Ejemplos con errabunda

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

El libro se presenta como una sucesión de novelas o de vidas de personajes que conoció en su infancia, con los que volvió a toparse en su vida errabunda.
Se reconvierte y vive una vida sedentaria y de alguna forma espiritual, pero su alma errabunda le pide una última salida a los caminos, en la que se depediría de su juventud.
Todos los instintos de su rebelde y altiva naturaleza han recibido desde el principio una dirección extraña, merced a aquella vida errabunda de playa y de muelle de las Naos en que gastó sus primeros años.
Además, siempre flotaban hasta sus alturas algunos despojos de las presas que hacía por abajo el cangrejo socarrón en su errabunda impunidad.
El individualismo español encontraba un encanto irresistible en la vida errabunda del indio, con pocas leyes, ninguna autoridad, escaso trabajo, continuo viaje y un solo afecto: la familia.
Suspiró el caballero de San Juan, y su mirada melancólica, al vagar por la estancia como ave que busca su nido, se cruzó con la mirada igualmente desconsolada y errabunda de la señorita angélica, que figuraba en el mundanal catálogo como sobrina de la Marquesa de Subijana.
Un silbido muy original de Chisco, el latir de un perrazo poco después, una luz tenue y errabunda aparecida de pronto, la detención repentina de mi caballo, tras el último par de resbalones con las cuatro patas sobre los lastrales «pendíos» de la vereda, bultos negros en derredor de la luz y rumor de voces ásperas y de distintas «cuerdas», mi descenso dificultoso del caballo, al cual parecía adherido mi cuerpo por los quebrantos de la jornada y los rigores de la intemperie, mi caída sobre un pecho y entre unos brazos envueltos en tosco ropaje que olía a humo de cocina, y la sensación de unas manazas que me golpeaban cariñosamente las costillas, al mismo tiempo que los brazos me oprimían contra el pecho, mi nombre repetido muchas veces, junto a una de mis orejas, por una boca desportillada, mi entrada después, y casi a remolque, en un estragal o vestíbulo muy obscuro, mi subida por una escalera algo esponjosa de peldaños y trémula de zancas, mi ingreso, al remate de ella, en otro abismo tenebroso, mi tránsito por él llevado de la mano, como un ciego, por una persona que no cesaba de decirme, entre jadeos del resuello y fuertes amagos de tos, cosas que creería agradables y desde luego le saldrían del corazón, advirtiéndome de paso hacia dónde había de dirigir los míos, o dónde convenía levantar un pie o pisar con determinadas precauciones, sin dejar por ello de pedir a gritos y con interjecciones de lo más crudo, una luz que jamás aparecía, porque, como supe después, toda la servidumbre andaba en el soportal bregando con los equipajes y las cabalgaduras, de pronto un poco de claridad por la derecha, y la entrada en otro páramo de fondos negrísimos con una lumbre en uno de sus testeros, después, el acomodarme, a instancias muy repetidas de mi conductor, en el mejor asiento de los que había alrededor de la lumbre, y el ponerse él, pujando y tosiendo, a amontonar los tizones esparcidos, y a recebarlos con dos grandes, resecas y copudas matas de escajo.
Dos días después me despedía en Reinosa del Cura y de Neluco que me habían acompañado hasta allí, y de Chisco que había ido tirando del rocín que conducía mis equipajes, me acomodaba en los blandos almohadones de un coche del ferrocarril, y comenzaba a rodar hacia las llanuras de Castilla, con la vista errabunda por los horizontes, aún no abiertos a mi placer, y la cabeza atiborrada de pensamientos insubordinados e indefinibles.
Y en esto, avanzaba diciembre, desapareció por completo el Sur, y aunque la alfombra de verdura, con todos los imaginables tonos de este color, cubría la vega, la sierra y los montes, porque estas galas no las pierde jamás el incomparable paisaje montañés, los desnudos árboles lloraban gota a gota por las mañanas el rocío o la lluvia de la noche, relucía el barro de las callejas, porque el sol que alumbraba en los descansos de los aguaceros no calentaba bastante para secarle, andaba errabunda y quejumbrosa de bardal en bardal, arisca y azorada, la negra miruella, que en mayo alegra las enramadas con armoniosos cantos, picoteaba ya el nevero' en las corraladas, y acercábase el colorín al calorcillo de los hogares, derramábanse por las mieses nubes de tordipollos y otras aves de costa, arrojadas por los fríos y los temporales de sus playas del Norte, blanqueaban los altos picos lejanos cargados de nieve, cortaban las brisas, reinaba la soledad en los campos y la quietud en las barriadas, iba la pación de capa caída, y mientras al anochecer se arrimaban las gentes al calor de la zaramada, ardiendo sobre la borona que se cocía en el llar, y se estrellaba contra las paredes del vendaval la fría cellisca, la aguantaba el ganado, de vuelta de las encharcadas y raídas mieses, rumiando a la puerta del corral, con el lomo encorvado, erizado el pelo, la cabeza gacha, el cuello retorcido y el rabo entre las patas, señales, éstas y aquéllas, de que se estaba en el corazón del invierno, nunca tan triste ni tan crudo como la fama le pinta, ni tan malo como muchos de ultrapuertos, que la gozan de buenos sin merecerla.
Casa-Vieja hablaba casi todo lo que tenía que hablar, que era lo menos que podía, con el sombrero sobre la sien izquierda, la mejilla derecha en la mano del mismo lado, el codo correspondiente sobre el velador, el enorme puro, con sortija, en la boca, cuando no en la otra mano, y la mirada errabunda y desdeñosa, sin interés ni codicia por nada.
Pura, limpia de cruces, arrogante en lineamientos y color, resurgía en aquellos dos seres de una tribu errabunda la raza simbolizada por la esfinge.
-Nuestra misión no es de sosiego y comodidad -replicó el jefe-, sino de inquietud errabunda y de privaciones.
La errabunda estrella era una hebra desprendida de la cabellera del sol.
Las flores que lleva consigo Ofelia, en su locura, son tan patéticas como las violetas que florecen sobre su tumba, el efecto que produce la caminata errabunda de Lear por el bosque aumenta lo indecible por su atavío fantástico, y cuando Cloten, herido por el reproche de aquella comparación que hace su hermana con el traje de su esposo, se atavía con aquel mismo traje para cometer sobre ella su vergonzosa acción, sentirnos que no hay nada en todo el realismo francés moderno, nada ni en Teresa Raquin, esa obra maestra terrorífica, que pueda ser comparada, en cuanto a significación terrible y trágica, con esa extraña escena de Cimbelino.
En anchas victorias, de pesados caballos negros y aurigas sexagenarios, tomaban el aire, envueltos hasta el vientre en gruesas mantas, viejos valetudinarios, de mirada errabunda y boca entreabierta.
La muerte está muy lejos, anciana y errabunda,.
:::la estremecen los besos de la brisa errabunda,.
Entre tanto, su hijo, de codos sobre el alféizar de la ventana de su cuarto, paseaba la vista errabunda y anhelosa por el inmenso desierto del espacio, donde brillaban las constelaciones como vivos y eternos testimonios de la grandeza y del poder de Dios.

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