Ejemplos con bibelots

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Fernando llegó a su modesta habitación de la fonda, como escritor silbado que huye del público cruel. Sobre el velador de su gabinete estaban esparcidas infinidad de cuartillas, en blanco unas, y otras ennegrecidas por apretados renglones, un Musset, poesías, asomaba entre aquel cúmulo de papeles sueltos. En aquel desorden estaba su pensamiento de pocas horas antes, y parecíale que ya le separaban de él siglos: al ver todo aquello, recordó el estado de su espíritu según era antes de haber ido al Circo. ¡Malhadada noche! Adiós el artista, diosecillo egoísta que vivía para sí y de sus propios pensamientos, viendo en el mundo nada más que una serie de hermosas y curiosas apariencias, cuya única razón de ser era servir al novelista de modelo para sus creaciones. Pensó en su libro, en el que estaba esparcido sobre el velador, parecíale obra de otro, insulsa invención, sofistería fría y descarnada sin vida real. Su voluntad le pedía otra cosa ahora: acción, lucha, quería ser actor en la comedia del mundo, y esto era lo que avergonzaba a Flores, al verse caer en un abismo, en el abismo de la vida activa, para la cual sabía perfectamente que no tenía facultades. ¡Esa mujer me arrastrará al mundo, seré un necio más, al rozarme, al chocar con las pasiones vulgares, pero fuertes, de que hoy me burlo, me contagiaré y seré un vanidoso más, un ambicioso más, un farsante más! No temo tanto el desengaño infalible que me espera, no sé cómo ni cuándo, pero que siempre viene como temo el remordimiento, el amargo dejo que traerá consigo, cuando vuelva a buscar en el arte, en la muda y pasiva observación, un consuelo tardío... Y se acostó. No leyó aquella noche para dormirse. Apagó la luz y se quedó pensando: «Allá va don Quijote, esta es la segunda salida...», y se despreciaba y se burlaba de sí propio de todo corazón. Ya se figuraba como su amigo Gómez, eternamente en habit noir, mendigando de palco en palco sonrisas de mujeres, apretones de manos de ilustres damas, sufriendo desaires que había de disimular, como Gómez, con una plácida sonrisa de ángel hecho a todo... «¡Oh, sí!, y como ella lo exija, llegaré a escribir crónicas de salones, y describiré trajes de bailes y bibelots de chimenea... Después de todo, esa mujer no ha hecho más que mirarme y sonreír. Sí, pero me ha mirado toda la noche y me ha sonreído de un modo... y no atendía a los que la rodeaban, no pensaba más que en mí, esto es seguro. ¿Y yo estoy enamorado? El interés que esa mujer singular, quizá no tan singular como yo imagino, ha despertado en mí, ¿es amor?, ¿merece este nombre? Pero ¿qué es el amor? ¿No sé yo que hay mil maneras de padecer, de creerse enamorado, y ninguna quizá de estarlo de veras? El caso es que yo no sabré resistir si ella insiste... El ridículo es inevitable. A mis ojos ya estoy en plena novela cursi. ¡Conque suceden estas cosas! Y ella se creerá una mujer aparte, y a mí me querrá no por mis escasos merecimientos, sino porque soy el amante cero, el amante de la multitud». Y, sin querer, empezó a recordar muchos casos parecidos de novelas idealistas. Pero también recordó algo parecido en Balzac, recordó a la Princesa que se enamora de un pobre republicano que la contempla estático desde una butaca del teatro... y recordó también La Curée, de Zola, donde Renée, la gran dama, cede a la insistencia de un amante de azar, de un transeúnte desconocido, sin más títulos que su audacia... «Yo soy el capricho, quizá el último capricho de esa mujer». Casi dormido, y como si en él funcionase de repente otra conciencia, pensó con tranquilidad: «¿Si lo único ridículo que hay aquí será que he visto visiones?...».
Proscritos los mezquinos cachivaches que llaman bibelots, y también los pingos de trapería vieja, que si los apaleasen despedirían nubes de polvo rancio, no se veía en las paredes, cubiertas de seda amarilla ligeramente palmeada de plata, más que dos retratos y un cuadro: cierto que los retratos llevaban la firma de Bonnat, y el cuadro era una soberbia Herodías de Luini, reputada superior a la de Florencia.
En el centro del salón, sobre una columna de ónix, se veía otra lámpara, estilo Imperio, de ónix también, no lejos, una mesa de marquetería y esparcidos aquí y allá, en caprichoso desorden, veladores de malaquita y mosaicos, cuajados de bibelots de toda clase.
Sobre ésta una imagen de la virgen, algunos bibelots y la reducida loza y cristalería del Merze.
Además de que todos esos bibelots y todos esos juguetes, por muy apreciados y necesitados que sean a la dignidad de la aristocracia británica, estarían fuera de lugar entre personas educadas según los severos principios, pudiera decirse, de la sencillez republicana.

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