Ejemplos con guantería

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

De la guantería fuimos a comprar un maletín de mano para viaje, con muchos compartimientos y algún secreto para papeles reservados.
De aquí que ninguno de ellos salga de la Guantería sin que le preceda algún rasgo de ingenio, verbigracia: «vamos a la oficina», «te convido a una ración de facturas», «me reflauto a tus órdenes», «me aguarda el banquete de la paciencia», y otras muchas frases tan chispeantes de novedad como de travesura.
Lo que le contentó mucho a Andrenio fue una guantería.
-Me faltan los guantes blancos para acabar de ponerme en carácter, pero los compraré, al pasar, en una guantería.
Tres días sin Guantería, y comprendo en Santander hasta la revolución.
La Guantería, como la salud, no se sabe lo que vale hasta que se ha perdido.
Ignora la desdichada que, como al naturalista le basta un diente hallado en un basurero para saber el género, la especie, la edad, la estatura y otra porción de circunstancias del animal a que perteneció, a un ocioso de la Guantería le sobra una liga vieja para.
Además de los pormenores apuntados, que son los más característicos, diariamente, de la Guantería, deben consignarse también, como entremeses variables hasta lo infinito, algunos otros, verbigracia: el corredor que pide un fósforo y toma asiento durante dos minutos para respirar, el forastero que desea saber dónde se venden buenas langostas de mar o ron puro de Jamaica, el pollo desatentado o la doncella pizpireta que preguntan cuándo es, o por qué se ha suspendido el baile, el baile de campo, de cuya sociedad es el guantero administrador, más que administrador, el alma y la inteligencia, la varita mágica que allana las dificultades, reclutando socios, extendiendo circulares, invitando a forasteros, procurando orquesta y servidores, y transformando en un edén en breves días el ya, de suyo, bello jardín de la calle de Vargas, la oficiosa senora que indaga por quién tocan a paso, o de quién es el bautizo, o a quién han dado el Viático, el cartero mismo que quiere averiguar en qué calle y en qué casa vive la persona cuyo nombre, sin más señas, contiene el sobre de una carta recién llegada, ¡y qué sé yo cuánto más!, porque la Guantería es una agencia universal, y su dueño una guía de viajeros, un libro de empadronamientos, un registro de policía, en punto a datos y curiosidades locales.
Una hora más tarde en el invierno, y dos en el verano, se cierra la tienda, excepto las noches de baile de lustre, en el cual caso la Guantería permanece abierta hasta que ha provisto sus elegantes superficialidades el último invitado o contribuyente a la fiesta.
En medio de sus violentos discursos, es cuando suele entrar la fregona, oriunda de Ceceñas o de Guriezo, descubiertos los brazos hasta el codo, pidiendo una botelluca de pachulín para su señora, o ya la pretérita beldad, monumento ruinoso de indescifrable fecha, que avanza hasta el mostrador con remilgos de colegiala ruborosa, pidiendo unos guantes oscuritos, que tarda media hora en elegir, mientras larga un párrafo sobre la vida y milagros de los que tomó dos años antes, y conservándolos aún puestos, se queja del tinte y de su mala calidad, porque están de color de ala de mosca y dejan libre entrada a la luz por la punta de sus dediles, el comisionado de Soncillo o de Cañeda, que quiere bulas, y regatea su precio, y duda que sean del año corriente porque no entiende los números romanos, y no se gobierna en casos análogos por otra luz que la del principio montañés «piensa mal y acertarás», la recadista torpe que, equivocando las aceras de la calle, pide dos cuartos de ungüento amarillo, después de haber pedido en la botica de Corpas guantes de hilo de Escocia, todos los compradores, en fin, más originales y abigarrados y que parecen citarse a una misma hora para desmentir, con la acogida que se les hace allí, la versión infundada y absurda que circula por el pueblo, de que los ociosos de la Guantería son «muy burlones».
Éstos entran dando resoplidos y tirando el sombrero encima del mostrador, pasan una revista a los frascos de perfumería, y se tumban, por último, sobre lo primero que hallan a propósito, dirigiendo al guantero precisamente esta lacónica pregunta: -¿Qué hay? Ávidos de impresiones fuertes con qué matar el fastidio que los abruma, son la oposición de la Guantería, siquiera se predique en ella el Evangelio, y arman un escándalo, aunque sea sobre el otro mundo, con el primer prójimo que asoma por la puerta.
Y alguno de aquellos hombres, con un desprendimiento digno de su carácter, anticipó una cantidad efectiva, en la cual los duros entraban por miles. Adquiriéronse terrenos y plantas y arbustos al efecto, y vinieron jardineros de ''extranjis'', que cobran caro, eso sí, pero que bordan cuanto ejecutan en el ''arte'', y allá van candelabros, y allá van surtidores, y canastillas, y glorietas, y toldos y ''diabluras''. Arreglado el salón al gusto de los más flamantes modelos, redactóse una constitución fundamental, elevóse, según ella, a doce el número de bailes en cada verano, y el de los de compromiso para cada socio, y la cuota de éstos a dos duros por cada uno de aquéllos, y se prohibió la entrada en el salón, en noches de fiesta, a toda persona del pueblo que se hubiese negado a ser suscriptor. Imprimióse una lista con los nombres de más de doscientas personas barbadas que aceptaron las bases citadas, y otras que no necesito citar, y, por último, encomendóse la administración y casi dirección de todo este laberinto, a la ''Guantería'', acto que, por sí solo, daba la vida, el calor y la perdurabilidad a aquel cuerpo tan bizarramente construido.
Estos señores rara vez se sientan en la Guantería: a lo sumo se apoyan contra el mostrador o la puerta.
En suma: la Guantería es la cátedra de todos los gustos, el púlpito de todos los doctores, la escuela de todos los sistemas.
Esos hombres podrán ser buenos comerciantes al menudeo, ejemplares hermanos de la Orden Tercera, inspirados vocales de juntas de parroquia, maridos incansables, y, a lo sumo, en tiempo de efervescencia popular, reformistas vulgares, peones de candidatura, pero no otra cosa: la entrada a la buena sociedad está por la Guantería, el desembarazo, el aplomo y hasta la elocuencia, no se adquieren en otra parte.
, en una palabra, todos los que llevan consigo cierto aire exótico y de desconfianza por las calles, plazas y paseos de esta capital, carecen del exequatur del círculo de la Guantería.
Os llama la atención otro prójimo amanerado, que en el paseo no saluda a nadie con desembarazo: pues no dudéis en asegurar que no tiene entrada en la Guantería.
En un baile se ve un joven solitario o, lo que aún es peor, en tibia conversación con un tipo extravagante: es que no asiste a la Guantería como tertuliano de ella.
Como punto en que se reúnen todos los caracteres de la población, la Guantería es un palenque magnífico en que cada uno prueba a su gusto la fuerza de su lógica, el veneno de su sátira o la sal de su gracejo.
La Guantería de Santander está muy por encima de todos los mentideros del mundo, y así como en su calidad de establecimiento abruma a cuantos, de su mismo género, se atreven a iniciarse a su lado, en su calidad de círculo chismográfico resume todas las tertulias masculinas de la capital.
Bajo tres aspectos pudiera, en rigor, estudiarse la Guantería: el monumental, el mercantil y el de círculo charlamentario.
Y sin despedirse de su contrincante, fue a llevar la noticia a la Guantería.
El corredor, entre tanto, llegó a la Guantería, se sentó sobre el mostrador y comenzó a renegar de su suerte.

© Todos los derechos reservados Buscapalabra.com

Ariiba