Ejemplos con estanque

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Hacíase la alfombra más tupida al acercarse a los parajes sombríos del borde del estanque, cuya superficie rielaba como cristal ondulado, estremeciéndose al leve paso del aura vespertina, y rizándose en mil ondas chiquitas en choque continuo las unas con las otras.
En un remanso del estanque, enorme macizo de malangas ostentaba su vegetación exuberante y tropical, y sus gigantescas hojas, abiertas como abanicos de tafetán verde, se mantenían inmóviles.
La isleta y el pino que en ella crecía lanzaban a la superficie del estanque misteriosa sombra.
Y la voz de ambas hermanas se fundió en un concierto de risitas de placer y orgullo, ambas volvían a ver el estanque helado, los árboles cubiertos de encajes de escarcha, la brumosa mañana, y la figura juvenil del rey, con su rostro pálido de frío, su cuerpo esbelto, sus modales sueltos y elegantes, y su sonrisa entre picaresca y cortés, al inclinarse para felicitar a la ágil patinadora.
Ferragut, al pasar de un estanque a otro, establecía mentalmente la gradación de los diversos órdenes de la fauna marítima, desde el boceto primitivo al organismo perfecto.
Algunas sombrillas sutiles o incoloras vivían en el estanque bajo el amparo de un segundo encierro de cristal, y apenas si su mucosa vaporosidad se marcaba dentro de la campana como una débil línea de humo azul.
Los había visto mucho más grandes en las pescas de alta mar, pero con un encogimiento imaginativo, suponía que la lámina azul del estanque era toda la masa del Océano, los pedruscos del fondo montañas submarinas, y él, aplastando su personalidad, se hacía del tamaño de las pequeñas víctimas que bajaban hasta los tentáculos devoradores.
Ferragut pasó varias mañanas contemplando su traidora inmovilidad, seguida de desdoblamientos mortales apenas una presa descendía en el estanque.
¿Sabes tú dónde me lo encontraba yo a veces en Madrid? Pues en el Retiro, mirando al estanque grande fijamente.
Sonó después dentro del coche un ¡Berr! formidable, vehemente y angustioso, como el del que se arroja a un estanque de agua helada, y apareció al fin, uniendo aquellas extremidades, un magnífico abrigo de pieles de marta que envolvía al marqués de Villamelón, vestido de gran uniforme.
Empujábanse en la estrecha escalerilla, con las faldas recogidas entre las piernas para inclinarse y hundir su cántaro en el pequeño estanque.
En el agua turbia de un estanque poco cuidado, en el agua agitada y cenagosa de un torrente, nada se refleja, mientras que en el haz limpia, tersa y tranquila de un lago de agua pura, el cielo, los montes, los astros, la luz, las flores y toda la gala y la pompa del mundo se retratan con tal primor, que el cielo parece allí más hondo e infinito, y la luz más clara, y las flores de color más vivo, y los montes más gallardos, y sus perfiles y contornos más graciosos y mejor desvanecidos en el sumo ambiente, y la verdura del prado más verde y más fresca.
En el real solitario, junto al estanque de aguas turbias, una parvada de ocas, los techos pajizos envueltos en la gasa del humo vespertino, detrás, la casa de la hacienda, vetusta en parte, con aires de arruinada fortaleza, en parte sonriente y alegre, restaurada, rejuvenecida al gusto europeo, dejando adivinar en las vidrieras luminosas y en las verdes persianas un interior elegante y rico.
A lo lejos, tras las cortinas de los árboles que circuían el verdoso estanque, sonaba el canto de un corro de niñas confundiéndose con el juguetón parloteo de los traviesos gorriones:.
Cantaban las ranas con una monotonía desesperante, reflejábanse las temblorosas estrellas en el fondo de las charcas, en el inmediato estanque conmovíanse con estremecimientos voluptuosos las plantas verdosas que extendían sus palmitos a flor de agua, y a lo lejos, como un eco, sonaban los ladridos de los perros del arrabal.
Los cinco y siete grados bajo cero que nos ha regalado Boreas durante el difunto Januario, pertenecen ya a la historia: el estanque del Retiro, el baño de la Elefanta y las charcas del camino de Vicálvaro se han deshelado completamente, los patines y los chanclos de goma han caido en desuso, el sol hace cacarear a las gallinas y desentumece las yemas de algunos árboles, el aire ha adquirido elasticidad y aromas, los gorriones empiezan a hacer de las suyas en los campanarios, mientras que los fieros infanzones de la gatomaquia firman una paz honrosa a la sombra de las chimeneas.
Me acerqué al estanque para recrear mis calcinados ojos con la contemplación del agua, y el olor a peces muertos me hizo retroceder más que a prisa.
Al borde del estanque que está al pie del aparato, había tres mujeres, Fortunata, Felisa y doña Manolita, sentadas sobre el muro de ladrillo, gozando de la frescura del agua próxima.
El vástago de hierro chilló un instante, y las que estaban junto al estanque oyeron en lo profundo de la bomba una regurgitación tenue.
¿No sabe usted, tía, que hace tres meses? la lo trajo una mujer llevó a su marido al Retiro, y cuando iban por un paseo solitario salió el cómplice sí, el cómplice, que estaba escondido tras unas matas, y entre ella y aquel tuno cogieron al pobre marido, le ataron de pies y manos y le arrojaron al estanque.
Y no he hecho más que dar la vuelta al estanque.
Al pie mismo de la torre, el huerto de los Pazos se asemejaba a verde alfombra con cenefas amarillentas, en cuyo centro se engastaba la luna de un gran espejo, que no era sino la superficie del estanque.
El borde de piedra del estanque estaba semiderruido, y las gruesas bolas de granito que lo guarnecían andaban rodando por la hierba, verdosas de musgo, esparcidas aquí y acullá como gigantescos proyectiles en algún desierto campo de batalla.
Obstruido por el limo, el estanque parecía charca fangosa, acrecentando el aspecto de descuido y abandono de la huerta, donde los que ayer fueron cenadores y bancos rústicos se habían convertido en rincones poblados de maleza, y los tablares de hortaliza en sembrados de maíz, a cuya orilla, como tenaz reminiscencia del pasado, crecían libres, espinosos y altísimos, algunos rosales de variedad selecta, que iban a besar con sus ramas más altas la copa del ciruelo o peral que tenían enfrente.
Oíase el cuarrear de las ranas en el estanque, pero ni una hoja de los árboles se movía, tal estaba la noche de serena.
Mirando por la abierta ventana, y haciéndose una pantalla con la mano, Julián divisó a Perucho, que, sin sombrero, con la cabeza al sol, arrojaba piedras al estanque.
Y calculando así, miraba contristado el paisaje ameno, el huerto con su dormilón estanque, el umbrío manchón del soto, la verdura de los prados y maizales, la montaña, el limpio firmamento, y se le prendía el alma en el atractivo de aquella dulce soledad y silencio, tan de su gusto, que deseaba pasar allí la vida toda.
Ya se ha caído dos veces al estanque este año, y de una por poco se ahoga.

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