Ejemplos con tumbaga

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Numerosas culturas precolombinas que destacaron por su rica orfebrería, como la de la Tolita, la tairona o la quimbaya, utilizaron la tumbaga para elaborar diversos objetos ceremoniales y adornos.
La tumbaga es el nombre que los españoles le dieron a una aleación de oro y cobre que fabricaban los orfebres indígenas de América.
Fundándose en raíces de palabras, cuyos tallos nadie conoce, dicen algunos que el origen de la raza no va más allá de la primera colonia fenicia, y hay quien afirma que lo de Almendrilla viene de un enorme peñón, así llamado, que sobre la cabeza de los moros dejó caer un Tumbaga desde las fragosidades en que D.
Decían unos que si ellas le miraban con buenos ojos, era por la esperanza de ser algún día dueñas de las riquezas de su padre, y alguien añadía que la brillante perspectiva de ser sobrina de Su Ilustrísima era lo que volvía locas a las beldades de las cercanías, pues Su Ilustrísima, es decir, el Obispo de la diócesis, era hermano del Tumbaga, y, por tanto, tío de Lázaro.
De tales encantos rodeada se alza la casa del tío Tumbaga, labriego querido y respetado en la comarca, como pudiera serlo cualquiera de sus antepasados cuando se cubría ante el Rey, y a quien más que el olivar o las tierras de pan llevar que constituyen su hacienda, envidian las mozas el hijo que Dios y su mujer, de común acuerdo, le dieron, a los nueve meses justos de matrimonio, allá por el año de mil ochocientos cincuenta y tantos.
Un gallo, desplegadas las alas y apoyado en sola una pata, recuerda que quien primero puso en su casa veleta de esta clase fue un Tumbaga, y el mote de la cinta que dice , no indica que algún Tumbaga hiciese algo que merezca ser tenido por gloriosamente egoísta, sino que uno de tan envidiable estirpe fue quien intervino en las diferencias que separaron a Fernando VII de Pepa la Naranjera.
Tres cabezas de moro en campo verde no recuerdan, como algunos pretenden, la salvaje hazaña de haber vencido a tres sectarios de Mahoma, sino la graciosa broma de un Tumbaga que en cierto baile de trajes se presentó vestido de berberisco con dos amigos.
Ni Carlos III hubiese podido ajustar el patriótico Pacto de familia, ni las fiestas reales de tiempo de Carlos IV hubieran tenido tanto lustre, a no mediar en las negociaciones y toreos un Tumbaga.
Y mientras Felipe III ocupó el trono, para mayor gloria de nuestro nombre y terror de nuestros enemigos, otro Tumbaga ilustró su apellido sirviendo los amorosos caprichos de Uceda, que era entonces como servir al Rey mismo.
Dicho sea de paso, ninguno se ha propuesto poner en claro cuál fue la cuna de tan ilustres varones, pero si tal hubiese sucedido, nada habría sacado en limpio, pues, llegando la indagación a ciertas épocas, se para como ante muro de piedra o cortadura de monte, sin que se pueda averiguar lo que hay de cierto sobre que el primer Tumbaga fuese uno de los que acompañaron a Túbal en su venida a España.
No es cierto que en tiempos del apocado Mauregato fuese un Tumbaga quien intervino en el famoso tributo de las cien doncellas.
No está probado tampoco que cuando Sancho el Bravo se sublevó contra su padre, por creerle chiflado y a manera de espiritista, fuese un Tumbaga quien le alentó en la criminal rebelión.
Bajo Carlos de Gante, cuando la nobleza castellana se hizo de turbulenta cortesana y de independiente palaciega, trocando hierros y armaduras por rasos y brocados, un Tumbaga fue el primero que se presentó en la corte llevando sobre los guantes de gamuza las armas de su escudo bordadas con sedas de colores.
Felipe IV y la Calderona no tuvieron confidente más fiel que Pedro de Tumbaga, y los bosquecillos del Pardo, las enramadas del Retiro, conservan todavía añosos troncos bajo los cuales el orgulloso magnate esperó, calado por el agua del cielo, a que el autor de cortase la sabrosa plática que en los camarines de aquellos palacios tenía con la famosa comedianta.
En los tiempos del prudente y piadosísimo Felipe II, no hubo auto de fe que achicharrara maldecidos y perniciosos herejes a que no asistiera cerca del monarca un Tumbaga.
Reinando Isabel I, un Tumbaga ideó poner cruces en las torres de la Alhambra.
Luego de llevarse ambas manos a las orejas, por si permanecían en su sitio las dos menguantes de tumbaga, diciendo para sí:, resueltamente se dirigió al herido.
Pendían del lóbulo de sus orejas dos lunas menguantes que parecían de oro, pero que, tocadas en la piedra de toque, estamos seguros, el más inexperto platero las habría declarado de ordinaria tumbaga.
Míe usté: esta tumbaga, que como valor no tiée valor ninguno, pero como virtú vale un millón.
Pos eso es una cosa bendecía, y to el que se pone esta tumbaga y es calvo, le crece el pelo.
Pus por qué si no por causa de esta tumbaga tiée hoy un pelo que le arrastra? Y Pepa.
-Que no vale, pos si no más que la tumbaga.
-No, si la tumbaga te la vas a llevar otra vez, si lo que quedan son las cucharas, que de malitas que están parecen tenedores, y la camisa está buena para cazar lúganos o chamarices.
Y como sé que el espejo me platicó en plata, pues en cuantito me dijo lo que me dijo, me dije yo: «Mira, Candelario, tú estás mu grave, pero que mu grave, la Chicharito tira más de ti que la resaca, y eso de que la Chicharito esté por tus peazos me parece a mí que nanai, que es grilla, y si te dejas llevar por la afición que le tiées y la conviertes en la mujer del Candelario, será mu posible lo que puée ser mu posible, ¿sabes tú?» Y cavila que te cavila en esto, me dije yo: «Vamos a ver, Candelario, si tú fueras a mercar una tumbaga, pongo por caso, lo primerito que tú harías antes de soltar los parneses sería llevarla al platero pa que la tocara en la piedra y enterarte de si era de oro de velón o si de oro de ley.
-¿Y usté me ha visto a mí alguna vez jaciéndole mohines a ninguna chavalilla como la Tumbaga, a la que no jace naíta de tiempo le velamos jugando al zorro que te vi ti a la gallinita ciega?.
-Güeno, pos bien, sí - dijo, tras breves instantes de silencio, el enamorado de Rafaela - le regalé una tumbaga y un ramillete de flores.
Con razón decían los de gusto más selecto del barrio que era Dolores entre las hembras de más tronío, lo que entre los luceros la luna, que tenía nuestra heroína por obra y gracia del Altísimo, como soles los ojos, los labios como la grana, los dientes como de marfil, oval el semblante, como la endrina de negro el pelo y más anillado que una tumbaga, y un cuerpo capaz de hacer levantarse de su sepultura a las momias del sexo viril que nos legaran los dignísimos faraones.
-Oiga usté, señá Dolores -exclamó en aquel instante el famoso Niño de la Tumbaga-.
Pepita la Ecijana no habíase dignado acoger con una sonrisa siquiera la salida del Niño, y ya disponíase a proseguir su camino, cuando díjole con voz acariciadora el de la Tumbaga:.

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