Ejemplos con atildado

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Rubio, muy atildado en el vestir, siempre con bastón y guantes blancos.
Peter Wimsey era un dandy de la alta sociedad, con una gran cultura, se encargaba de resolver los enigmas más enredados de forma amateur, acompañado de su atildado mayordomo Bunter.
Su gran talento, juego atildado y velocidad, hicieron que fuera inmediatamente convocado a la selección nacional el mismo año de su debut profesional.
Severino Varela lo llama para jugar en Danubio FC de Montevideo donde instalo un futbol de buen pie y le dio personalidad a la institución, que aun se la conoce por su juego atildado, el cual los veteranos se lo asignan a la prescencia de El Pibe de Oro en Danubio FC.
El indiano, entre los indianos de Pereda, por lo sentimental, romántico y atildado, aparece como caído de las nubes, y sirve sólo para desenlazar la fábula.
Don Ciriaco, como su barco, era también muy atildado y muy pulcro.
Es un hombre que ya pasó de la juventud y aún no está en la madurez de la vida, muy pulcro y atildado, de trato finísimo y palabra dulce y sonora, como nacido en el riñón de Castilla, Ávila, patria de Santa Teresa de Jesús.
Por el ramal opuesto subía al mismo tiempo un viejo gordo, con la barba blanca muy recortada, hablando vivamente con otro viejo flaquito, muy atildado y pulcro, el gordo vestía sencilla levita abrochada, y el flaco, uniforme de teniente general con sus accesorios de gala.
Rafael Maroto de buena presencia, gallardo, casi atildado, de palabra expresiva y amena conversación, en la que no era fácil separar la frase feliz del abusivo adorno de y.
A Andrés, que se dispuso a escucharle por recurso, le pareció muy bien el exordio del sermón, elegante, atildado.
La gente más fina de aquella vecindad, o la que más procuraba serlo, era la familia del cura, y estas dos sobrinas eclesiásticas se esforzaban en hacer contrastar su lenguaje atildado con el de su hermosa vecina.
Daba a entender asimismo la Coronela que no era muy de su devoción aquel embalsamado con quien Teresa volvía de París, un señor flaco, atildado y mortecino, que parecía un Cristo retirado de los altares.
Era don Alvaro de Córdoba y Alvarez de Toledo un hombre sumamente distinguido, todo afeitado ya a aquella hora, como de sesenta años de edad, de cara redonda, pacífica y amable, que dejaba traslucir el sosiego y benignidad de su alma, y tan pulcro, simétricamente y atildado en el vestir, que parecía la estatua del método y del orden.
Otra cosa eran las artes del dibujo, y en este punto el atildado pendolista no vacilaba en sostener que con la pluma hacía, si no prodigios, arabescos muy agradables, el arabesco era su dibujo favorito, porque se enlazaba con sus facultades de escribiente, y además también tenía cierto parecido con la música por su vaguedad e indeterminación.
-Tú no quieres vender, Antón -contesta con cierto desdén el atildado Ogenio.
Para excitar su caridad, para pedir consejo o auxilio, toda criatura humana, por miserable y desvalida que fuese, podía llegar hasta ella, segura de que ella le tendería sin repugnancia sus blancas y piadosas manos, como las de Santa Isabel, reina de Hungría, sobre la inmunda cabeza del tiñoso, pero, si Poldy había de recibir a una persona en su estrado y conversar familiarmente con ella, esta persona necesitaba contar, entre sus ascendientes, héroes y príncipes, y ser además por sí atildado, culto y perfecto dechado de cortesía, de discreción, y de otras mil raras prendas.
¡Oh, qué admirables chalecos bordados, dignos descendientes de las pomposas chupas del tiempo viejo, cortesano y galante! Estos chalecos merecen por sí solos un apologista tan atildado y erudito como lo fueron Barbey y Jorge Brummel.
Darío no era desagradable en figura ni en trato, antes muy atildado y cortés, procuraba siempre que no me estorbasen ni su abrigo, ni su sombrero, ni sus codos, jamás tarareaba anticipadamente los motivos de la ópera, no interrumpía ni estorbaba el placer de escuchar, prestaba con oportunidad unos magníficos gemelos acromatizados y oía con deferencia mis observaciones técnicas.
El anciano de blanca, rizosa y muy poblada cabeza, altísima frente, alongada faz, a la cual sirven de adorno unas patillas tan blancas y espesas como el cabello, pulcro y atildado en el vestido, y que aún mira a las señoras como los lechuguinos de sus buenos tiempos, con lentes de oro, cuyas cinceladas cachas no suelta de su diestra, es Martínez de la Rosa.
Era el padre Gonzalo un clérigo joven, buen mozo, siempre limpio y atildado y que gozaba fama de hábil predicador.
Era el fraile de gallarda y simpática figura, atildado en el traje y de conversación salpicada de chistes oportunos y chascarrillos decorosos.
-Vaya la semana -dijo el atildado-, pues días más o menos, poco suponen en la eternidad del martirio subsiguiente.
El atildado, estáse dicho, el mirlado, el.
armas siempre fueron dobles, desde que tomó capa de valiente es un Ruy Díaz atildado.
Vestía y calzaba según los cánones más rigorosos de la moda reinante, y era limpio y atildado de pies a cabeza, en persona y en arreo.
, con lo cual, y una ceremoniosa inflexión de cuello y de espinazo, salió de la estancia seguido de sus comprofesores, lo mismo que habían entrado, uno a uno y con la respectiva inflexión de cuello y de espinazo, graves, muy graves todos, y a cual más atildado y taciturno.
Es, en suma, la cajiga, un verdadero salvaje entre el haya ostentosa, el argentino abedul, atildado y geométrico, y el rozagante aliso, con su cohorte de rizados acebos, finas y olorosas retamas, y espléndidos algortos.
Las palabras de Joselito hicieron inmutarse al Torongiles que contempló a hurtadillas, lleno de asombro, a su rival, el principio de embriaguez en él producido por los diez o doce cortados que acababa de trasegar desapareció como por arte de encantamiento, ¡qué sorpresa! luego el Meriñaque, aquel hombrecito pálido, rubio, de cara aniñada y de hechuras casi femeniles, aquél que él, no obstante su falta de decisión y de energías, había pensado intimidar ahuecando la voz y poniendo los ojos como si quisiera escupirlos de su cara, aquél que él había creído cualquier cosa al verlo tan modosito, tan suave, tan meticuloso, siempre tan atildado, tan fino, según confesión propia, llevaba en su conciencia los manes vengadores del Manga.
¿Quién ha arrastrado a las masas populares lejos de sus deberes, o hasta la más sublime epopeya? Hombres de su misma estofa, jamás el atildado razonamiento del tribuno desconocido, ni el ostentoso relumbrón del personaje.
-Ya lo oyes, Gedeón -añadió el atildado célibe, rasgando su boca hasta los oídos, como si tras el gesto se dispusiera a dar el salto alevoso sobre su amigo para hincar en él el diente emponzoñado-, todos, aunque por diferente senda, hemos venido a parar al mismo punto: al presidio del matrimonio, en el cual lo menos que se pierde es la libertad del soltero, esa que nos permite vivir como el ave en el espacio, como el pez en el agua, tener por patria el mundo entero, y por soberano la voluntad, contemplar, en fin, el de la vida, con ojos serenos, sin que nos amarguen aquellos instantes supremos las lágrimas de los que dejamos si nos necesitan en el mundo, o el regocijo de los que nos heredan, esos tiernísimos pedazos de nuestro corazón, llamados hijos.

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