Ejemplos con temiendo

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Que no le importa un rábano a nadie de fuera de esta casasaltó Juana con acento brusco, temiendo que la intrusión de un tercero pudiera torcer la marcha de aquel asunto que tan a su gusto caminaba.
como ha llorado, hermano cura, temiendo que no viniera! ¡Pobre muchacha!.
El pueblo se conmovió, temiendo que fueran a diezmarse las familias, los jóvenes se ocultaron y las mujeres lloraban.
Muchas veces, al entrar en las habitaciones de la torre para pasar un rato con ellos, cesaban repentinamente en la conversación y le miraban con zozobra, temiendo, sin duda, que pudiera escuchar sus palabras.
Si no rompió con el Pontificado fue porque, temiendo éste que los soldados de España, que habían entrado dos veces en Roma, se quedasen en ella para siempre, se allanaba a todas sus imposiciones.
Pero el fugitivo, por un resto de prudencia, mostrábase con las sotanas, como él decía, fríamente cortés y reservado, temiendo que le expulsarán si manifestaba su pensamiento.
El hambre luchaba en él con la sed, pero temiendo a ésta mucho más, arrojaba a un rincón aquellos alimentos cargados de sal, como si fuesen veneno.
De repente, cesaba de tocar en el pasaje más interesante y reanudaba su charla, como temiendo que en su continua distracción se le evaporasen las ideas.
Llegaban hasta ellos los comentarios que se permitían los canónigos en la sacristía, pero los humildes servidores guardaban un silencio receloso cuando se repetían estas murmuraciones en su presencia, temiendo ser delatados por el vecino, que tal vez ambicionaba su puesto.
Hasta algunas veces había visto de lejos a , que paseaba por la huerta como bandera de venganza su cabeza entrapajada, y el valentón, a pesar de que estaba repuesto del golpe, huía, temiendo el encuentro tal vez más que Batiste.
Temiendo a las compañeras que seguían su mismo camino, entreteníase en la fábrica algún tiempo, dejándolas salir delante como una tromba, de la que partían escandalosas risotadas, aleteos de faldas, atrevidos dicharachos y olor de salud, de miembros ásperos y duros.
En el centro del corro los enormes jaulones, donde aleteaban inquietos los pajarracos de la Albufera o los pardos palomos, estremeciéndose a cada descarga, temiendo que les tocase el turno de volar por entre la lluvia de plomo, y junto a ellos el héroe de la fiesta, el , un mocetón despechugado, al aire los bíceps de hércules, limpiándose el sudor, girando como una peonza, haciendo toda clase de muecas y voceando la frase sacramental ¡! antes de soltar las alas que oprimía entre sus manos ¡Allá va! Y aquello era una batalla.
Pasaba el día pensando en su Tónica, abandonaba la tienda a las horas en que aquélla tenía que salir por algún encargo de sus parroquianas, y por la calle iba al lado de ella, orgulloso como un triunfador, temiendo que le viera la mamá y deseando al mismo tiempo encontrarse con sus hermanas, para que éstas aprendiesen a distinguir y no le tuvieran por un pazguato incapaz de tener novia.
Andábase con dificultad, temiendo meter el pie en las esteras de esparto redondas y de altos bordes, en las cuales amontonábanse, formando pirámide, las lustrosas castañas de color de chocolate y las avellanas, que exhalaban el acre perfume de los bosques.
Yo estoy temiendo que siga malo, pero me tranquiliza la idea de que a ser así ya hubieran venido por Sarmiento, que es el médico de allá, aunque quién sabe si, por estar más cerca, llamarían a alguno de Pluviosilla.
No ha venido el mozo en toda la semana, y por acá estamos con mucho cuidado, temiendo que el Padre siga malo.
Y sin esperar respuesta, dio media vuelta y salió de la casa a toda prisa, temiendo sin duda que su tía le agarrase por los faldones.
No quisieron ellas variarle la difícil postura, temiendo que si le tocaban, se alborotaría de nuevo y les daría otra jaqueca.
¡Cuánto me alegro!dijo Fortunata por decir algo, y miró a la calle al través de los cristales, temiendo que le leyeran en la cara los pensamientos que la canonjía de su cuñado le sugería.
Entonces sí demostró que en el fondo de su ser existían instintos y sentimientos maternales, entonces sí que abrazó y besó con efusión tiernísima a la hija que había llevado en sus entrañas Y tanto se excitó, que temiendo le diera un síncope, quitáronle de los brazos a la nena.
Juan la siguió, temiendo que le acometiese un acceso de desesperación.
Iba a decir , pero temiendo no pronunciar bien palabra tan difícil, la guardó para otra ocasión, diciendo para sí: No metamos la pata sin necesidad.
Barbarita no gustaba de prodigar su tesoro, y apenas acercaba el papel a las respingadas narices de las otras, lo volvía a retirar con movimiento de cautela y avaricia, temiendo que la fragancia se marchara por los respiraderos de sus amigas, como se escapa el humo por el cañón de una chimenea.
Mas, en efeto, temiendo la máquina de tantos pertrechos, determinó de hablarle comedidamente, y así, le dijo:.
Rióse Camila del ABC de su doncella, y túvola por más plática en las cosas de amor que ella decía, y así lo confesó ella, descubriendo a Camila como trataba amores con un mancebo bien nacido, de la mesma ciudad, de lo cual se turbó Camila, temiendo que era aquél camino por donde su honra podía correr riesgo.
Y ¿qué temor de necesidad y pobreza puede llegar ni fatigar al estudiante, que llegue al que tiene un soldado, que, hallándose cercado en alguna fuerza, y estando de posta, o guarda, en algún revellín o caballero, siente que los enemigos están minando hacia la parte donde él está, y no puede apartarse de allí por ningún caso, ni huir el peligro que de tan cerca le amenaza? Sólo lo que puede hacer es dar noticia a su capitán de lo que pasa, para que lo remedie con alguna contramina, y él estarse quedo, temiendo y esperando cuándo improvisamente ha de subir a las nubes sin alas y bajar al profundo sin su voluntad.
Todos estos coloquios pasaron entre amo y criado, y, temiendo don Fernando y Cardenio que Sancho no viniese a caer del todo en la cuenta de su invención, a quien andaba ya muy en los alcances, determinaron de abreviar con la partida, y, llamando aparte al ventero, le ordenaron que ensillase a Rocinante y enalbardase el jumento de Sancho, el cual lo hizo con mucha presteza.
No hay hueco de peña, ni margen de arroyo, ni sombra de árbol que no esté ocupada de algún pastor que sus desventuras a los aires cuente, el eco repite el nombre de Leandra dondequiera que pueda formarse: Leandra resuenan los montes, Leandra murmuran los arroyos, y Leandra nos tiene a todos suspensos y encantados, esperando sin esperanza y temiendo sin saber de qué tememos.
Ve, amigo, y guíete otra mejor ventura que la mía, y vuélvate otro mejor suceso del que yo quedo temiendo y esperando en esta amarga soledad en que me dejas.
Sancho, que vio partir a su amo para tomar carrera, no quiso quedar solo con el narigudo, temiendo que con solo un pasagonzalo con aquellas narices en las suyas sería acabada la pendencia suya, quedando del golpe, o del miedo, tendido en el suelo, y fuese tras su amo, asido a una acción de Rocinante, y, cuando le pareció que ya era tiempo que volviese, le dijo:.

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