Categoría gramatical / tiempo verbal de igualándolos

Como Conjugación De Igualar

Verbo Transitivo

Los Verbos Transitivos son aquellos que necesitan de complemento para tener sentido pleno.

Verbo Pronominal

Los Verbos Pronominales son aquellos que se conjugan junto a un pronombre átono.

Verbo Intransitivo

Los Verbos Intransitivos son aquellos que no necesitan de complemento para tener sentido pleno.

Gerundio De Igualar

El gerundio es una forma no personal del verbo y por lo tanto invariable. Se forma añadiendo el sufijo -ndo. Sirve para expresar una acción no finalizada, que todavía está en curso, no finalizada. Existe la forma simple (comiendo) y compuesta (habiendo comido). Dentro de la oración puede desempeñar una función verbal, generalmente en sentido imperativo, o la función de especificar un sustantivo como si se tratase de un adjetivo. Veamos uno ejemplos:

  • ¡Arreando!; todo el mundo a hacer las maletas que nos vamos Aquí arreando actúa como verbo de caracter imperativo
  • Llegaremos andando. Aquí andando actúa como verbo y hace referencia a una acción no finalizada
  • Me quemé la mano con agua hirviendo. Aquí hirviendo actúa como adjetivo, matizando el sustantivo agua

Ejemplos con la palabra Igualándolos

Y dígame: este , o Gonzalo, ¿es el que domestica cuervos y les enseña el habla, igualándolos a los loros?.
Y dígame: este Gundisalvo, o Gonzalo, ¿es el que domestica cuervos y les enseña el habla, igualándolos a los loros?.
Vuelto a Roma, edificó una casa junto al foro, o, como él decía, por no incomodar a sus clientes teniendo que ir lejos, o por creer que esta era la causa de ser menos obsequiado con visitas que otros, lo que no era así, sino que no igualándolos ni en el trato ni en las relaciones y usos políticos, como de instrumento de guerra, no se hacía caso de él en la paz.
En este estado de turbación dicen que un ciudadano de la clase de los patricios, muy principal en linaje, de gran opinión en cuanto a su conducta, amigo además de la confianza de Rómulo, de los que vinieron de Alba, llamado Julio Proclo, se presentó en la plaza, y acercándose con juramento a las cosas más sagradas, refirió en público que yendo por la calle se le había aparecido de frente Rómulo, más bello en su presencia y más grande que lo había sido nunca, adornado de armas lustrosas y resplandecientes, a quien, pasmado con su vista, había dicho: “¿Qué te hemos hecho, oh rey, o qué te has propuesto para dejarnos a nosotros entre sospechas injustas y criminales. y a todo el pueblo en orfandad y general desconsuelo?” Y aquel le había respondido: “Los Dioses han dispuesto, oh Proclo, que sólo hayamos permanecido este tiempo entre los hombres, siendo de allá, y que habiendo fundado una ciudad grande en imperio y en gloria, volvamos a ser habitadores del cielo, regocíjate, pues, y di a los Romanos que si ejercitan la templanza y fortaleza, llegarán al colmo del humano poder, y yo, bajo el nombre de Quirino, seré siempre para vosotros un genio tutelar”. Pareció esta relación a los Romanos digna de crédito por la opinión del que la hacía y por el juramento, y además parece que inspiró una cosa parecida al entusiasmo, porque nadie hizo la menor oposición, y apartándose todos de sus sospechas y persecuciones, hicieron plegarias a Quirino y lo invocaron por Dios. Parécese esto a las fábulas que los Griegos nos cuentan sobre lo ocurrido con Aristeas Proconesio y Cleomedes Astupaleo, porque dicen que habiendo muerto Aristeas en un batán, al querer sus deudos recoger su cadáver se les marchó sin saber cómo, y luego dijeron unos que venían de viaje que se habían encontrado con Aristeas camino de Crotona. Cleomedes era un hombre de una corpulencia y una fuerza extraordinarias, pero como fanático y alocado: así hacía mil violencias, y últimamente en una escuela de niños, dando una puñada en la columna que sostenía la obra, la partió por medio, y echó abajo el tejado: perecieron, pues, los niños, y persiguiéndosele en juicio, dícese que se encerró en un arcón grande, llevándose tras sí la tapa, de la que tiraba por adentro, y aunque se juntaron muchos a hacer fuerza para abrirla, no les fue posible, y recurriendo al medio de hacer pedazos el arcón, no le hallaron ni vivo ni muerto, espantados de lo cual enviaron adivinos a Delfos, y la Pitia les dio por respuesta: Sabed que de los héroes el postrero es el Astupaleo Cleomedes. También se cuenta que el cadáver de Alcmena, al llevarla en el féretro, se desapareció, y en su lugar se encontró en aquel una piedra, y a este tenor otras fábulas, queriendo deificar contra toda razón a unos seres por naturaleza mortales, igualándolos con los Dioses. Y como el desconocer la divinidad de la virtud es abominable y feo, así lo más irracional de todo es mezclar el cielo con la tierra. Dejémoslo, pues, ateniéndonos con Píndaro a lo cierto: que el cuerpo de todos está sujeto, a la caduca muerte, pero queda viva una imagen de la eternidad: porque ella sola es de los Dioses, de allá viene, y allá torna, no con el cuerpo, sino cuanto más se aparta y distingue de él, haciéndose del todo pura, incorpórea e inocente, porque el alma seca es la más excelente, según Heráclito, lanzándose fuera del cuerpo como el rayo de la nube. La que se humedece en el cuerpo, y como que se abraza con él, es, a modo de vapor pesado y nebuloso, mala de inflamar y elevarse. Por tanto, no es cosa de que enviemos también al cielo los cuerpos de los buenos, sino que creamos más bien que las virtudes y las almas, por una naturaleza y justicia divina, de los hombres se trasladan a los héroes, de los héroes a los genios, y de éstos, si como en una iniciación se purifican y santifican enteramente, echando de sí todo lo mortal y pasible, no por ley de la ciudad, sino por una razón prudente, se trasladan a los Dioses, habiendo conseguido el fin más glorioso y bienaventurado.
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