medallón o una cicatriz en el pecho del niño desvalido, o una marca con corona en el pañuelo de la menestrala, los rencores se calman, el acero se cae de las manos, el hombre malo prorrumpe: ¡hijo mío!, el hijo: ¡padre!, la duquesa: ¡hija!, la menestrala: ¡madre mía!, confundiéndose todos en un cuádruple abrazo, mientras el pastor exclama con un bramido formidable: ¡bendita sea la providencia de Dios!, y el juez, soltando la vara, repite, mirando al cielo: ¡bendita sea! ¿Hay nada más dramático y conmovedor? Todos estos lances me ponían a mí carne de gallina, me oprimían el corazón y la garganta, y arrancaban mudas lágrimas de mis ojos.
-Veo, padre mío, díjole el caballero después de algunos momentos de silencio, que esas sabrosas pláticas calman el hervor de mi sangre y desvanecen la sombría desesperación que se había apoderado de mi espíritu.

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