Ejemplos con entrapajada

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Cantó cuanto quiso, se guardó la pistola con aire de vencedor, pero luego, a la salida, en la negrura de los campos, cuando los se dispersaban con de irónica despedida, dos certeras pedradas salidas de la sombra dieron con el bravucón en el suelo, y durante varios días dejó de acudir al cortejo por no mostrarse con la cabeza entrapajada.
Otra vez vio al con su cabeza entrapajada, en el mismo sitio, rodeado de amigos, a los que hablaba con violentas gesticulaciones.
Mucho le dolía el golpe, andaba apoyado en sus amigos, con la cabeza entrapajada, hecho un , según afirmaban las indignadas comadres, pero hacía esfuerzos para sonreir, y a cada excitación de venganza contestaba con un gesto arrogante, afirmando que corría de su cuenta el castigar al enemigo.
Hasta algunas veces había visto de lejos a , que paseaba por la huerta como bandera de venganza su cabeza entrapajada, y el valentón, a pesar de que estaba repuesto del golpe, huía, temiendo el encuentro tal vez más que Batiste.
En la obscuridad del y todavía despierto, vió surgir una figura pálida, indeterminada, que poco a poco fué tomando contorno y colores, hasta ser tal como le había visto en los últimos días, con la cabeza entrapajada y su gesto amenazante de terco vengativo.
En el calor de estos sucesos, el Estudiante, que no había abandonado el proyecto de llevar la revolución a todo el valle, enviaba a Barriluco de pueblo en pueblo, esparciendo proclamas adquiridas en la ciudad, pero el emisario, cuando no volvía cojeando, traía la cabeza entrapajada, o se rascaba las costillas, porque aquí le apedreaban y allí le molían, y de todas partes le echaban como a perro goloso, siendo griego para aquellas gentes el estilo, el fin y la ocasión de tales papelejos.
En el rincón de la izquierda había una mísera cama sobre un zarzo viejo, sostenido por cuatro estacas, y en aquella cama yacía la Rámila, quejándose y con la cabeza entrapajada.
Había un tal Arquibíades, a quien se daba el mote de Laconista porque se había dejado crecer una larga barba, llevaba una mala capa a la espartana y tenía un aire tétrico y severo, en un alboroto que se movió en el Consejo, Foción apeló a éste para que le sirviera de testigo en lo que decía y lo ayudara, mas él, levantándose, no aconsejó sino lo que sabía que sería grato a los Atenienses, Foción entonces, asiéndole por la barba, “¿Pues por qué- le dijo-, oh Arquibíades, no te afeitas?” Aristogitón, el delator de las juntas públicas, estaba siempre por la guerra, e inflamaba al pueblo a emprenderla, pero cuando llegó el tiempo del alistamiento, se presentó con una muleta y con una pierna entrapajada, y apenas Foción lo vio a lo lejos, desde su escaño gritó al amanuense: “Escribe también a Aristogitón, cojo y malo”.

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