Ejemplos con burlones

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Existen unos versos burlones de Engels sobre la actitud del joven Stirner en aquellas veladas:.
¡Reírse del héroe de Cerro Pardo! Que probasen a hacerlo francamente, y él enviaría a los burlones a dar una vuelta por el del teatro, donde funcionaba el Consejo de guerra siempre que lo exigía la salud de la patria.
El escándalo de unas amigas y los comentarios burlones de las otras fueron para ella un motivo de orgullo.
Los burlones que habían gritado ¡tongo! modificaban su opinión al verse lejos del lugar del combate.
Yo que creíainterrumpió Isidroque estos conferencistas eran unos amables burlones, que después de explotar la credulidad americana se reían de ella.
Como todos los caracteres burlones, le hería profundamente el ridículo.
Se puso colorado hasta las orejas, como si por el agujero de aquel buzón le estuviesen mirando los ojos burlones de todos los vecinos de Sarrió, y se apresuró a meter los dedos en él por ver si aún podía atrapar el malhadado sobre.
A Juanito no le hicieron daño los burlones comentarios de aquellas muchachas.
Era Amparito, que acometía con su vocecita de seda una romanza de Tosti, coreada por el estallido de los cohetes y los berridos burlones de la pillería, a quien le hacían gracia los lamentos musicales, verdaderos chillidos de ratita asustada.
-¡Hombre, cuándo acabarán las mojigangas! Yo suprimiría la tal ceremonia, pero, ¿qué se ha de hacer? El partido lo quiere, y es preciso aplaudirla, decir que es admirable y defenderla a regañadientes de los burlones.
En medio de sus violentos discursos, es cuando suele entrar la fregona, oriunda de Ceceñas o de Guriezo, descubiertos los brazos hasta el codo, pidiendo una botelluca de pachulín para su señora, o ya la pretérita beldad, monumento ruinoso de indescifrable fecha, que avanza hasta el mostrador con remilgos de colegiala ruborosa, pidiendo unos guantes oscuritos, que tarda media hora en elegir, mientras larga un párrafo sobre la vida y milagros de los que tomó dos años antes, y conservándolos aún puestos, se queja del tinte y de su mala calidad, porque están de color de ala de mosca y dejan libre entrada a la luz por la punta de sus dediles, el comisionado de Soncillo o de Cañeda, que quiere bulas, y regatea su precio, y duda que sean del año corriente porque no entiende los números romanos, y no se gobierna en casos análogos por otra luz que la del principio montañés «piensa mal y acertarás», la recadista torpe que, equivocando las aceras de la calle, pide dos cuartos de ungüento amarillo, después de haber pedido en la botica de Corpas guantes de hilo de Escocia, todos los compradores, en fin, más originales y abigarrados y que parecen citarse a una misma hora para desmentir, con la acogida que se les hace allí, la versión infundada y absurda que circula por el pueblo, de que los ociosos de la Guantería son «muy burlones».
Me metí en la iglesia como el criminal que cree librarse en lugar sagrado de los demonios burlones que le persiguen, como el avergonzado y desnudo que se mete en los sitios más obscuros para que no le vean, como el leproso que se zambulle en la piscina creyendo que allí se ha de curar de sus lacerias.
Los muchachos que la rodeaban prorrumpieron en chillidos burlones.

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