Ejemplos con martí

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

De aquí el que fiel a su destino, Martí viviera como corresponsal de periódicos, moviéndose de acá para allá, remitiendo correspondencias a un diario denominado y después a de Buenos Aires, ganándose su subsistencia modestísimamente de este modo, a fin de girar por el mundo, aunando voluntades aquí como allí, reuniendo fondos, procurando contar con la colaboración de los que podían ponerse al frente del movimiento, y no desmayando nunca ante ningún desastre, ni ante ningún desengaño.
Mi compañero de trabajo y mi íntimo amigo Pablo Desvernine, me ha referido lo siguiente, que presenciara él una tarde, en el bufete del señor Viondi, en donde se encontraba Martí.
Y en todas partes le hablaban a uno de Martí.
Si lo tenían a él solo, querían otro en que Martí estuviese fotografiado en compañía de algún amigo.
En las casas más pobres había uno o más retratos de Martí.
Martí se abría muy fácilmente camino en el corazón de ellos.
Ese amor de Martí para todo lo humano, hasta el punto de que pudo tomar como lema de su existencia aquel verso famoso de Terencio, pues que nada que fuera humano, en efecto, le era extraño, se manifiesta muy principalmente hacia los pobres, hacia los humildes, hacia los débiles.
Cuando esto leí hace poco más de un año, poco antes de que el señor Viondi pronunciara aquí el discurso del año anterior, me pareció que en estas palabras Martí se retrataba a sí mismo.
En uno de esos artículos, que se encuentra al principio, el que se denomina Tres Héroes , Martí habla a los niños, en sencillo lenguaje, de Bolívar, de Hidalgo y de San Martín, y refiriéndose al primero, escribe estas palabras que voy a permitirme leeros y en las que entiendo que hay incuestionable, inconscientemente, y en síntesis, un poco de autorretrato:.
Esa impresión, mucho tiempo después de muerto él, la recibí directamente por unos renglones suyos, y en la obra de menos importancia de todas aquellas que ha publicado el señor Gonzalo de Quesada, piadoso recolector de sus escritos, en una que se titula y que es un volumen que contiene los trabajos que insertara Martí en cuatro o cinco números, muy pocos, de una revista que publicó, dedicada a los niños, y de la que él era el director y el redactor casi único.
En tales condiciones se encontraba la población de Cuba cuando Martí empezó la obra revolucionaria.
Tan cierto es que aquello hubiera podido contener la obra revolucionaria que, como se ha dicho después y repetido muchas veces, la actitud que tomó el Gobierno español por la iniciativa del Ministro Maura contuvo un poco a Martí.
Martí, en efecto, fue el determinante principalísimo de la revolución cubana.
Entonces, refiriéndome en un breve discurso dicho en la plaza pública, y que por ello no podía ser ni largo, ni reposado, ni serenamente meditado, a aquello que para mí constituía carácter típico y saliente de Martí, señalaba estas dos circunstancias que no diré que sean absolutamente exclusivas de él, pero que en realidad son en él más prominentes que en ningún hombre que haya podido vivir una vida análoga a la suya y que se haya impuesto una misión como la que él se impuso.
Hace poco más de un año, cuando, en la próxima ciudad de Matanzas se inauguraba, por iniciativa de un hombre a quien vi entonces por última vez, el doctor Ramón Miranda, un artístico monumento en honor de Martí, el doctor, que a ello me había comprometido de antemano, me llevó a dicha ciudad a hacer uso de la palabra en la ceremonia de inauguración.
En efecto, esta novela vio la luz a raíz de fracasados intentos para levantar en armas, de nuevo, a nuestra tierra, intentos que no apoyó Martí estimando que el plan no era suficiente ni el momento oportuno, brotó de su pluma cuandoen desacuerdo con los caudillos prestigiosos, únicos capaces, con sus espadas heroicas y legendarias, de despertar el alma guerrera cubanaparecía oscurecido, para siempre, en la política, fue engendrada en horas de la mayor penuria, en las que, no obstante, rechazando las tentaciones de la riqueza y sin otra guía que su conciencia ni otro consuelo que su inquebrantable fe en la Libertad, sus principios no capitularon.
Pudiéramos dividir en tres partes, no iguales, cierta mente, un discurso como el que debo pronunciar en el día de hoy: en una se puede hablar de la vida de Martí, en otra, de su carácter y de los rasgos prominentes del mismo, en la tercera, de su obra.
En tal concepto, al que no pueda referir algún aspecto de la vida personal de aquel gran cubano, a un auditorio distinguido como este, se le coloca en una situación verdaderamente difícil cuando se le hace hablar de Martí.
No era posible que en Cuba se ignorara quién fue Martí, cuál fue su obra y cuál su representación entre nosotros.
Colocado se encontraba el señor Viondi en ventajosas condiciones para ello: amigo íntimo de Martí, lo había tratado durante largo tiempo y de la manera más estrecha y podía referirnos rasgos, de esos que parecen insignificantes, pero que mejor que ninguna otra cosa indican el temperamento y la condición peculiar de un personaje.
El entonces designado para hablar de Martí, fue el señor Miguel Viondi, y los que aquí estamos y estábamos aquella tarde, recordamos cuán gratamente nos entretuvo, dando a su disertación el interés de la relativa novedad, única a que puede aspirarse cuando del Padre de nuestra Patria se trata hoy entre nosotros.
Para llorar a Martí no son suficientes las lágrimas de todos los hombres ni el grito clamoroso de todos los siglos.
En aquellos, atardeceres mincosos de la gran Metrópoli, en que Martí solía pasearse por las alamedas de Green Wood, ¡quién iba a imaginarse que de aquella mano tan sencilla pendía un mundo, que tras aquella cabeza silenciosa iba una bandada de águilas libertadoras!.
El mérito de Martí consistió precisamente en eso: haber dado sombra a tantas grandezas.
Fue ese el tópico obligado, y Martí me decía: los suramericanos enviamos trozos humanos putrefactos para que estos países los escarben y examinen, mandamos el rostro ensangrentado de la Patria para que estos países lo abofeteen.
Consideraba a Martí uno de los hombres de más talento que me había sido dado tratar y su muerte representaba no solo una pérdida irreparable para Cuba, de la que habría sido uno de sus preclaros presidentes, sino para la América latina toda, pues desaparecía el escritor genial en quien el fuego de la solidaridad americana brillaba con resplandores que iluminaban ambos continentes.
Tengo, pues, el remordimiento de no haber contribuido con esa suma a la independencia de Cuba, puesto que en esos días salía Martí de Nueva York para reunirse con el general Máximo Gómez e invadir la isla, iniciando la nueva insurrección que dio por resultado la terminación del dominio español.
Los últimos años de la vida de Martí en Nueva York me son poco conocidos.
Carece, pues, completamente de fundamento la versión de un escritor franco-argentino, de que Martí fuera partidario de la anexión de Cuba a los Estados Unidos, cuando, por el contrario, veía en ellos un peligro para la independencia.
Era Martí de mediana estatura, cabellera negra y abundante que rodeaba una frente amplia y bombeada, ojos negros de mirada dulce y penetrante, tez blanca pálida, como son generalmente los cubanos, bigote negro y crespo y un óvalo perfecto redondeaba su fisonomía armoniosa y vivaz.

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