Ejemplos con calmaban

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Emigró a Montevideo y regresó al año siguiente, cuando las cosas se calmaban bajo el gobierno de Martín Rodríguez.
Ya se calmaban sus ansiedades artísticas, estaba más aplacada, con menos tensiones.
Las explicaciones sobre las revelaciones de San Juan calmaban las inquietudes de los cristianos preocupados por la cercanía del final de los tiempos, personificados en España por la invasión islámica y el fin del reino cristiano visigodo.
Pero ¿cómo, cuando la justicia y la opinión públicas ya se calmaban, viendo lógicamente explicado el misterio, podía surgir él otra vez para refutar esa explicación y denunciar el supuesto heroísmo de la joven, la supuesta infamia del asesino que por salvarse dejaba sufrir a una inocente? Al hacer tal cosa, habría dado la razón a los que le creían amante afortunado de la muerta y celoso rival del Príncipe! Cuanto mayor fuera el celo que desplegara al acusar a éste, cuando su inocencia parecía ya demostrada, tanto más naturalmente se habría creído que sólo un odio ciego lo animaba, y su amor por la Condesa habría sido la explicación de ese odio, de su deseo de venganza! ¡La confesión de la Natzichet había hecho olvidar su pasión y le permitía hasta evitar el mencionarla de nuevo, pero para proclamar mentida aquella confesión, debía intervenir aún más activamente que antes, insistir en el sentimiento que lo había unido a la Condesa, exponerlo a las sospechas profanadoras! ¡Sí, mas, para evitar tan intolerable daño, debía calladamente admitir la inocencia de Zakunine! ¡Y ante esa idea se sublevaba todo su ser: ¡no! si había un culpable era él! ¡Nadie más que él podía serlo!.
No puedo negar que las vociferaciones de aquellas estantiguas calmaban mi pena y me abrían horizontes de consuelo, extraño fenómeno, que no he podido explicarme.
Estos desahogos de un alma prisionera, asomándose a la reja para platicar con los transeúntes libres, que libres y dichosos eran a su parecer todos los seres que venían de la Mancha, calmaban la tristeza de la pobre señora.
Recordó muchas cosas, unas que le agitaban, otras que calmaban su inquietud, y por último la fe ciega que tenía en el afecto puro y sencillo de la que iba a ser su señora le confortaba singularmente.
Después se puso a rezar por lo bajo, y a medida que se le calmaban las angustias iba cerrando los ojos, hasta que acabó por quedarse dormido, y así dormitando y despertando a cada instante, pasó mucho tiempo.
Con tales suposiciones se calmaban algo los rigores del suplicio, y por momentos quedábase adormecida, mejor dicho, amodorrada.
El intenso calor iba destruyéndo-lo y parecía que nada podía salvarlo, pero todo era cuestión de aguantar hasta llegar la noche y no sucumbir, resistir, porque entonces su cuerpo se recuperaba y se calmaban sus terrores.
Es de advertir que los departientes ocupaban dos lados opuestos de una mesa del mejor café de aquella ciudad costeña que se menciona en la carta, que sobre la mesa había, amén de los codos de los dos personajes, un chocolate con mojicones y tostadas fritas, un platillo con pasteles y una copa llena de Jerez, en el lado correspondiente al joven Casallena, y a plomo de sus negras y no muy tupidas barbas, y en el otro lado, otra copa con un líquido refrigerante, que sorbía a ratos el hombre de la cara hosca, porque así se le calmaban ciertos dolores nerviosos del epigastrio, que a la sazón le mortificaban de tiempo en tiempo, que la mesa estaba junto a una de las puertas abiertas de par en par de la fachada principal del edificio, que declinaba la tarde, y que el ambiente salino que se respiraba desde allí, despertaba en los ojos nuevas y más fuertes ansias de contemplar el panorama grandioso que tenían delante en cuanto miraban hacia afuera, saltando por el estorbo de la abigarrada muchedumbre que hormigueaba en la empedernida faja que sirve de divisoria entre los edificios enfilados con el del café de que se trata, obras mezquinas de los hombres, y aquella incomparable marina, obra maravillosa de Dios.
Contemplando el espectáculo de su melancolía inmensamente humilde, se calmaban sus terrores de estar implorando la clemencia de Dios para un relapso.
Su padre había cerrado la taberna, muerto de miedo, y desde una ventana de arriba había declarado al pelotón de curiosos que le apostrofaban desde abajo, que estaba dispuesto a comerse todos los ejemplares del periódico que se le presentaran, si con ello se calmaban las iras reinantes contra él.
Ambos dolores se calmaban con aquel remedio.

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