Ejemplos con dolorcitas

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

De cuando Pepe Monagas se entremetió en una agarrada de Isabel la de Carmelo y Dolorcitas la Chopa.
En alguna ocasión que Dolorcitas vió en mí la decisión firme de marcharme y no volver por su casa, se sintió de nuevo cariñosa conmigo.
El periódico traía al principio una narración que se llamaba: El duelo de Shanti Andía , y contaba mis amores con Dolorcitas en Cádiz y mi desafío con el marido, todo arreglado de tal manera, dicho con tal perfidia, que yo aparecía como un miserable completo.
Estuve una semana en la corte, y el primer día, al llegar al Prado, vi en un coche a Dolorcitas con su marido.
Recuerdo cómo fuí varias veces al palco de Dolorcitas en el teatro.
Al pasar por delante de la Maestranza y al ver de cerca la muralla, me acordé de mis paseos con Dolorcitas y de mi época de estudiante en San Fernando.
Mentiría si dijera que no me acordaba de Dolorcitas, pero me acordaba de una manera vaga, remota.
Supe que no era yo el único que hablaba con Dolorcitas por la reja y que un joven guardia marina iba muchas noches a charlar con ella.
La primera vez que comprendí claramente las pretensiones aristocráticas de la familia de Dolorcitas, fué hablando con un empleado del almacén de don Matías, a quien yo llamaba el Almirante.
Al mismo tiempo, y refiriéndose a Dolorcitas, dijo que ésta se casaría con un hombre de su posición, indicándome de pasada que no pretendiese poner los ojos demasiado alto.
Le escribí a Dolorcitas y le hablé varias veces por la reja.
Dolorcitas parecía decidirse por mí, pero, al mismo tiempo, todo el mundo decía que iba a casarse con el hijo del marqués de Vernay, un señor de Jerez, no muy rico, pero de familia aristocrática.
Tengo que reconocer que Dolorcitas no era la excepción de las cien de que hablaba don Ciriaco.
Las tardes del domingo solíamos ir a la Alameda de Apodaca, Dolorcitas y alguna amiga suya, ellas muy elegantes, yo de marinerito.
Estábamos hablando cuando entró, acompañada de una criada vieja, la hija de doña Hortensia, Dolorcitas, una muchachita de catorce o quince años, preciosa.
A veces, huyendo de la coquetería y de los desdenes mortificantes de Dolorcitas, pretextaba una ocupación cualquiera y me marchaba de casa de don Matías.
¿Enamorado? Realmente no sé si estaba enamorado, pero sí que pensaba en Dolorcitas a todas horas, con una mezcla de angustia y de cólera.
Dolorcitas sonreía al verme turbado.
Dolorcitas, a pesar de ser hija de vascongados, era tan aguda y tan redicha como una gaditana.
Cuando se reunía Dolorcitas con alguna amiga, entonces yo ya no jugaba: ellas jugaban conmigo.
Dolorcitas y yo jugábamos como chicos, recorríamos la casa, subíamos a la azotea, íbamos al miramar.
Nos quedábamos de sobremesa doña Hortensia, Dolorcitas y yo.
Dolorcitas, como era natural, no tenía mucho cariño por su padrastro.
A Dolorcitas la trataba secamente, no por ser su hijastra y no su hija, sino porque consideraba que ése era su papel de hombre de negocios.
Temía que me recibieran mal o fríamente, pero no: mi paisana y su hija Dolorcitas me acogieron con grandes extremos de amistad.
Después vinieron unas cuantas amigas de Dolorcitas.
Dolorcitas trajo un anteojo y miramos el Puerto de Santa María, Rota y Puerto Real.
Después de almorzar, don Matías y don Ciriaco se retiraron para hablar de negocios, y doña Hortensia y Dolorcitas quisieron enseñarme la casa.
Dolorcitas se parecía a su madre, pero era más pequeña de estatura, de ojos más negros y de tez algo más morena.
-¡Dios mus coja confesao! Dolorcitas, ten caridad de dos probeticos viejos y tapa, tapa eso, ¡por la Santísima Virgen!.

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