Ejemplos con nardo

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Flores silvestres: geranio, jazmín, rosa, crisantemo, poleo, zempoasuchilt, nardo, bugambilia, alelhí, penumbre, margarita,.
Comprende entre otros el raro nardo marítimo, en directo contacto con el mar vive la endémica Limonium remotispiculum, mientras que sobre los acantilados viven la prímula de Palinuro, el Dianthus rupicola la oreja de oso, el Iberis semperflorens, la Campanula fragilis.
con nardo machacado María unge los santos pies del Señor, regándolos de lágrimas y enjugándolos con los cabellos.
El argumento del apóstol traidor ante el vaso de nardo derramado inútilmente sobre la cabeza del Maestro, es, todavía, una de las fórmulas del sentido común.
Diéranle a ella un buen clavel, un nardo, una rosa de la tierra, y en fin, todas aquellas flores que en cuanto uno se acerca a ellas.
Parece la subida al Calvario, y con esta cruz que llevo a cuestas, más ¡Qué hermosos nardos vende esta mujer! Le compraré uno ‘Deme usted un nardo.
-¡Dichoso de ti, Nardo, que no le has visto ya!.
difundiéndome, ¡oh, Cristo!, Como un nardo.
de rosa y de violetas, de nardo y de jazmín.
Aquella misma tarde, a la caída del sol, atravesaban tío Nardo y su mujer la extensa sierra que conduce a su lugar.
Tío Nardo, de pie a su lado, pero algo más tranquilo, respeta la situación de su mujer y no se atreve a separarla de allí.
Andrés comprende por primera vez lo que es perder de vista su hogar y su patria, y lanzarse niño y solo a los desiertos del mundo, y también por primera vez llora, y acaso se arrepiente de su empresa, tío Nardo mira hacia el Muelle y procura no hablar para que no se vean las lágrimas que al cabo vierte, ni descubra su voz la pena que hay en su pecho, y deseando abreviar aquella escena por afligir menos a su hijo, estréchale en silencio entre sus brazos, coge por otro bruscamente a su mujer y desciende con ella al bote, imponiéndose la dura penitencia de no mirar a la fragata hasta que llegue al Muelle.
Tío Nardo se marea, su mujer solloza y Andrés observa impávido.
En cuanto a tío Nardo, si hemos de ser justos, desde que pudo apreciar la magnitud real y efectiva del barco hasta que llegó a su costado, no pensó más que en calcular cómo no se iría a pique un cuerpo tan pesado, siendo el cuerpo tan ''duro'' y tan ''blando'' el elemento que le sostenía, cuestión que trató con sus vecinos más de una vez, a su vuelta a la aldea.
Esta noticia, que no le sorprendió lo más mínimo, acabó de anonadar a su madre y sacó, por un instante, de su habitual atolondramiento a tío Nardo.
Los tres caminan sin decirse una palabra: tío Nardo, con las más visibles muestras de indiferencia, su mujer abismada, como siempre, en su pena, y mirando, al través de sus lágrimas, el barco fatal que espera a su hijo meciéndose sobre las aguas a una milla del Muelle.
El tío Nardo a la derecha, con su vestido nuevo de paño pardo, y su mujer al otro lado, con muselina blanca a la cabeza, la saya morada de los domingos colgada al hombro, y terciado en el brazo opuesto un gran paraguas envuelto en funda de percal rayado.
¡Ay, Nardo!, aunque yo no lo tocara con mis manos ni lo viera con mis ojos, los consejos de don Damián, con la experiencia que tiene, serían de sobra para que yo llorara al echar, sola por el mundo, a esa pobre criatura.
Pues bien: supongamos ahora que yo hubiera tenido ingenio bastante para componer un libro de leyendas poéticas y edificantes, llenas de madres resabidas y sentimentales, de padres eruditos y elocuentes, y de hijos galanes, trovadores y sensibles como los pastores de la ''Galatea'', quiero imaginarme que, al pintar el concejo de mi tierra, hubiera arrojado de él al tío ''Merlín'', y puesto por tema de discusión, en vez del que allí se ventiló bajo la impresión de una suspicacia casi estúpida y de una malicia lamentable, tal cual égloga de Virgilio o artículo del ''Código Penal'', como para una asamblea de académicos escrupulosos o de sabios legisladores, supongamos que, en lugar de exhibir a la familia del tío ''Nardo'' vendiendo hasta las tejas para ''echar a América'' al niño ''Andrés'' con la esperanza de verle tornar un día rico e influyente, sin hacerse cargo de los infinitos ambiciosos montañeses que han perecido hambrientos y abandonados en aquellas regiones, hubiera pintado un indiano poderoso en cada casa, arrojando sin cesar talegas de onzas por la ventana y atando los perros con longaniza, supongamos también que, en vez del sencillo mayorazgo ''Seturas'', hubiera presentado un patriarca venerable explicando, bajo los bardales de una calleja, las maravillas de la botánica y de la astronomía, deteniéndose extáticos, ante la majestad de su palabra, los tardos bueyes, los fieles canes y los rizados borregos, supóngase asimismo que, en lugar de admitir como base del carácter del campesino montañés el puntillo y la suspicacia, causa de tantos males en este país, donde todos los días es una verdad el ''paso'' de ''Las Aceitunas'' del buen Lope de Rueda le hubiese poblado de hombres infalibles y longánimos, sin más tribunales que el de la penitencia, ni otras leyes que las del Decálogo, supongamos, además, que, en lugar de ''Cafetera'' y de la nuera del tío ''Bolina'', y de otros personajes ''ejusdem farinae'' que andan por el libro, hubiera presentado algo parecido a los marineritos que bailan en el teatro la ''tarantela napolitana'', y a las bateleras del ''demimonde'' en las regatas del Sena, supongamos, en fin, que yo hubiera sido capaz de crear un país y un paisanaje con todos los primores que caben en la naturaleza y en la humanidad, y de sacar a la plaza pública esa creación con el título de ''Escenas Montañesas'': ¿qué hubieran dicho entonces de ella esos mismos señores a quienes dedico estas líneas? De fijo: «Hombre, esto es muy bueno sin duda, pero tiene tanto de montañés como nosotros de turcos.
-Valiera más, Nardo, que en lugar de fijarnos en ejemplos como el de ese buen señor para echar de casa a nuestros hijos, volviéramos los ojos a otros más desgraciados.
-¡Ay, Nardo!, en primer lugar, don Damián fue siempre muy honrado.
Tío Nardo, más optimista, por no decir menos cariñoso que su mujer, no comprendiendo aquel trance tan angustioso, hacía los mayores esfuerzos por atraerla a su terreno.
El producto de la única vaca que tenía el tío Nardo, vendida de prisa y al desbarate, dio justamente para los gastos de equipo del futuro indiano y para el pequeño fondo de reserva que debía llevar consigo, fondo que se aumentó con medio duro que el señor cura le regaló el mismo día que le confesó, con seis reales del maestro que le dio últimamente lecciones especiales de escritura y cuentas, y con la media onza de que tiene noticia el lector.
En obsequio a la verdad, la mujer del tío Nardo no necesitaba de tantas ni tan buenas razones para oponerse a los proyectos de su hijo: era su madre, y con los ojos de su amor veía a través de los mares, nubes y tempestades que oscurecían las risueñas ilusiones del ofuscado niño, pero el tío Nardo, menos aprensivo que ella y más confiado en sus buenos deseos, apoyaba ciegamente a Andrés, y entre el padre y el hijo, si no convencían, dominaban a la pobre mujer, que, por otra parte, respetaba mucho las ''corazonadas'', y jamás se oponía a lo que pudiera ser ''permisión del Señor''.
Un día fueron tío Nardo y su mujer a consultarlo con don Damián, indiano muy rico de aquellas inmediaciones, y de quien ya hemos oído hablar.
A la buena mujer, mientras sus dos hijos comenzaban a contender en este terreno, se le iban enrojeciendo los ojos, fenómeno que, en idénticas circunstancias, había observado de algunos días a aquella parte el tío Nardo, con no poca sorpresa, y sabiendo por la experiencia que si no combatía la emoción a tiempo no podría disimularla, dio al diálogo otro giro diverso, preguntando al muchacho:.
Sentadas en el alto batiente de la primera, cosen las dos mujeres, la segunda está entreabierta, porque acaba de entrar por ella a arreglar el ganado el bueno del tío Nardo, jefe de la familia, o esposo y padre, respectivamente, de los personajes de nuestro diálogo.
Nardo Cucón, el «Tarumbo», si lo quería más llano y conocido, porque así le llamaban de mote, no sabía por qué, pero era la pura verdad que no le ofendía.
tan ''montañeses'' como ustedes, podría responder, en abono de mi intención inmejorable: «Creo, con la mano sobre mi corazón, que exhibiendo resabios y picardías como las de tío ''Merlín'', desdichas y miserias como las de la familia del ''Tuerto'', preocupaciones funestísimas como las de la de tío ''Nardo'', etc.

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