Ejemplos con solitarios

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Seguramente los solitarios del monte sabían ya lo ocurrido la noche anterior en , y se asombraban viendo al señor de la torre marchar solo, como si desafiase a sus enemigos, creyéndose invulnerable.
No podía ir al mar por falta de barquero, y los campos solitarios, con sus casas cerradas, por hallarse las familias en la misa o en el baile de la tarde, le comunicaban la impresión penosa de un paseo por un cementerio.
Firme ya en su propósito, comenzó a estudiar su papel, escribiendo a ratos y buscando en otros los gabinetes más solitarios de la casa, para manotear a su gusto y ensayar posturas interesantes delante de un espejo y detrás de una silla, en cuyo respaldo apoyaba sus manos para imitar en lo posible la posición que ocuparía en el Congreso el día en que hablara.
Pasó el día en un acceso de fiebre registrando su guardarropa, al anochecer, salió del brazo de Miranda, llevaba un traje que hasta entonces no había usado por ligero y veraniego en demasía, una túnica de gasa blanca sembrada de claveles de todos colores, pendía de su cintura el espejillo, en sus orejas brillaban los solitarios, y detrás del rodete, con española gracia, ostentaba un haz de claveles.
Había interrumpido su monólogo, que sólo escuchaban las masas de negra vegetación, los bancos solitarios, la sombra azul perforada por el temblor rojizo de los faroles, la noche veraniega con su cúpula de cálidos soplos y siderales parpadeos.
Tres veces pasó junto a los carabineros solitarios, pero no quiso hablarles.
A la una de la madrugada, cuando volvía al buque por los muelles solitarios, habían intentado asesinarle.
Hizo viajes por los mares solitarios de Siria y Asia Menor, ante costas donde la novedad de un buque con chimenea hacía correr y aglomerarse a las gentes de los aduares.
Ir a casa del padrino representaba para él un placer más intenso y palpable que los juegos solitarios del desván.
Tenía la anémica la cabeza enterrada de un lado en las almohadas, y dormía con sueño inquieto y desigual, en las orejas, pálidas como la cera, resplandecían aún los solitarios, contrastando su blancura nítida con los matices terrosos de las mejillas y cuello.
Hasta las bacterias é infusorios parecían huir del líquido que envolvía a estos solitarios feroces.
El espejo que coronaba la chimenea reflejó entonces su fisonomía descompuesta, y al verse allí retratado tuvo uno de esos miedos solitarios, pueriles, que cortan de un solo golpe a la audacia sus alas gigantescas.
Llegó al fin la ruina, y tras la ruina vino luego el abandono, los largos días solitarios, esperando en vano una carta mil veces contestada antes de ser escrita, aguardando siempre la demanda de un perdón ya de antemano concedido, acostándose con la agonía de despertar de despertar al día siguiente para hallarse de nuevo sola, ¡sola!, en la arena del combate y del dolor, preguntándose a sí misma como el infortunado Delfín de Francia a su madre María Antonieta: ¿Hoy es todavía ayer? ¡Y el ayer era siempre hoy, el ídolo era ídolo siempre!.
le pudiese entrar la manía de imitar a los solitarios penitentes, pero he pensado, como mis amigos, que usted medita y prepara, desde hace días, un cambio en su manera de ser y de vivir.
No era mi amor aquel amor de niño, tímido, vago, ensoñador, que me inspiró Matilde, cariño melancólico, nacido en un juego, alimentado por las predilecciones de una chiquilla graciosa y admirada, y breve y fugitivo en sus anhelos, dulce amor que dulcificó la vida del pobre estudiante, pálido fulgor de la aurora juvenil que inundó de reflejos primaverales los claustros solitarios de un colegio sombrío, amor que no conseguí arrancar de mi alma en muchos años, que aun suele estremecer mi corazón, porque ni atrevidos devaneos, lograron aniquilarle en mí.
Pero más excitan la envidia de los tristes y de los solitarios algunas parejas que se pasean por los corredores o por las escaleras.
Y vosotros, jóvenes provincianos, que, a la caida de la tarde, en el otoño, solitarios y tristes, sacáis a pasear por el campo vuestros impotentes deseos de venir a la corte, vosotros, que os sentís poetas, músicos, pintores, oradores, y aborrecéis vuestro pueblo, y no habláis con vuestros padres, y lloráis de ambición, y pensáis en suicidaros.
Cruzó rápidamente el helado zaguán, la cavernosa cocina, y, atravesando los salones solitarios, se apresuró a refugiarse en la habitación de Nucha, donde acostumbraban servirle el chocolate por orden de la señorita.

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