Ejemplos con queso

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

El pan se entra en todo: en el aceite, en el gazpacho, en el queso y la uva, para dar sabor a beso, en el vino, en el caldo, en el jamón, en él mismo, pan con pan.
¡Tranquila, tranquila! Si es para tocarse del queso.
Les trajeron la comida invariable de los fondines: sopa de hierbas, chuletas esparrilladas, secos alones de pollo, algún pescado recaliente, jamón frío en magrísimas lonjas, queso y frutas.
Los alimentos se reducían a tortillas de maíz, frijol, carne y queso, lo bastante para no morirse de hambre, y aun para vivir con salud, pero no para hacer más agradable la vida con algunas comodidades tan útiles como inocentes.
Allí las estrellas de pastaflora, las tortas de pasas, los rollos escarchados de azúcar, las magdalenas, todo con cierto tonillo obscuro y motas sospechosas que denunciaban antigüedad, y el queso de Murviedro, tierno, fresco, de suave blancura, en piezas como panes, destilando todavía suero.
En platos cóncavos de loza servían las criadas da la taberna las negras y aceitosas morcillas, el queso fresco, las aceitunas partidas, con su caldo en el que flotaban olorosas hierbas, y sobre las mesas veíase el pan de trigo nuevo, los rollos de rubia corteza, mostrando en su interior la miga morena y suculenta de la gruesa harina de la huerta.
¡son magníficas! ¡En medio de todo, cuanto peores me gustan más! Las mujeres son como el queso: hasta que se echa a perder, no agrada a.
Gastaba una bata de color de almagre, y como su figura era casi esférica, no parecía persona que anda, sino un enorme queso de bola que iba rodando por las habitaciones y pasillos.
Los feligreses de Julián son pobres pastores: en vísperas de fiesta y tiempo de oblata le obsequian con leche de cabra, queso de oveja, manteca en orzas de barro.
Bajaba la negra, como has oido, a refocilarse con el negro, fiada en que me enmudecian los pedazos de carne, pan o queso que me arrojaba: mucho pueden las dádivas, Cipion.
Quiero creerte, y digo que no contenta mi fortuna de haberme quitado de mis estudios, y de la vida que en ellos pasaba tan regocijada y compuesta, y haberme puesto atraillado tras de una puerta, y de haber trocado la liberalidad de los estudiantes en la mezquindad de la negra, ordenó de sobresaltarme en lo que ya por quietud y descanso tenia: mira, Cipion, ten por cierto y averiguado, como yo lo tengo, que al desdichado las desdichas le buscan y le hallan, aunque se esconda en los últimos rincones de la tierra: dígolo porque la negra de casa estaba enamorada de un negro, asimismo esclavo de casa, el cual negro dormia en el zaguan que es entre la puerta de la calle y la de en medio, detras de la cual yo estaba, y no se podian juntar sino de noche, y para esto habian hurtado o contrahecho las llaves, y así las mas de las noches bajaba la negra, y tapándome la boca con algun pedazo de carne o queso, abria al negro con quien se daba buen tiempo, facilitándolo mi silencio, y a costa de muchas cosas que la negra hurtaba: algunos dias me estragaron la conciencia las dádivas de la negra, pareciéndome que sin ellas se me apretarian las ijadas, y daria de mastin en galgo, pero en efecto, llevado de mi buen natural, quise responder a lo que a mi amo debia, pues tiraba sus gajes y comia su pan, como lo deben hacer no solo los perros honrados, a quienes se les da renombre de agradecidos, sino todos aquellos que sirven.
Ida la vieja, se sentaron todos al rededor de la estera, y la Gananciosa tendió la sábana por manteles, y lo primero que sacó de la cesta fué un gran haz de rábanos y hasta dos docenas de naranjas y limones, y luego una cazuela grande llena de tajadas de bacallao frito: manifestó luego medio queso de Flándes, y una olla de famosas aceitunas, y un plato de camarones, y gran cantidad de cangrejos con su llamativo de alcaparrones ahogados en pimientos, y tres hogazas blanquísimas de Gandul: serian los del almuerzo hasta catorce, y ninguno dellos dejó de sacar su cuchillo de cachas amarillas, si no fué Rinconete, que sacó su media espada, a los dos viejos de bayeta y a la guia tocó el escanciar con el corcho de colmena.
Sucedió, pues, que, no habiéndose alongado mucho de la ínsula del su gobierno que él nunca se puso a averiguar si era ínsula, ciudad, villa o lugar la que gobernaba, vio que por el camino por donde él iba venían seis peregrinos con sus bordones, de estos estranjeros que piden la limosna cantando, los cuales, en llegando a él, se pusieron en ala, y, levantando las voces todos juntos, comenzaron a cantar en su lengua lo que Sancho no pudo entender, si no fue una palabra que claramente pronunciaba limosna, por donde entendió que era limosna la que en su canto pedían, y como él, según dice Cide Hamete, era caritativo además, sacó de sus alforjas medio pan y medio queso, de que venía proveído, y dióselo, diciéndoles por señas que no tenía otra cosa que darles.
Aquí trayo una cebolla, y un poco de queso y no sé cuántos mendrugos de pan dijo Sancho, pero no son manjares que pertenecen a tan valiente caballero como vuestra merced.
Acabado el servicio de carne, tendieron sobre las zaleas gran cantidad de bellotas avellanadas, y juntamente pusieron un medio queso, más duro que si fuera hecho de argamasa.
Digo, pues, que, en oyendo nuestra respuesta el mancebo, volvió las riendas y encaminó hacia el lugar donde le señalamos, dejándonos a todos contentos de su buen talle, y admirados de su demanda y de la priesa con que le víamos caminar y volverse hacia la sierra, y desde entonces nunca más le vimos, hasta que desde allí a algunos días salió al camino a uno de nuestros pastores, y, sin decille nada, se llegó a él y le dio muchas puñadas y coces, y luego se fue a la borrica del hato y le quitó cuanto pan y queso en ella traía, y, con estraña ligereza, hecho esto, se volvió a emboscar en la sierra.
Bien puede eso ser así, y yo la tengo por buena usanza, pero eso debió de ser en los tiempos pasados, que ahora sólo se debe de acostumbrar a dar un pedazo de pan y queso, que esto fue lo que me dio mi señora Dulcinea, por las bardas de un corral, cuando della me despedí, y aun, por más señas, era el queso ovejuno.
Rióse el lacayo, desenvainó su calabaza, desalforjó sus rajas, y, sacando un panecillo, él y Sancho se sentaron sobre la yerba verde, y en buena paz compaña despabilaron y dieron fondo con todo el repuesto de las alforjas, con tan buenos alientos, que lamieron el pliego de las cartas, sólo porque olía a queso.
Si vuestra merced quiere un traguito, aunque caliente, puro, aquí llevo una calabaza llena de lo caro, con no sé cuántas rajitas de queso de Tronchón, que servirán de llamativo y despertador de la sed, si acaso está durmiendo.
No comía don Quijote, de puro pesaroso, ni Sancho no osaba tocar a los manjares que delante tenía, de puro comedido, y esperaba a que su señor hiciese la salva, pero, viendo que, llevado de sus imaginaciones, no se acordaba de llevar el pan a la boca, no abrió la suya, y, atropellando por todo género de crianza, comenzó a embaular en el estómago el pan y queso que se le ofrecía.
Tendiéronse en el suelo, y, haciendo manteles de las yerbas, pusieron sobre ellas pan, sal, cuchillos, nueces, rajas de queso, huesos mondos de jamón, que si no se dejaban mascar, no defendían el ser chupados.
Sancho dijo que no quería más de un poco de cebada para el rucio y medio queso y medio pan para él, que, pues el camino era tan corto, no había menester mayor ni mejor repostería.
Retiróse la duquesa, para saber del paje lo que le había sucedido en el lugar de Sancho, el cual se lo contó muy por estenso, sin dejar circunstancia que no refiriese, diole las bellotas, y más un queso que Teresa le dio, por ser muy bueno, que se aventajaba a los de Tronchón Recibiólo la duquesa con grandísimo gusto, con el cual la dejaremos, por contar el fin que tuvo el gobierno del gran Sancho Panza, flor y espejo de todos los insulanos gobernadores.
Si no ha sido el tiempo breve que estuvimos en casa de don Diego de Miranda, y la jira que tuve con la espuma que saqué de las ollas de Camacho, y lo que comí y bebí y dormí en casa de Basilio, todo el otro tiempo he dormido en la dura tierra, al cielo abierto, sujeto a lo que dicen inclemencias del cielo, sustentándome con rajas de queso y mendrugos de pan, y bebiendo aguas, ya de arroyos, ya de fuentes, de las que encontramos por esos andurriales donde andamos.
Vuestra merced sí que es escudero fiel y legal, moliente y corriente, magnífico y grande, como lo muestra este banquete, que si no ha venido aquí por arte de encantamento, parécelo, a lo menos, y no como yo, mezquino y malaventurado, que sólo traigo en mis alforjas un poco de queso, tan duro que pueden descalabrar con ello a un gigante, a quien hacen compañía cuatro docenas de algarrobas y otras tantas de avellanas y nueces, mercedes a la estrecheza de mi dueño, y a la opinión que tiene y orden que guarda de que los caballeros andantes no se han de mantener y sustentar sino con frutas secas y con las yerbas del campo.
Ésta es la historia que prometí contaros, si he sido en el contarla prolijo, no seré en serviros corto: cerca de aquí tengo mi majada, y en ella tengo fresca leche y muy sabrosísimo queso, con otras varias y sazonadas frutas, no menos a la vista que al gusto agradables.
Andrés asió de su pan y queso, y, viendo que nadie le daba otra cosa, abajó su cabeza y tomó el camino en las manos, como suele decirse.
Esta parte de queso y pan que os doy respondió Sancho, que Dios sabe si me ha de hacer falta o no, porque os hago saber, amigo, que los escuderos de los caballeros andantes estamos sujetos a mucha hambre y a mala ventura, y aun a otras cosas que se sienten mejor que se dicen.
Sacó de su repuesto Sancho un pedazo de pan y otro de queso, y, dándoselo al mozo, le dijo:.

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