Ejemplos con derribaban

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

También se aprovechaban de piedras, que había entre ellos algunos de tanta fuerza y destreza, que de una pedrada derribaban una penca de palmera.
Minutos después, dos hombres que trabajan para un mafioso llamado Linderman al que Niki debía dinero, llaman a la puerta de la casa y Niki y Micah consiguen escapar por la puerta de atrás justo antes de que los hombres derribaban la puerta.
Así que cada día había un noble distinto que traía con sus lacayos piedras de algún monasterio, y como todos rivalizaban por complacer a Nobunaga, sin apartarse una jota de sus deseos, destrozaban los altares, derribaban los budas, haciéndolos añicos y llevándose los cascotes en carros.
Las piezas estaban ocultas bajo cúpulas de ramaje, los artilleros derribaban árboles para enmascarar sus cañones con un disimulo perfecto.
En Gallarta se derribaban casas enteras, construidas algunos años antes, para aprovechar el mineral de su paredes.
Porque los unos procuraban con sus espadas apartar las lanzas, defenderse de ellas con los escudos o retirarlas cogiéndolas con la mano, y los otros asegurando el golpe con entrambas y apartando con las mismas armas a los que los acometían, como no bastasen ni el escudo ni la coraza para contener la violencia de la lanza, derribaban de cabeza los cuerpos de los Pelignos y Marrucinos, que, desatentados, corrían encolerizados como fieras a los golpes contrarios y a una muerte cierta.
Ya era uno que, formando un montón de piedras, subíase encima y predicaba su doctrina política o religiosa, ya otros mil que llegaban caían sobre él, lo derribaban de su pedestal, y con aquellas mismas piedras lo magullaban hasta dejarlo semimuerto.
Caí en el lecho como un tronco derribado, dudoso, en el crepúsculo de mi somnolencia, entre si me derribaban los quebrantos de mi fatigosa jornada de todo el día, o el peso de la balumba de «cosas» que me había ingerido en el cerebro adormilado la inagotable erudición del solariego.
Un minuto después, el hacha y el fuego derribaban nuestra puerta.
Ya era una vagoneta volcada en medio de la vía, que le interceptaba el paso, o un madero atravesado a la altura de su cabeza, contra el cual chocaba violentamente, mientras alambres invisibles se enredaban entre sus piernas y lo derribaban en el lodo negro y viscoso de las galerías.

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