Categoría gramatical / tiempo verbal de encruelecía

Existen varias categorías gramaticales para Encruelecía dependiendo de su origen, puedes verlas todas a continuación.

Como Conjugación De Encruelecer

Verbo Transitivo

Los Verbos Transitivos son aquellos que necesitan de complemento para tener sentido pleno.

Verbo Pronominal

Los Verbos Pronominales son aquellos que se conjugan junto a un pronombre átono.

1ª Persona Singular Del Pretérito Imperfecto De Indicativo De Encruelecer

El Pretérito Imperfecto de indicativo se utiliza para hablar de acciones que tuvieron inicio en un pasado no concreto y cuyo fin tampoco se concreta. También se utiliza para dar énfasis de continuidad a acciones del pasado. Veamos algunos ejemplos:

  • Mientras pasaba por delante de la ventana, yo la miraba atentamente. Aquí se utiliza para expresar una situación que tuvo inicio en el pasado y cuyo fin no se concreta
  • Siempre estaba dispuesto a ayudarme cuando lo necesitaba. Aquí se utiliza para dar énfasis de continuidad a una acción
Expresa una acción pasada cuyo principio y fin no se concreta

Como Conjugación De Encruelecer

Verbo Transitivo

Los Verbos Transitivos son aquellos que necesitan de complemento para tener sentido pleno.

Verbo Pronominal

Los Verbos Pronominales son aquellos que se conjugan junto a un pronombre átono.

3ª Persona Singular Del Pretérito Imperfecto De Indicativo De Encruelecer

El Pretérito Imperfecto de indicativo se utiliza para hablar de acciones que tuvieron inicio en un pasado no concreto y cuyo fin tampoco se concreta. También se utiliza para dar énfasis de continuidad a acciones del pasado. Veamos algunos ejemplos:

  • Mientras pasaba por delante de la ventana, yo la miraba atentamente. Aquí se utiliza para expresar una situación que tuvo inicio en el pasado y cuyo fin no se concreta
  • Siempre estaba dispuesto a ayudarme cuando lo necesitaba. Aquí se utiliza para dar énfasis de continuidad a una acción
Expresa una acción pasada cuyo principio y fin no se concreta

Ejemplos con la palabra Encruelecía

Poco tardó en serenarse y entregarse a gozar de su suerte, mudándose a espaciosa y señoril vivienda, admitiendo criados y montando casa según correspondía a su nuevo estado de fortuna. A fuer de rico, dedicose a pasarlo regalado y ocioso, y presto se hizo muy melindroso y exigente, poniendo a todo defectos y reparos, llamando bazofia a los platos exquisitos, y trapos a la holanda y al velludo. Dimanaba quizá la impertinencia y descontento del enriquecido bordador de una pequeñez, de una nadería en que tropezaba, pero que iba amargándole infinito los gustos: su calzado. Desde aquellos primeros zapatos que le trajo un vecino oficioso, cuantos ponía le molestaban y lastimaban, llegando gradualmente a producirle sufrimiento intolerable. Fuese que padeciese de gota, fuese que sus pies, cargados por el reposo y la vida sedentaria de bordador, no consintiesen opresión alguna, es lo cierto que pasaba Nolasco las penas del Purgatorio. Todo se le volvía zarandear al maestro de obra prima, encargarle pares y más pares, y últimamente docenas de pares, sin que, probados uno tras otro, advirtiesen algún alivio los pobres pies magullados y en tortura. Echose Nolasco a recorrer una por una las zapaterías de la villa y corte, que fue infructuosa diligencia. A cada salida, el dolor de los pies se encruelecía y redoblaba. Ya eran punzadas violentas, ya latidos sordos y desesperantes, ya un continuo roer como de can furioso, ya un estirar análogo al que da en el potro la cuerda del verdugo. Y así se pasaba el malaventurado Nolasco noches y días, en un puro ay, maldiciendo de su suerte, renegando de Dios y de los hombres. ¿No habría persona caritativa que le curase? De pronto clavósele en el magín una idea. Recordó que cuando le había caído de golpe y porrazo el fortunón, no le hacían los pies el menor daño, y tenía puestos unos zapatos infelices, viejísimos. Mandó que le trajesen sin tardanza de las ropavejerías, prenderías y puestos del Rastro los zapatos más llevados y traídos que se encontrasen. Presentáronle cestos de galochas, pero ninguna venía a su pie, unos por estrechos, otros por holgados en demasía, éste por torcido, aquél por arrugado y duro, los asquerosos zapatos, sobre revolverle el estómago y encalabrinarle los nervios, no remediaban su mal. Éste había llegado a ser intolerable. El ex bordador pedía a gritos la muerte. Sus porvidas, pesias y reniegos, de una legua se oían. Escandalizados tenía a los servidores, espantado al médico, que veía inútiles sus ungüentos y emplastos, y horrorizado al buen clérigo que le había traído la herencia. Y he aquí que de improviso Nolasco llama al vecino que le había descalzado en memorable ocasión, y le ofrece una porrada de dinero si le devolvía sus zapatos del tiempo de la miseria.
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