Ejemplos con despedazaban

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Iba a parar a una placeta abajo, de allí la tomaban unos viejos que llamaban quaquauacuiltin y le llevaban a su calpul, donde le despedazaban y le repartían para comer.
En la calle de la Parra, en la plazuela de Estrevedes, en la calle de los Urreas, en la de Santa Fe y en la del Azoque los paisanos despedazaban a los franceses.
La mayor de las hijas, pensando que caería bien allí un escrupulillo forzado, una atenuación irónica a lo dicho por la madre, apuntó cuatro palabras en este sentido, pero enseguida se las tachó con otra ironía la escribanilla segunda, replicó la primera con una pulla a su hermana, intervino la menor con una zumbita mortificante para las otras dos, y volvieron a salirles a las tres los rosetones encarnados en las mejillas, a temblarles la voz y los labios, y en las manos los abanicos, que crujían y se despedazaban entre los dedos convulsos.
Huyendo de la llama que cundía y les chamuscaba la piel, los lobos arrastraban fuera del círculo del incendio a las víctimas que podían sorprender, y, sobre la enrojecida nieve, remataban a su presa y la despedazaban con dientes agudos, se oía el crujir de las mandíbulas, el roer de huesos y los gruñidos de placer al devorar.
:Y en el rayo ancho del alto sol, que atravesaban sin cesar, dibujándolo como un cristal turbio, nubaradas de lentos humos azules, los pobres gallos ingleses, dos monstruosas y agrias flores carmines, se despedazaban, cogiéndose los ojos, clavándose, en saltos iguales, los odios de los hombres, rajándose del todo con los espolones con limón.
Yo traté de luchar en las tinieblas, pero en las tinieblas me despedazaban.
No eran el hambre, la sed ni las heridas las que me atormentaban, los remordimientos, sí, me despedazaban las entrañas, y si Domiño no se hubiera opuesto, aquella noche habría terminado yo mismo una existencia que los infieles no pudieron arrancarme.
Eran las seis de la tarde, cuando desde el coche en que con nuestros alegres amigos, volábamos por la Strada de la ribera, dirigí la última mirada a la bahía en que había fondeado el Edén aquella noche, cercana todavía, de tantas ilusiones, contemplé por la última vez el suntuoso cuadro que desde ese punto ofrece la ciudad de mármol, y el agitado mar Mediterráneo, cuyas olas subían hasta la altura de las murallas en que se despedazaban.

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