Ejemplos con segaba

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Cuando se segaba a mano, en pleno verano, las migas eran la comida que el dueño llevaba a los segaores hasta la misma finca en donde estaban segando.
Un momento después una bala de cañón le segaba la vida al teniente de navío don Joaquín de Salas, y unos doce segundos después, otra bala de cañón le arrancaba una pierna al teniente de navío Matute.
Bien esperaba yo en el cielo que ántes que estos mis ojos se cerrasen con el último sueño te habia de ver, hijo mio, y ya que te he visto, venga la muerte, y lléveme desta cansada vida: Has de saber, hijo, que en esta villa vivió la mas famosa hechicera que hubo en el mundo, a quien llamaron la Camacha de Montilla: fué tan única en su oficio, que las Eritos, las Circes, las Medeas, de quien he oido decir que están las historias llenas, no la igualaron: ella congelaba las nubes cuando queria, cubriendo con ellas la faz del sol, y cuando se le antojaba, volvia sereno el mas turbado cielo: traia los hombres en un instante de lejas tierras: remediaba maravillosamente las doncellas que habian tenido algun descuido en guardar su entereza: cubria a las viudas de modo que con honestidad fuesen deshonestas: descasaba las casadas, y casaba las que ella queria: por diciembre tenia rosas frescas en su jardin, y por enero segaba trigo, esto de hacer nacer berros en una artesa, era lo ménos que ella hacia, ni el hacer ver en un espejo, o en la uña de una criatura, los vivos o los muertos que le pedian que mostrase: tuvo fama que convertia los hombres en animales, y que se habia servido de un sacristan seis años en forma de asno real y verdaderamente, lo que yo nunca he podido alcanzar cómo se haga, porque lo que se dice de aquellas antiguas magas, que convertian los hombres en bestias, dicen los que mas saben, que no era otra cosa sino que ellas con su mucha hermosura y con sus halagos atraian los hombres de manera a que las quisiesen bien, y los sujetaban de suerte sirviéndose dellos en todo cuanto querian, que parecian bestias, pero en tí, hijo mio, la esperiencia me muestra lo contrario, que sé que eres persona racional, y te veo en semejanza de perro, si ya no es que esto se hace con aquella ciencia que llaman tropelía, que hace parecer una cosa por otra.
Venían a menudo a verme el Cura don Sabas y Neluco, y pasaban conmigo largos ratos, continuaba la tertulia de la noche muy concurrida y animada, presidíala yo con la mayor asiduidad, y hacía de tripas corazón para creerme muy divertido en ella, o para darlo a entender delante de aquellos rústicos y buenos tertulianos, ocupábame a ratos en despachar mi correspondencia o en arreglar los papeles y cuentas de la testamentaría, hablaba con Facia y me complacía en ver cómo, creyéndose ya, en virtud de las noticias traídas por el juez municipal de marras, y de mis subsiguientes reflexiones, libre para siempre de la cruz que tanto la había oprimido, y dando por guardado en el fondo de una sepultura el secreto de lo que podía ser afrenta para su hija, iba la pobre mujer tornando a la vida, y recobrando poco a poco las extenuadas fuerzas de su espíritu, llorando y rezando a la vez por el hombre desventurado, muerto con el alma manchada de negras intenciones, tras una vida azarosa y criminal, gozábame también en descifrar en el impenetrable continente de Chisco ciertos confusos caracteres que delataban en los adentros de su pechazo un regocijo manso y profundo desde la herencia de la «pilá de onzas», y en tirarle de la lengua para saber cómo andaba desde entonces en sus tratos y amistades con la familia del Topero, el cual, según mis noticias, se había humanizado mucho con él y hasta «le echaba memoriales con los ojos» y aun con algunas indirectas demasiado insinuantes, interesábame de veras Pito Salces, que andaba amurriadote y receloso temiendo que hubieran cambiado las buenas disposiciones de Tona hacia él desde que era rica por su madre, y hasta por sí propia, tomando el pobre por desdenes el pasmo, muy natural, en que cayó la mozona en aquellos días de lances gordos, salía de casa algunas veces para ventilar un poco las ideas y estirar los miembros entumecidos, aunque hallaba siempre el suelo como una esponja encharcada, y frío el sol que iluminaba el valle, mientras me segaba las barbas el ambiente que no apagaba una cerilla, y tenía que volverme a mi agujero sin haberme atrevido a descender el pedregal por donde querían conducirme los impulsos de mi necesidad de departir con alguien que me comprendiera, tramábala con Chisco después, o con el primero que se me pusiera por delante, y, en fin, hasta procuraba, siguiendo las enseñanzas bucólicas de Neluco, descender con mi razón, más luminosa, a las tenebrosidades de aquellos hombres para hallar el nivel apetecido y con él el prometido deleite, pero aun así, me sobraban horas y horas eternas de soledad y de silencio en aquellos páramos envejecidos y negros en que resonaba el eco de mis pasos febriles como si los diera bajo las bóvedas sombrías de un calabozo, y por donde quiera que la mirara, aquella mi labor heroica para hacer la vida más llevadera no venía a ser otra cosa que labor de encarcelado, hasta con el tenaz, profundo y tentador deseo de escaparme.
Allá en su rica fantasía, segaba a montones cuantas flores brotan en las faldas del Helicón y del Parnaso, lozanas y olorosas por el fecundo riego de las fuentes Hipocrene y Castalia, y con estas flores adornaba y cubría su declaración de amor a doña Costanza, pero no bien apartaba de nuevo las flores, y quedaba la declaración escueta, el doctor no veía sino esta fórmula prosaica: «Tráeme los tres o cuatro mil duros de renta, que me hacen mucha falta.

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