Ejemplos con hormigueo

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Los ataques incluyen típicamente entumecimiento, hormigueo, descoloramiento y a veces dolor.
Este hormigueo varonil recordaba, con su variedad de uniformes y razas, las grandes invasiones de la Historia.
Ahora la sensación de plomo y el hormigueo subían hasta la cintura.
Sabía muy bien qué eran aquel desgano y aquel hormigueo a flor de estremecimiento.
Entonces, cuando a la explosión mi mandíbula se descolgó bruscamente, y sentí un inmenso hormigueo en la cabeza, cuando el corazón tuvo dos o tres sobresaltos, y se detuvo paralizado, cuando en mi cerebro y en mis nervios y en mi sangre no hubo la más remota probabilidad de que la vida volviera a ellos, sentí que mi deuda con la cocaína estaba cumplida.
Notábase en ellas el movimiento humano como un tenue hormigueo.
Hasta se imaginó sentir en los más recónditos secretos de su cuerpo un hormigueo de sanguinarios invasores, ansiosos de hartarse de carne nueva y rica, que tal vez acababan de abandonar el pellejo de aquellas comadres.
Por dignidad de clase, gozosas de jugar un rato a señora mayor , distinguiéndose de las solteras, permanecían entre las respetables matronas, pero de pronto sentíanse agitadas por un hormigueo irresistible.
Salimos, y por calles para mí desconocidas, risueñas, animadas del hormigueo alegre de la vida tortosina, nos fuimos a la casa de Polonia, quien nos recibió poco menos que con palio, tan satisfecha estaba de tenernos en su compañía.
Bajo los extensos cobertizos notábase el hormigueo de varios miles de obreros.
Velarde comprendió al punto todo lo que aquello significaba, el valor inmenso de aquella dicha comprada por ocho cuartos, y una oleada de afectos y sentimientos dormidos se levantó entonces de su corazón, poniéndole de repente delante todo el pasado, con la amargura del bien por nuestra culpa perdido, con la poesía que reviste en la mente de la juventud todo recuerdo, con ese vago hormigueo de sombras queridas que despiertan en la imaginación toda época lejana En medio estaba su madre, cuyo primogénito era, y en torno sus hermanos pequeñitos, llorando todos, como los había dejado él tres años antes al darles el último abrazo.
Era como un hormigueo humano la masa de gente que llenaba la plazoleta frente a casa de.
Así como avanzaba la mañana aumentaba el hormigueo en torno de las rocas, que, vistas de lejos, destacábanse como escollos sobre el oleaje de cabezas.
La tarde pasola Maxi muy mal, le dieron vómitos y se vio acometido de aquel hormigueo epiléptico que era lo que más le molestaba.
Esto no podía ser, y por fin le entraba aquella desazón epiléptica, aquel maldito hormigueo por todo el cuerpo.
Las velas del altar estaban consumidas, las renovó, y colocó una almohada en el suelo para arrodillarse en ella, pues lo más molesto siempre era el dichoso hormigueo.
Julián, que sufría la inquietud, el hormigueo en la planta de los pies que nos causa la sensación de hollar algo blando, algo viviente, o que por lo menos estuvo dotado de sensibilidad y vida, experimentó de pronto gran turbación: una de las cruces, más alta que las demás, tenía escrito en letras blancas un nombre.
-¿Pues no he de temblar, si tengo un hormigueo en todo el cuerpo?.
Por desahogar el mal humor, por emplear en algo aquella fuerza que sentía en sus músculos, en su alma ociosa, molesta como un hormigueo.
-Aquellas celdas en fila, con los números sobre la puerta, aquella uniformidad de camas, de colchas, de sillas y jergones, aquel hormigueo de gentes en los interminables corredores, gentes de todas edades, procedencias y cataduras, gentes que no se conocen ni se hablan, aquellos camareros brutales, impasibles, con el eterno mandil ceñido y el sucio lienzo en la mano, como verdasca de loquero o toalla de practicante, aquel gemir en un cuarto, reír en el otro y cantar en el de más allá, o hablar aquí en francés, en griego allí, y en un rincón de negocios, en otro de literatura, y de amor en el más oscuro, aquella campana que recorre patios y pasadizos, llamando a comer cosas que el huésped no ha pedido y no sabe si le gustarán, en una mesa muy larga y entre gentes que se enfilan en ella como mulos en pesebrera, y como éstos, sin chistar ni sonreír, engullen, el rechinar de las cerraduras por la noche al meterse cada cual en su madriguera, el ruido acompasado del huésped que se va, o del que llega a las dos de la mañana, como el ruido de los pasos del centinela en el patio de un presidio, o de los hombres que sacan un cadáver de la cama de un hospital para llevarle al cementerio, y, por último, el marcharse uno sin despedirse, como entró sin saludar, porque el amo es allí una entidad, como el Municipio o el Estado en los hospitales, en los manicomios y en las cárceles, detalles son, con otros muchos más, en concepto de Gedeón, tan aplicables a la fisonomía de una fonda como a las de esos lugares aborrecibles y aborrecidos.
Un hormigueo irresistible en las plantas de los pies, una sensación de pueril miedo de que se la cayesen los aretes.
Lo digo ingenuamente, prefiero el aire libre del desierto, su cielo, su sublime y poética soledad a estas calles encajonadas, a este hormigueo de gente atareada, a estos horizontes circunscritos que no me permiten ver el firmamento cubierto de estrellas, sin levantar la cabeza, ni gozar del espectáculo imponente de la tempestad cuando serpentean los relámpagos luminosos y ruge el trueno.

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