Ejemplos con advertía

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Realizó varias referencias a su espíritu personal, o daimon, aunque afirmó explícitamente que nunca se le había impuesto, sino que le advertía sobre varios acontecimientos posibles.
, coincidiendo con la trama de le película, en la que Doroth debía volver a su casa y el Profesor Marvel le advertía sobre su aventura.
Este personaje rosado tenia como compañero a su perro, Bip, que siempre le advertía que lo que estaba a punto de hacer estaba mal o podría traer consecuencias desagradables, pero Mister Go nunca le hacia caso y terminaba metiendo la pata.
Medio siglo menos un lustro, victoriosamente combatido por un sastre, y mucho aliño y cuidado de tocador, las espaldas queriendo arquearse un tanto sin permiso de su dueño, un rostro de palidez trasnochadora, sobre el cual se recortaban, con la crudeza de rayas de tinta, las guías del engomado bigote, cabellos cuya raridad se advertía aún bajo el ala tersa del hongo de fieltro ceniza, marchita y abolsada y floja la piel de las ojeras, terroso el párpado y plúmbea la pupila, pero aún gallarda la apostura y esmeradamente conservados los imponentes restos de lo que antaño fue un buen mozo, esto se veía en el desposado.
A la luz de los astros, y a la de los lejanos faroles de la calle, se advertía su vacilante andar, y a las manos que frecuentemente llevaba a su rostro.
El grupo de españolas, capitaneado por Lola Amézaga, que era muy resuelta, tenía cierta independencia e intimidad, bien distinta de la reserva secatona de las inglesas: y aún entre ambos bandos se advertía disimulada hostilidad y recíproco desdén.
Apenas se advertía la espesa red de su jarcia.
Sin volver hacia ellas la cabeza, advertía que todas las costureras la miraban con el rabillo del ojo.
No se advertía más en la media luz que reinaba.
En sus ojos, sombreados de una selva enmarañada de pestañas, no se advertía la chispa de entusiasmo que ardía en los de los demás.
Ventura no lo advertía, y si lo advertía le importaba poco.
No los llamaba para convidarlos a la deserción, no, les advertía el noble propósito de la lucha, y antes de comenzarla, él, el más débil, el que solo contaba con su esfuerzo, el que bien se daba cuenta de lo áspera y difícil que iba a resultar, en el momento en que el encono es más natural en el espíritu del hombre, proclamaba un ideal de fraternidad para con el adversario y de antemano quería asegurar para un mañana más o menos incierto, pero en el cual él tenía mucha fe, un programa de perdón, de ausencia total de rencores, de olvido de la lucha misma.
Aunque cubierto de amarillo polvo que levantaba el trote del jaco, bien se advertía que el traje del mozo era de paño negro liso, cortado con la flojedad y poca gracia que distingue a las prendas de ropa de seglar vestidas por clérigos.
Y en efecto, en el terreno, repujado de pequeñas eminencias que contrastaban con la lisa planicie del atrio, advertía a veces el pie durezas de ataúdes mal cubiertos y blanduras y molicies que infundían grima y espanto, como si se pisaran miembros flácidos de cadáver.
Lo que es cacarear, cacareaban como descosidas, indicio evidente de que andaban en tratos de soltar el huevo, oíase el himno triunfal de las fecundas a la vez que el blando cloquear de las lluecas, se iba a ver el nido, se advertía en él suave calorcillo, se distinguía la paja prensada señalando en relieve la forma del huevo.
Las mantenedoras de este torneo eran Rita y Manolita, las dos mayores, en cuanto a Nucha y Carmen, se encerraban en los términos de una cordialidad mesurada, presenciando y riendo las bromas, pero sin tomar parte activa en ellas, con la diferencia de que en el rostro de Carmen, la más joven, se notaba una melancolía perenne, una preocupación dominante, y en el de Nucha se advertía tan sólo gravedad natural, no exenta de placidez.
Viéndoles juntos, se observaba extraordinario parecido entre el señor de la Lage y su sobrino carnal: la misma estatura prócer, las mismas proporciones amplias, la misma abundancia de hueso y fibra, la misma barba fuerte y copiosa, pero lo que en el sobrino era armonía de complexión titánica, fortalecida por el aire libre y los ejercicios corporales, en el tío era exuberancia y plétora, condenado a una vida sedentaria, se advertía que le sobraba sangre y carne, de la cual no sabía qué hacer, sin ser lo que se llama obeso, su humanidad se desbordaba por todos lados, cada pie suyo parecía una lancha, cada mano un mazo de carpintero.
El cazador que venía delante representaba veintiocho o treinta años: alto y bien barbado, tenía el pescuezo y rostro quemados del sol, pero por venir despechugado y sombrero en mano, se advertía la blancura de la piel no expuesta a la intemperie, en la frente y en la tabla de pecho, cuyos diámetros indicaban complexión robusta, supuesto que confirmaba la isleta de vello rizoso que dividía ambas tetillas.
La comida fué cordial, y en todos los manjares se advertía la abundancia desproporcionada de los banquetes de pueblo, realizada a costa de la variedad.
En esto, el que tenía Leonela de verse cualificada, no de con sus amores, llegó a tanto que, sin mirar a otra cosa, se iba tras él a suelta rienda, fiada en que su señora la encubría, y aun la advertía del modo que con poco recelo pudiese ponerle en ejecución.

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