Ejemplos con acomodé

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Yo penetré en la pequeña nave por la puerta principal, y me acomodé en un rincón desde donde pude examinarlo todo.
En ellas, junto con los víveres, acomodé mi ropa, desembarazándome del estorbo de la maleta.
Mi amigo pidió permiso al prior para que me quedase allí todo el día y aun toda la noche, refugiado contra una injusta persecución, y me llevaron a una celda vacía, donde en lecho muy blando me acomodé, rindiéndome de tal modo el sueño, que hasta el siguiente día no di acuerdo de mí.
Mis servicios a determinado prócer diéronme aquella habitación demasiado grande para un soltero, mas tan suntuosa, que me acomodé con gusto en ella para aparentar grandeza ante el vulgo y dar en los hocicos con mi magnificencia a los pobres petates paisanos míos, que tanto me habían despreciado en mis tiempos de miseria y nulidad.
Verificose este por la noche en un convoy que se envió a , y no sin trabajo logré un carromato de regular comodidad, en cuyo interior acomodé a padre e hija, acompañados de Tribaldos y de buen repuesto de víveres para el viaje.
Embarquéme en Alicante, llegué con próspero viaje a Génova, fui desde allí a Milán, donde me acomodé de armas y de algunas galas de soldado, de donde quise ir a asentar mi plaza al Piamonte, y, estando ya de camino para Alejandría de la Palla, tuve nuevas que el gran duque de Alba pasaba a Flandes.
Le acomodé el tuse, lo desranillé y habiéndole puesto los cueros, caí al rancho cortando chiquito al compás de la coscoja.
Me acomodé lo mejor que pude en el suelo para escucharle con atención, convencido de que los dramas reales tienen más mérito que las novelas de la imaginación.
Le acomodé la cabecita sobre uno de mis muslos y le dejé quieto.
Viéndolo cabecear le acomodé la cabecita en el respaldo de mi asiento y se quedó dormido.
Dióme Lombía una docena más de aquellas graves y amarillas monedas que por atrasos de mi sueldo me era en deber, y otra docena Boix por adelanto y seguridad de mi primer tomo de leyendas: dejé las dos docenas a mi familia, y con el primer puñado en el bolsillo, me acomodé en la berlina, que después hemos llamado ''coupé'', de la diligencia que a las tres de una mañana de marzo arrancaba para Sevilla, de la calle de Alcalá.
Me acomodé a las circunstancias, dejé de huir, y, retrocediendo, entré en la cuadra donde me istalaron a la llegada.
- le acomodé a la paciente un poncho cruzao por las caderas y comensé a sacudirla juerte, boca arriba en la cama.
Cuanto le bolié la pierna, sentí que tenía el lomo arqueado como el de un barril y me acomodé lo más fuerte que pude.
Acomodé los cojinillos como para ir al pueblo.
Acomodé bien matra por matra.
Me acomodé en la cama, me di unas cuantas vueltas, porque algo había que no permitía conciliar el sueño con facilidad, y por fin me volví a quedar dormido.
Tusé mis caballos, chiflando de contento, y acomodé mis prendas con'prolija satisfacción.
Me levanté, tosí, acomodé las jergas del recado, enriendé el caballo y una vez montado emprendí el retorno a las casas.
Esa vez me acomodé el «calamaco» preparándome a resistir el chubasco.
Ni bien estuve sentado, el dolor de las ingles y los muslos se me hizo casi insoportable, pero era mal momento para ceder y me acomodé lo mejor posible.
Medio dormido me acomodé en un rincón, cerca de un grupo formado por don Segundo, Valerio y Goyo, que quería aprender el oficio, y escuchaba en lo posible los comentarios del trabajo brutal, lleno de sutilezas y mañas.
Teniendo que ir a Madrid para la gestión de un asunto importante, de esos en que se atraviesan intereses considerables y que obligan a pasarse meses limpiando el polvo a los bancos de las antesalas con los fondillos del pantalón, me informé de una casa de huéspedes barata, y en ella me acomodé en una sala «decente», con vistas a la calle de Preciados.
Yo me acomodé, no sin dificultades, en una de las galerías bajas, muy cerca del proscenio.
Me acomodé en la delantera del mayoral y entre dos viajeros: un indiano que tornaba de Méjico a su aldea natal, escondida en tierra de pinares, y un viajero campesino que venía de Barcelona donde embarcara a dos de sus hijos para el Plata.

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