Ejemplos con oprimían

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Le oprimían, le asfixiaban, eran millones de millones: todo el pasado de la humanidad.
Iba a perecer descuartizado por aquellas manos invisibles que le oprimían como tenazas, tirando de sus miembros hasta hacerlos crujir.
Con la sonrisa beatífica de los fumadores de opio, aceptaba la caricia turbadora de sus labios, el enroscamiento de sus brazos, que le oprimían como boas de marfil.
Los obreros se oprimían, se estrujaban, ansiosos por ver lo que pasaba abajo.
Pues no pereció de una sola herida mortal, como Cleónibroto en Leuctras resistiendo a los enemigos que le oprimían, ni como Ciro y Epaminondas persiguiendo a los que ya cedían y asegurando la victoria, sino que éstos murieron como a reyes y generales correspondía, y Lisandro tuvo la muerte de un escudero o de un correo, con la nota de haberse sacrificado sin gloria, confirmando la opinión de los antiguos Esparciatas, que con razón aborrecían los combates murales, en los que no sólo de la mano de un hombre cualquiera, sino de la de un muchacho o de una mujer acontece morir herido el más esforzado, como se cuenta de Aquiles haber sido muerto por Paris en las puertas de Troya.
Luchaba en una ocasión, y viéndose muy estrechado por el contrario, al tiempo que hacía esfuerzos para no caer, levantó los brazos de éste, que le oprimían, y parecía que iba a comérsele las manos.
El castillo de cartón pintado, parecíanos real y efectiva fortaleza, en cuyos muros los enemigos de nuestra religión oprimían y vejaban a la patria.
Pero concedamos que al principio de la contienda tomaran el partido de no restituirla, no dudo que al ver caer tanto Troyano combatiendo con los griegos, al ver Príamo muertos en las refriegas no uno u otro, sino los más de sus hijos, pues morir los veía si se ha de dar crédito a los poetas, a vista de tales destrozos y tamañas pérdidas como les iban sucediendo, no dudo, repito, aun cuando el mismo Príamo fuera el amante de Helena, que a trueque de librarse de tantos desastres como entonces le oprimían, la volviera por fin enhoramala a los aqueos.
como se pedía, -respondió Irene, temblándole la voz, igual que la mano entre las dos del otro que se la oprimían ardorosamente, como la mejor y más elocuente expresión de gratitud.
Rosalía parecía dormida, sus cabellos encrespábanse como un reluciente oleaje alrededor de su cabeza, la muerte había devuelto a su rostro la belleza que amortiguaran horas antes las contracciones del dolor, y una serenidad que tenía algo de celeste beatitud, enseñoreábase de aquella faz que con los grandes ojos entornados parecía como sumida en un a modo de plácido sopor, sus manos, cruzadas sobre el pecho, oprimían el blanco escapulario que le llevara don Leovigildo minutos antes, y los tallos de algunas flores, cuyo blancor competía con el del sudario que envolvía modelándolas sus formas rígidas y descarnadas.
Trabajemos, ahora que ha roto las ligaduras que le oprimían, para que sea de la patria y de la libertad.
Sintió que unas manos trémulas, ásperas con las escamas de la vejez, oprimían las suyas.
«Yo soy mi alma», dijo entre dientes, y soltando las sábanas que sus manos oprimían, resbaló en el lecho, y quedó supina mientras el muro de almohadas se desmoronaba.
-El gabinete no era grande, eran muchos los muebles, y los contertulios se tocaban, se rozaban, se oprimían, si no había otro remedio.
No se atrevía a coger con la otra mano las tenazas que la oprimían, y no se libraba de ellas aunque seguía sacudiendo el brazo.
Dorotea desmayaba, pero conteniendo los latidos de su corazón rechazó dulcemente los brazos que la oprimían y lo encaminó hacia la puerta.
Unas manos oprimían su garganta, impidiéndole pedir auxilio.
Un silbido muy original de Chisco, el latir de un perrazo poco después, una luz tenue y errabunda aparecida de pronto, la detención repentina de mi caballo, tras el último par de resbalones con las cuatro patas sobre los lastrales «pendíos» de la vereda, bultos negros en derredor de la luz y rumor de voces ásperas y de distintas «cuerdas», mi descenso dificultoso del caballo, al cual parecía adherido mi cuerpo por los quebrantos de la jornada y los rigores de la intemperie, mi caída sobre un pecho y entre unos brazos envueltos en tosco ropaje que olía a humo de cocina, y la sensación de unas manazas que me golpeaban cariñosamente las costillas, al mismo tiempo que los brazos me oprimían contra el pecho, mi nombre repetido muchas veces, junto a una de mis orejas, por una boca desportillada, mi entrada después, y casi a remolque, en un estragal o vestíbulo muy obscuro, mi subida por una escalera algo esponjosa de peldaños y trémula de zancas, mi ingreso, al remate de ella, en otro abismo tenebroso, mi tránsito por él llevado de la mano, como un ciego, por una persona que no cesaba de decirme, entre jadeos del resuello y fuertes amagos de tos, cosas que creería agradables y desde luego le saldrían del corazón, advirtiéndome de paso hacia dónde había de dirigir los míos, o dónde convenía levantar un pie o pisar con determinadas precauciones, sin dejar por ello de pedir a gritos y con interjecciones de lo más crudo, una luz que jamás aparecía, porque, como supe después, toda la servidumbre andaba en el soportal bregando con los equipajes y las cabalgaduras, de pronto un poco de claridad por la derecha, y la entrada en otro páramo de fondos negrísimos con una lumbre en uno de sus testeros, después, el acomodarme, a instancias muy repetidas de mi conductor, en el mejor asiento de los que había alrededor de la lumbre, y el ponerse él, pujando y tosiendo, a amontonar los tizones esparcidos, y a recebarlos con dos grandes, resecas y copudas matas de escajo.
Se quedó un momento observando al muchachón, y al ver que se hallaba muy a gusto en aquella postura, libre de las ligaduras que antes le oprimían, cogió la vela que ardía sobre la mesa y dijo a las jóvenes que se habían arrimado a él, llenas de miedo al saber que don Sotero había sido el instigador de Bastián:.

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