Ejemplos con empecatado

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Pero el empecatado don Príamo no se corregía, y continuó siendo un libertino temible, de humor fantástico y desigual para los otros caballeros.
¿Pero tú sabes con quién hablas? ¿Te has enterado de que tu amigo Rapella es perro viejo en aventuras de amor? ¿Sabes que tiene sobre su conciencia de galán empecatado media docena de duelos con maridos celosos, burlas sin fin de padres severos o tutores ruines, y como unos diez raptos, dos de los cuales han sido del género novelesco, con escalamiento nocturno, incendio, pistoletazo y fuga a uña de caballo con la hembra a la grupa?.
-¡Lástima que no hayan ustedes hecho esta buena obra por un hombre mejor que yo! ¿Qué necesidad tenían de conocer al empecatado Capitán Veneno?.
Algunas veces el orador antimetafísico y empecatado decía: «Los que nos sentamos en estos bancos creemos que tal y que cual».
Por dónde me iba conduciendo el empecatado mediquillo de Tablanca, me sería imposible decirlo ni aun con el plano del terreno a la vista.
» y que tijeretas han de ser? Al fin y al cabo, ¿qué me importaba a mí que lo hubiera o no lo hubiera? Híceme estas preguntas, porque enlazando sus motivos con el efecto que me había causado la inesperada ocurrencia del empecatado mediquillo, cabía suponer la existencia, en que jamás había creído, de ciertas corrientes misteriosas por lo más hondo e inexplorado del corazón.
Los demás comensales abrieron paso a la pareja, a la cual siguieron Bermúdez muy complacido, Fuertes algo maravillado, y don Adrián hasta orgulloso con aquel gallardo arranque del empecatado muchacho.
Pensaba haber dado de improviso en la charca de sus pesadillas, y que aquel empecatado matrimonio se deleitaba en zambullirla en lo más hediondo de ella.
Durante ellos, Irene, que ya salía a la mesa, aunque pálida y desalentada, dueña de todo su discurso y bien provista de resolución y de entereza, se vio tentada varias veces a provocar otra entrevista como la primera para resolver su conflicto con una negativa terminante, apoyándola, en caso necesario, en razones de buen temple, que tenía acopiadas para eso, pero, reflexionando que nadie había vuelto a decirla una palabra que tuviera la más remota conexión con el empecatado negocio, al paso que su padre y su madre hasta despilfarraban las de cariño, por si esto era señal de que, enjuiciadas las cabezas y vistas las cosas claras, se pretendía poner término al asunto de aquel modo tan prudente y delicado, que a ella le parecía de perlas, decidiose a callar también, y a la chita callanda observaba, para ajustar su conducta a los sucesos.
Y como se decía en sus grandes nostalgias del empecatado predominio: «ese hombre no es más rico ni mayor contribuyente que yo, ni se viste con mejor sastre, ni paga la ropa más cara ni más a punto que yo, ni tiene más lucida familia ni mejor puesta la casa que yo, ni cuenta arriba con tan poderosos amigos, ni me pone la raya en hablar con sentido en juntas ni en leer de golpe un impreso.
Esos señores eran los redactores del Bisturí, periódico en que a la sazón escribía el empecatado Rueda.
El empecatado poeta era extremeño: se llamaba Mata, llamábanle Matica, y estudiaba medicina en el colegio de San Carlos, es decir, debía estudiarla, porque llevaba nueve años matriculándose en la facultad, y aún no había llegado a la mitad de la carrera.
Es, pues, de saberse, que aquel empecatado mozo que en la intimidad de sus amigos, de sobremesa o en la de un café, despellejaba con una frase la honra mejor acorazada, o enrojecía a la misma desvergüenza con una copla indecente, no podía sufrir una palabra mal sonante en medio de la calle, ni un pasaje de sospechosa pulcritud en un periódico o en un libro o en el teatro, detestaba la zarzuela, y no había que mentarle los bailes públicos.

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