Ejemplos con correctísimas

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Al incorporarse, presentó a la admiración y al respeto de Calpena su hermoso busto, el rostro grave de correctísimas facciones, el rizado cabello, las patillas tan bien encajadas en los cuellos blancos, y estos en el lioso tafetán de la negra corbata reluciente, las altas solapas de la levita, y por fin, al ponerse en pie, esta en toda su longitud, ceñida y al propio tiempo holgada.
La mayor parte de las noches la madre y la hija se las pasaban sin salir y eran contadísimas las personas que las visitaban: señores mayores, muy sosegados y juiciosos, y muy atentos y muy amables con él. Algunas señoras por el estilo andaban por allí de vez en cuando, y, más de tarde en tarde, dos, como de la edad de la marquesa, jamonas tan de buen ver todavía como ella. La una era rubia, condesa viuda de Camposeco, pero la marquesa siempre la llamaba por su nombre de pila: Sagrario. Gastaba muy buen humor, y solía decirle cuchufletas, lo mismo que a los demás. La otra, también viuda y también titulada, aunque por derecho propio, marquesa de Espinosa, y también llamada por la de Montálvez por su nombre de pila, Leticia, era muy distinta de Sagrario: menos estrepitosa, más seria y, quizá, mejor tipo. Tenía unos ojos negros y escrutadores que punzaban al mirar, correctísimas facciones, algo morena, y muy esbelta todavía. Observaba mucho y hablaba poco, pero esto poco resultaba esculpido. Con él, con Ángel, estaba sumamente amable, y cuando no le hallaba hablando con Luz, le llamaba para que se sentara a su lado. Le hacía muchas preguntas sobre su modo de vivir, sobre el origen de su enamoramiento y sobre el de Luz, y parecía interesarse profundamente por los dos, y con este motivo le daba consejos, y muy juiciosos, a veces, hasta le floreaba todo cuanto cabía en una señora tan discreta y tan... últimamente mostraba gran empeño en que fuera de vez en cuando por su casa. No le pesaría. Había en ella buenos cuadros, bronces de mérito, encuadernaciones y grabados que merecían verse por un hombre de tan nobles aficiones y de tan buen gusto como él, sólo que Ángel, aunque muy reconocido a tan inmerecidas deferencias, no se atrevía a abusar de ellas ni juzgaba que debía hacerlo por entonces. Temía adquirir nuevos compromisos de sociedad, cuando su trato con la marquesa de Montálvez era todo cuanto podía soportar sin trastorno considerable del método de vida que se hacia en su casa. Más adelante ya sería otra cosa... y hasta conveniente para él. ¿Quién dudaba que era provechosa la amistad bien cultivada de una persona tan distinguida, discreta e influyente como aquella señora?

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