Ejemplos con tentadores

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Luego de dos exitosas temporadas, Televisión Nacional se interesa en ellas con ofrecimientos muy tentadores, de modo fundamental, la posibilidad de ser vistas por niños de Arica a Punta Arena.
Lo primero que se logra observar son carteles de ofertas y precios tentadores.
Pues bien: en esos días tentadores, persuadidos por esas músicas, embriagados con esos aromas, desvanecidos en ese aire voluptuoso, los adolescentes que no han amado todavía sentirán escaparse de su corazón la primera bocanada de fuego, notarán que serpea por sus venas una sangre más activa, verán en el aire luces de colores, y llorarán sin saber por qué.
Diome con el consejo informes y programas que me parecieron excelentes, y como no tenía a mis alcances otros recreos más tentadores y de mi gusto, opté por lo que se me proponía, y me dispuse en el acto a echarme a la montaña, que vale tanto allí como en el mundo culto y refinado «echarse a la calle», es decir, a la ventura de Dios, «a matar el tiempo».
»Sobre esto del ''yacht'', sólo le he dicho a usted que Nieves se perece por andar en él, y que su padre, menos aficionado que ella a esta diversión, cuando no quiere o no puede acompañarla, tolera muy gustosa que vaya sola conmigo y con el famoso Cornias, pero nada le he hablado de lo intrépida que es allí, de cómo se le revela el placer de que va poseída en el ardor de la mirada y en la gallardía de sus posturas, ni de cómo me tienta y seduce con palabras o con gestos más tentadores que ellas, a que fuerce y obligue al balandro a hacer lo que yo no quiero que haga, ni debe de hacer cuando lleva una carga tan preciosa.
¡Cómo se ríe cuando está en el ataque! Tiene los ojos llenos de lágrimas, y en la boca unos pliegues tentadores, y dentro de la remonísima garganta suenan unos ruidos, unos ayes, unas quejas subterráneas, parece que allá dentro se lamenta el amor siempre callado y en prisiones ¡qué sé yo! ¡Suspira de un modo, da unos abrazos a las almohadas! ¡Y se encoge con una pereza! Cualquiera diría que en los ataques tiene pesadillas, y que rabia de celos o se muere de amor.
Ella, al disponerse, en la mañana de un día de su santo, en que cumplía los trece años, a salir, como de costumbre, a hacer la diaria colecta, se encontró con que su madre, al verla saltar del lecho, cogiola por un brazo, y sin decir oste ni moste, y después de dejarla tal y como la pusiera en el mundo, la colocó sobre un barreño lleno de agua cristalina, empuñó casi toda una barra de jabón, y minutos después salía otra de entre sus manos y de entre las jabonosas espumas del barreño, aquella Venus de tez tostada en cuyas formas empezaba a poner la pubertad sus hechizos más tentadores.
Durante algunos minutos los ojos de Rosario recreáronse en la contemplación de tantos adornos tentadores.
Ya hemos dicho que era el suyo uno de los pocos ventorrillos de esta nuestra tierra natal donde la buena fortuna había olvidado un punto su índole veleidosa y tornadiza, y gusto da penetrar en el establecimiento y ver cómo, a los rayos del sol, relucen las pintadas cuarterolas, la siempre bien fregada solería, las paredes, cuyo intenso blancor manchan acá y acullá y no muy artísticamente por cierto, algunas mal trazadas siluetas de bebedores en grotescas actitudes, el pequeño mostrador forrado de cine, en uno de cuyos extremos tientan a los inapetentes algunas fuentes de anchoas aliñadas y otros no menos tentadores aperitivos entre los que juzgamos dignos de mención, un Montánchez legítimo a medio consumir y las más gordas aceitunas que dieron hasta hoy, sin duda, los olivares sevillanos.
El sol cae esplendoroso sobre la mitad de la calle, iluminando con sus rayos de estío las húmedas y floridas macetas que embellecen las rejas y los balcones de las humildes viviendas, la ropa que puesta a secar en improvisados tendederos ondula cual brillantes banderolas, el viejo y ruinoso muro por encima del cual asoma el árbol su frondosísimo ramaje, los umbrales solitarios de los pobres edificios en los cuales sólo algún que otro rapaz encuerino osa retar al sol con inconsciencias infantiles, la gran cortina roja de la barbería del Cariñena y la azul del hondilón de Cayetano, el puesto de Cloto la Pipiola, que defiende sus poco tentadores confites y chucherías oseando las moscas con un largo mosquero de papel, y una nasa en que resguardadas de una insolación por un trozo de estera fuera de uso, dormitan perezosas algunas gallinas y un gallo de pluma tornasolada.
Así hablaron los demonios tentadores y yo les contesté en la siguiente forma: Hacedlo vosotros así, pero yo sigo mis prácticas como voy, porque soy miembro de la Logia-Blanca.
Cabalmente estimaban ellas los ratos de acostarse y de levantarse como los más tentadores y al caso para computar noticias, redondear resúmenes y cambiar impresiones.
Sus labios tentadores suplicaban con tal malicia, que los mozos consintieron.
Por cierto que para ponernos en guardia contra una cosa tan evidente, nos dice el propio Profeta: ¡No prolonguéis vuestras miradas sobre los mozuelos sin barba, porque tienen ojos más tentadores que los de las huríes!.
Son esas Palabras: ¡No prolonguéis vuestras miradas sobre los mozuelos sin barba, porque tienen ojos más tentadores que los de las huríes! Ya ves que se trata de una alabanza directa a las huríes del paraíso, que sirven de término de comparación, siendo mujeres y no mozos.
La viuda no era mala mujer, pero, pobre como era, se relamió, al oír los consejos tentadores de Gusanillo.

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