Ejemplos con cajeles

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Pero Lica se ocupó muy poco de estas cosas, y parecía haber tomado en aborrecimiento los saraos y los comistrajos, según el desprecio con que de ellos hablaba. Sus cuitas de esposa no le permitían atender a tonterías de vanidad, y apenas hubo tocado el delicado punto donde estaba su herida, comenzó a llorar. Oía yo sus quejas, y no acertaba a darle ningún consuelo eficaz. ¡Pobre Lica! Sus palabras exóticas, sus cláusulas truncadas, a las que el dolor y la verdad daban persuasiva elocuencia, sus hipérboles americanas no se me han olvidado ni se me olvidarán nunca. Estaba muy brava, tenía el alma abrasada y la vida en salmuera con las cosas de Pepe María. Ya no le valía quejarse y llorar, porque él no hacía maldito caso de sus quejas ni de sus lágrimas. Se había vuelto muy guachinango, muy pillo, y siempre encontraba palabras para escaparse y aun para probar que no rompía un plato. Tenía olvidada a su mujer, olvidados a sus hijos, todo el santo día se lo pasaba en la calle, y por la noche salía después de la reunión y ya no se le veía hasta el día siguiente a la hora de almorzar. Marido y mujer sólo cambiaban algunas palabras tocante a la invitación, al té, a la comida, y pare usted de contar... Esto podría pasar si no hubiera otras cosas peores, faltas graves. José María estaba echado a perder, la compañía y el trato de Cimarra le habían enciguatado, se había corrompido como la fruta sana al contacto de la podrida... Ya no le quedaba duda a la pobrecita de la atroz infidelidad de su esposo. Ella se sentía tan afrentada, que sólo de pensarlo se le salían los colores a la cara, y no encontraba palabras para contarlo... Pero a mí se me podía decir todo. Sí, revolviendo una mañana los bolsillos de la ropa de José María, había encontrado una carta de una sinvergüenza... ¡Una carta pidiéndole dinero!... Se volvía loca pensando que la plata de sus hijos iba a manos de una... Pero a la infeliz esposa no le importaba la plata, sino la sinvergüencería... ¡Ay! Estaba bramando. Con ser ella una persona decente, si cogiera delante a la bribona que le robaba a su marido, le había de dar una buena soba y un par de galletas bien dadas. ¡Ay qué Madrid, qué Madrid este! Vale más andar en comisión por el monte, vivir en un bohío, comer vianda, jutía y naranjas cajeles, que peinar a la moda, arrastrar cola, hablar fino y comer con ministros... Mejor estaba ella en su bendita tierra que en Madrid. Allí era reina y señora del pueblo, aquí no le hacían caso más que los que venían a comerle los codos, y después de vivir a su costa se burlaban de ella. Luego esta vida, Señor, esta vida en que todo es forzarse una, fingir y ponerse en tormento para hacer todo a la moda de acá, y tener que olvidar las palabras cubanas para aprender otras, y aprender a saludar, a recibir, a mil tontadas y boberías... No, no, esto no iba con ella. Si José no se enmendaba, ella se plantaba de un salto en su tierra, llevándose a sus hijos.

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