Ejemplos con orgullo

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

con cuidado con gusto con facilidad con orgullo con frecuencia con silencio con perfección con suavidad.
Esta persistencia del orgullo de casta, aunque envuelto en blandas maneras, era el único ángulo rígido de su carácter, y por este lado llegaba en ocasiones a extremos de dureza e insensibilidad, inconscientemente, y, por lo tanto, sin remordimiento.
¡Oh embriaguez sublime! Estos lances, de los que contaba muchos en la vida, eran todo su orgullo, toda su gloria.
No es vanagloria, no es orgullo satánico, es la verdad.
Cosa sorprendente: Apolonio asistía sin enojo, antes con orgullo, al vencimiento de sus gallos.
De aquí que Apolonio asistiese sin enojo, antes con orgullo, y aun con satisfacción íntima, al vencimiento de sus gallos.
Estoicorespondió con maravillosa dignidad y orgullo Belarmino, a quien repentinamente se le había revelado el sentido de aquella palabra, oída de labios del señor Colignon.
Hablo, pues, de CERVANTES, de ese hijo de la ESPAÑA, que más tarde será su orgullo, y que ahora perece en la más espantosa miseria.
“¡Salve, oh, tú, el más grande de los hombres, hijo predilecto de las Musas, foco de intensa luz que alumbrará a los mundos, salve! Loor a tu nombre, hermosa lumbrera, en cuyo derredor girarán en lo futuro mil inteligencias, admiradoras de tu gloria! ¡Salve, grandiosa obra de la mano del Potente, orgullo de las ESPAÑAS, flor la más hermosa que ciñe mis sienes, yo te saludo! ¡Tú eclipsarás las glorias de la antigüedad, tu nombre escrito en letras de oro en el templo de la Inmortalidad, será la desesperación de los demás ingenios! ¡Gigante poderoso, serás invencible! Colocado como soberbio monumento en medio de tu siglo, todas las miradas se encontrarán en tí.
Apenas si se acordaba del pobre , y sintió el orgullo del propietario cuando en el puente y en el camino volviéronse algunos de la huerta a examinar el blanco caballejo.
Muchos fingían indignación ante la brutalidad de esta porfía , pero en el fondo de su ánimo escarabeajaba cierto orgullo por el hecho de ser tales hombres sus vecinos.
La fuente de la Reina era el orgullo de toda aquella parte de la huerta, condenada al agua de los pozos y al líquido bermejo y fangoso que corría por las acequias.
La huerta estremecíase de orgullo viendo cómo se perdía aquella riqueza y los herederos de don Salvador se hacían la santísima.
Cuando en época de cosecha contemplaba el tío los cuadros de distinto cultivo en que estaban divididas sus tierras, no podía contener un sentimiento de orgullo, y mirando los altos trigos, las coles con su cogollo de rizada blonda, los melones asomando el verde lomo a flor de tierra o los pimientos y tomates medio ocultos por el follaje, alababa la bondad de sus campos y los esfuerzos de todos sus antecesores al trabajarlos mejor que los demás de la huerta.
La labradora, apretando los labios con un mohín de orgullo y desdén para que las distancias quedasen bien marcadas, comenzó a ordeñar las ubres de la dentro del jarro que le presentaba la moza.
Pero su espíritu de mujer honrada y enferma sabía sobreponerse a esta impresión, y continuaba adelante con cierta altivez vanidosa, con un orgullo de hembra casta, consolándose al ver que ella, débil y agobiada por la miseria, aún era superior a otras.
Su madre era una tramposa capaz de todos los enredos y vergüenzas para conservar el falso oropel de su vida, su madre despreciaba las murmuraciones que herían hondamente el honor de la familia, dejaba a las hijas que se arrojasen en el peligro, arrastradas por la desesperada audacia de cazar un novio, y al final se entregaba como una perdida en brazos de un amigo de su esposo, se vendía infamemente cuando estaba próxima a la vejez, manchando todo su pasado, por una necesidad del orgullo.
El joven elegante, admiración y orgullo de la mamá, olía a vino, y con palabrotas de las más soeces explicaba lo que acababa de ocurrirle.
Y en su credulidad de calavera viejo e inocente echaba el cuerpo atrás con cierto orgullo, como si estuviera convencido de que sus prendas personales habían influido en tan asombrosa conquista.
Y doña Manuela, repasando sus escasos conocimientos históricos, halagaba su orgullo y creíase casi igual a una soberana destronada que cae en la pobreza.
El cochero celebraba sus picardías de animal viejo y brioso, tenía orgullo en decir que era muy bravo y sólo por él se dejaba manejar, y ahora estaba allí tendido de costado sobre el estiércol, inmóvil como carne muerta, agitando alguna vez con ronco estertor el redondo pecho y levantando un poco la cabeza para lanzar en torno suyo la mortecina y lacrimosa mirada.
Y la pobre mujer, toda susceptibilidad y orgullo, sintió que algo caliente se agolpaba a sus ojos, y hubo de hacer esfuerzos para no llorar.
Las carcajadas del público enardecían a los borrachos, les hacían sonreír con orgullo, y los dos redoblaban sus saltos y contorsiones.
Un sentimiento de orgullo le invadía al contemplar a su familia tan esplenderosa en aquel ambiente cargado de luz y de perfume, y hasta ciertos instantes le faltó poco para llamar a Amparito y hacerle un cariñoso saludo.
Concha y Amparo recibían una ovación y doña Manuela, roja de orgullo, repartía sonrisas y pesetas a todo el enjambre de diablos negros, voceadores y gesticuladores que se agolpaba bajo el balcón.
El matrimonio tomó asiento en el sofá, lugar preferente del salón, honra que hizo enrojecer de orgullo a la antigua criada.
Ante su mostrador desfilaban la bizarra labradora y la modesta señorita, atraída por la abundancia de géneros de aquel comercio a la pata la llana que odiaba los reclamos, ostentando satisfecho su título de , y cifraba su orgullo en afirmar que todos los géneros eran del país, sin mezcla de tejidos ingleses o franceses.
Y no porque la envidia o el orgullo fuesen causa de ello, que tales pasiones no tenían morada en aquel corazón generoso y sencillo, sino porque debido a las torpes murmuraciones villaverdinas o a presentimientos y recelos, muy naturales en una niña que ama y cree que es amada, la pobre Linilla temió, aun antes de corresponder a mi amor, que yo me prendara de Gabriela, cuya belleza y elegancia, no podían ser vistas sin interés por ningún mozo de mi edad.
El amor que Angelina me inspiraba no era ese que nos promete dichas y venturas, lisonjeando nuestra vanidad, halagando nuestro orgullo, y despertando risueñas esperanzas, ni ese otro abrasador, apasionado, que nos encadena a las plantas de soberbia beldad, sumisos a su capricho, esclavos de su hermosura, desesperados si nos desdeña, locos de felicidad si nos favorece con una sonrisa.
Pero aquella viva llamarada de su orgullo ofendido y de su pensamiento descubierto pasó rápidamente dejándola pálida y verdosa.

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