Ejemplos con recelosos

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

En cautiverio son muy recelosos de los seres humanos, aunque pueden acercarse hasta estos para obtener comida.
Los recelosos Protoss al oír de la partida de sus creadores, reaccionaron con un ataque precipitado y violento contra las naves mundo de los Xel'Naga.
Solo una mínima parte llegó a publicarse en inglés, debido a que los editores occidentales se mostraban recelosos ante el estado de las leyes de derechos de autor en Rusia.
Giró sus ojos recelosos, inspeccionó minuciosamente los contornos y se retiró en seguida, volvió a asomarse y otra vez se retiró, como si espiase la llegada de un ladrón.
En días de tormenta, cuando las olas barrían la cubierta de proa o popa y los marineros avanzaban recelosos, temiendo que se los llevase un golpe de mar, sacaba la cabeza por la puerta de la cocina, despreciando un peligro que no podía ver.
¿Qué tal la noche? Había gentes afectuosas que le contestaban con agradecimiento, entablando amistosa conversación, como si se conociesen de larga fecha, otros, recelosos y huraños, respondían con gruñidos o continuaban su paseo.
Pablito, cuyo rostro ya sin jabón estaba tan blanco como cuando lo tenía, dejó escapar aquí un jipido tan extraño y doloroso, que Piscis que venía observando con ojos recelosos al barbero, saltó repentinamente sobre éste y le sujetó los brazos.
Estos andaban mohinos y recelosos, disimulando, no obstante, lo mejor que podían su despecho.
No he visto seres más huraños y recelosos.
El señor Esteban asistía silencioso y de pie a este club vespertino, que traía recelosos a los de la Milicia Nacional de Toledo.
Algo fríos y recelosos, eso sí, pero todos cambiaban su saludo con la familia.
Sintió otra vez pasos, no recelosos, como de quien se oculta, sino precipitados, como de quien va a donde le importa llegar presto, y por el camino hondo que limitaba el murallón divisó a su abuelo que avanzaba en dirección de los Pazos, sin duda, con su vista de águila había distinguido al señorito, y le seguía intentando darle alcance.
Mudos y recelosos recibiéronle los diputados de la minoría, fríos los sostenedores del Gobierno.
Cuatro eran los que se mostraban más recelosos y pensativos, y uno de ellos, el mismo a quien vimos acariciando el mango de un oculto puñal, fue quien poco antes se había negado resueltamente a firmar el acta.
Por su parte los negros del cuarto de prima miraban recelosos y azorados los preparativos que se hacían para resolver el problema de hacer azúcar sin necesidad de las ariscas mulas ni de los cachazudos bueyes.
La larga paz que disfrutaba la Europa, el embrutecimiento y la servidumbre en que habían caído los pueblos, habían hecho menos recelosos a los tiranos, si bien los más perspicaces oían ya el rumor sordo de la próxima tempestad, no era seguramente en España donde debía de esperarse el estallido, era tan distinta nuestra predisposición, que al verificarse aquél, ningún miedo de contagio infundió en el Gobierno español.
El viejo marido, observando la perpetua melancolía de su esposa, a su vez se mostraba hosco y gruñón, los criados desempeñaban sus quehaceres de mal talante, recelosos, nunca llamaba a la puerta una visita, nunca se le ofrecía a Romana ningún honesto esparcimiento: a misa los domingos y fiestas de guardar, a «dar una vuelta» por Recoletos cuando hacía bueno, y el resto del tiempo sepultada en su butaca, peleándose con una eterna labor de gancho, una colcha, que no se acababa porque a la labrandera no le interesaba que se acabase, y en lugar de mover los dedos, dejaba el hilo y las tiras sobre el regazo y se entregaba a una de esas meditaciones sin objeto, fatigosas como caminar sobre guijarros, entre polvo.
Los hombres de esta privilegiada comunión eran, por lo general, sombríos, recelosos, taciturnos, apegados al atril del escritorio como la ostra al peñasco, tacaños para sí propios, manirrotos para las mujeres de la familia, gran lujo en las encuadernaciones de sus infolios rubricados, pero ni un libro en los barnizados armarios de sus gabinetes de dormir, magnífica letra inglesa, pero ni pizca de ortografía española.
Porque es de advertir que estos pobres hombres, recelosos por naturaleza, y que tantas cosas ignoran, no desconocen que están amarrados como bestias a la voluntad del secretario.
Mientras así, y por el estilo, departía yo con Pedrín, el llamado Gabielón había llegado junto a sus camaradas, un tanto sobresaltados al ver caer al fugitivo, y no poco recelosos al contemplarle luego bajo mi protección.
hundidos, recelosos, movibles, y trazadas.
Ni era esto todo: aquellos fanáticos islamitas, semibárbaros en su vida externa, místicos y soñadores en lo profundo de su alma, dejábanme entrever, cuando la afectuosidad de una larga conferencia los hacía menos recelosos y desconfiados, esperanzas informes y remotas de que la morisma volviese a imperar en nuestra patria, y entonces, al expresarme la idea que tenían de la hermosura de estos sus antiguos Reinos, celebraban sobre todo la comarca granadina, y, nominalmente, algunas localidades alpujarreñas, avergonzándome de no haberlas visitado, ¡a mí, que las tenía tan cerca del pueblo de mi cuna!.
¡Son tan recelosos y disimulados los moriscos!.
-No hay tales casos, sino falta de sentido común: por eso sois recelosos con la razón, y os váis como bestias detrás del primer charlatán que quiere robaros el dinero.
Por lo que allí se dijo, desde que nosotros vimos a Tablucas en la taberna de Resquemín, el asunto del perro no había mejorado un punto, si es que no andaba peor: los mismos garrotazos a la puerta en anocheciendo, y el propio animal en el murio en cuanto alumbraba la luna, la viuda asegurando que nada se oía ni veía de ello a tales horas, la familia embrujada llenando de cruces puertas y ventanas de día, y tiritando de miedo por la noche, algunos vecinos de la barriada encerrándose en casa al ponerse el sol, por si acaso, muchos otros del lugar, recelosos de todo perro desconocido, y, lo que más importaba, el pobre Tablucas sin hora de sosiego para trabajar la herencia que traía entre manos, y dar en el quid de una dificultad que no podía vencer en la máquina que imaginaba para pinchar lumiacos.
Miráronse los hombres nada seguros de estar en lo cierto, y hasta recelosos de que aquel supuesto demonio, si le apuraban mucho, hiciera lo que hasta entonces no había hecho, sabe Dios por qué consideración.
-Se cree que un tiro que oyeron hacia la iglesia, o que creyeron oír: tal venían ellos de recelosos y perseguidos.
¡Que grotescas mescolanzas de viejos sombreros de copa y mangas de mujer, de caretas de ministros y miriñaques, bajo las estrellas serenas! Los perros les ladraban sin irse del todo y los caballos recelosos, no querían pasar bajo ellos.
En las extensas piezas, junto a las ventanas abarrotadas, por donde entraba el fresco matinal renovando el ambiente cargado por el vaho del amontonamiento de la carne, formábanse los grupos, las tertulias de la desgracia, buscándose los hombres por la identidad de sus hechos: los delincuentes por sangre eran los más, inspirando confianza y simpatía con sus rostros enérgicos, sus ademanes resueltos y su expresión de pundonor salvaje, los ladrones, recelosos, solapados, con sonrisa hipócrita, entre unos y otros, cabezas con todos los signos de la locura o la imbecilidad, criminales instintivos, de mirada verdosa y vaga, frente deprimida y labios delgados fruncidos por cierta expresión de desdén, testas de labriego extremadamente rapadas, con las enormes orejas despegadas del cráneo, peinados aceitosos con los bucles hasta las cejas, enormes mandíbulas, de esas que sólo se encuentran en las especies feroces inferiores al hombre, blusas rotas y zurcidas, pantalones deshilachados y muchos pies gastando la dura piel sobre los rojos ladrillos.
El viejo y la vieja le miraron pasmados, sin saber lo que les pasaba: él, con su zueco a medio desbastar en la mano, ella, con una sarta de cebollas que acababa de enristrar, y como su ilustrísima, sofocado de emoción, no pudiese articular palabra, tuvo el arcipreste -sacerdote de explicaderas, orador sagrado de renombre, de genio franco y despejado- que tomar la ampolleta y dirigirse a los dos aldeanos atónitos y algo recelosos además -no se sabe nunca qué intenciones traen los señores.

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