Ejemplos con colchas

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Sombreros y bolsos en cabuya, así como las colchas de retazos cosidas a mano con diversas formas y colores en Jardín,.
Se puede ver con mucha facilidad en mantelerías, colchas de cama, bolsitas de aromas, cojines, etc.
Esta ciudad es destacada por la confección de tejidos de algodón, como las populares hamacas, bolsos, colchas.
Otros se echaban en hombros colchas de brocado venerables, faldas de labradora con gruesas flores de oro, guardainfantes de rico tejido que crujían como papel.
Quiero decir con esto, que todas las ventanas tenian grandes colgaduras de coco, de zaraza, de filipichin y hasta de damasco, en las cuales era fácil reconocer las colchas de novios de muchas generaciones, miéntras que el suelo de la prolongada calle y de toda la carrera que habia de llevar la Procesion veíase alfombrado de verde juncia, de amarilla gayomba, de olorosos mastranzos y de otras campesinas hierbas.
Las colchas de seda, que cubren las camas durante el día, y otras cosas que son de puro adorno, no le merecen ningún respeto.
Lucen las ventanas colchas de damasco granate, de percal amarillo, de celeste raso, y, donde hay luto, de lana cándida, con cintas negras.
Ya para entonces se había provisto Narda en la villa de cuanto faltaba en Coteruco para la comida del día siguiente, y como los preparativos de la cocina estaban encomendados a buenas manos, sólo tuvo que ocuparse aquella noche en disponer las habitaciones para los huéspedes, tarea en que la acompañó Magdalena, sacando de los respectivos roperos y cajones las colchas de damasco, las sábanas de holanda con blondas de encaje, los candeleros de plata y las sobremesas de tapicería, riquezas tradicionales y de abolengo, que no salían a luz más que en las grandes solemnidades.
Díjose también que el mayordomo de la iglesia no trabajó lo necesario para buscar las mejores colchas para el Monumento, y es averiguado que por no haberse atrevido a pedírselas, como de costumbre, a don Román, ni a encargar a Magdalena el adorno de la almohada de la Cruz, estuvo aquél deslucido como nunca.
Las dos jóvenes, arrimadas la una a la otra y tapándose completamente con las colchas, permanecieron mudas ante aquella voz que les suplicaba.
-Aquellas celdas en fila, con los números sobre la puerta, aquella uniformidad de camas, de colchas, de sillas y jergones, aquel hormigueo de gentes en los interminables corredores, gentes de todas edades, procedencias y cataduras, gentes que no se conocen ni se hablan, aquellos camareros brutales, impasibles, con el eterno mandil ceñido y el sucio lienzo en la mano, como verdasca de loquero o toalla de practicante, aquel gemir en un cuarto, reír en el otro y cantar en el de más allá, o hablar aquí en francés, en griego allí, y en un rincón de negocios, en otro de literatura, y de amor en el más oscuro, aquella campana que recorre patios y pasadizos, llamando a comer cosas que el huésped no ha pedido y no sabe si le gustarán, en una mesa muy larga y entre gentes que se enfilan en ella como mulos en pesebrera, y como éstos, sin chistar ni sonreír, engullen, el rechinar de las cerraduras por la noche al meterse cada cual en su madriguera, el ruido acompasado del huésped que se va, o del que llega a las dos de la mañana, como el ruido de los pasos del centinela en el patio de un presidio, o de los hombres que sacan un cadáver de la cama de un hospital para llevarle al cementerio, y, por último, el marcharse uno sin despedirse, como entró sin saludar, porque el amo es allí una entidad, como el Municipio o el Estado en los hospitales, en los manicomios y en las cárceles, detalles son, con otros muchos más, en concepto de Gedeón, tan aplicables a la fisonomía de una fonda como a las de esos lugares aborrecibles y aborrecidos.
Desenvolviose de las colchas medio aturdido, y a pocas razones que entre los dos pasaron, los interrumpieron Erato y Polimnia, que entraron en el dormitorio dando alaridos y remesándose los pelos como unas desesperadas.
Mari Pepa esparcía en el suelo las colchas y pañolones que habían acopiado en el saqueo y andaban en confuso montón sobre las sillas, Lita escogía y combinaba colores y tamaños, y Pito Salces y yo, encaramados en muebles de la necesaria altura, clavábamos en las paredes, y tan arriba como nos era posible, con tachuelas, con puntas.

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