Ejemplos con plácida

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

La vida discurre plácida y silenciosa, como un regalo, ajena al vértigo de las grandes ciudades.
Además de los elementos normales, como frutas y búcaros con flores, Echevarría gusta de añadir la personalidad de un libro, de una fotografía, de parte de un cuadro colgado en la pared, sin olvidar la policromía del tapete, y todo ello, resuelto con colores fríos, generalmente verdes y amarillos los predominantes, acentúa la seducción de esta atmósfera plácida y amiga.
En el primer mes de esta nueva vida, un suceso extraordinario turbó su plácida tranquilidad.
Se juntaban todos para tirar con fuerza diabólica de los rebaños de hombres que se lanzan a la conquista de un ideal nuevo y extraordinario, restableciendo con violenta reacción la calma de la vida, que aman silenciosa y plácida, con susurros de hierbas mustias y aleteos de mariposas blancas: una dulce calma de cementerio dormido bajo el sol.
Cuando terminaban las fiestas y Sóller recobraba su plácida calma, el pequeño Jaime pasaba los días correteando por los naranjales con Antonia, la vieja Antonia de ahora, que era entonces una mujerona fresca, de blancos dientes, curvo pecho y pisada fuerte, viuda a los pocos meses de matrimonio y perseguida por las miradas ardorosas de toda la payesía.
Los que hayan leído , , y aquellos incomparables cuadros cortos de las dos series de las , entre los cuales sobresale el no bastante conocido de , aquí encontrarán, sin que el autor se repita, el mismo mundo de alegría franca, de plácida honradez, de salud rústica, con que ya están familiarizados.
Vió con la imaginación la plácida vida de la estancia, los juegos de la chiquillería rubia, que él acariciaba a espaldas del abuelo, antes de que naciese Julio.
La guerra de trincheras mantenía a éstos en plácida obesidad.
¡Oh tardes de plácida lectura junto a la chimenea del estudio, oyendo chocar la lluvia en los vidrios del ventanal!.
Los coches vacíos volvieron a ocupar su lugar en la fila y los rivales a muerte reanudaron su plácida y risueña conversación.
Luego pasó a la acera del mar, avanzando hacia Ferragut con plácida sonrisa, saludándolo de lejos como a un amigo cuya presencia nada tiene de extraordinaria.
El sentimiento religioso, dormido hasta entonces, con todos los demás, en el fondo de su alma plácida y serena, despertábase potente al impensado choque.
Cecilia se acercó a él con paso firme y le alargó la mano con la misma plácida sonrisa de siempre.
Y la madre parecía que quería adelantar una objeción, y la mujer hermosa, que en realidad, en fuerza de la plácida beldad de Leonor, había concebido por ella un tierno afecto, decía precipitadamente estas buenas razones, que la madre veía lucir delante de sí, como puñales encendidos.
Reía con la alegría de una vejez sana y plácida, sus sesenta años, como ella afirmaba, estaban limpios de todo daño al semejante.
Un vaso de horchata helada de chufas estaba en medio, y ambos metían dentro la cuchara, tragándose él con delicia cuanto salía, mirándole ella con plácida sonrisa y mojando apenas su cuchara, como si le dejase a él saborear a sus anchas la golosina y le bastase a ella saborear la dicha inmensa de ser aquel un obsequio del hijo de su alma.
Jamás hubo despertar tan alegre como el que tuvieron al otro día los colegiales de Guichon, tenía aquello algo del despertar de los pájaros cuando en una mañana de mayo se lanzan del nido, al primer rayo de la aurora, y estalla su alegría, ruidosa, alborotada, comunicativa, derramándose por entre el follaje de los árboles como una cascada de alegres trinos, que llega hasta el fondo del alma y la conmueve, la arrastra y despierta en ella paz, gozo, consuelo y plácida gratitud hacia Dios.
Sé tú mi redentora, disipa esas tinieblas que suelen nublar mi alma, y torna en plácida aurora las noches de mi espíritu.
De mi madre heredé plácida dulzura para la debilidad, sumisión respetuosa para todo acto de justicia, tendencia irresistible para compadecerme del ajeno dolor, y cierta delicadeza femenil que me ha causado muchas amarguras.
El cielo menguaba en luces, y una apacible claridad glauca, pura como la atmósfera y plácida como el fresco vientecillo que mecía los cipreses, iba inundando el firmamento.
Acepta el amor que te ofrezco, Angelina, noble, sencillo, puro, ese amor renueva en mí la plácida ilusión de los quince años, tímida flor de pélalos embalsamados que se abre al rayo apacible de tus miradas, regada con el llanto de tempranos infortunios.
¿No ves que a cada momento te traicionan tus miradas? El cielo nos ha reunido bajo el mismo techo, como para decirnos: ¡Amaos! ¡Amaos! Y te amo, dulce y buena niña, te amo con la plácida ternura de los primeros años de la vida.
Confieso que al ir copiando estas páginas, escritas hace cuatro lustros, y tanto tiempo olvidadas, torna y se apodera de mi alma árida y triste aquella plácida melancolía de mi penosa juventud, confieso que al copiar los capítulos de esta historia amorosa, viene a mi memoria el recuerdo de aquellos días, y de mis ojos, que ya no saben llorar, rueda una lágrima.
Su risa plácida no parecía la de un demente.
Por la noche fueron todos a casa de doña Casta, quien tomó por su cuenta a Maxi, prodigándole mil cuidados, ofreciéndole golosinas, y tratando de refrescarle el cerebro con una plácida disertación sobre las aguas de Madrid, y sobre las propiedades por que se distinguen las de la Acubilla, Abroñigal, y fuente de la Reina, de las de Lozoya.
Era sin duda cosa delicada para dicha delante de testigos, y estos eran: Olmedo con Feliciana, el pianista ciego, que en los descansos solía agregarse a aquella plácida tertulia, y una señora jamona, fiel parroquiana del café de nueve a doce.
Su existencia plácida y ordenada, reflejábase en su persona pulcra, robusta y simpática.
Orgullo y alegría inundaron el alma de la atrevida mujer al mirar en su propia mano la representación visible de Dios ¡Cómo brillaban los rayos de oro que circundan el viril, y qué misteriosa y plácida majestad la de la hostia purísima, guardada tras el cristal, blanca, divina y con todo el aquel de persona, sin ser más que una sustancia de delicado pan!.
A todas estas el cajón del dinero no se abría ni una sola vez, y a la vara de medir, sumida en plácida quietud, le faltaba poco para reverdecer y echar flores como la vara de San José.
Salió, al fin, el sol, y su primer rayo penetró en la sala, bañando de fúlgida luz la plácida figura de Manuel Venegas.

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