Ejemplos con quejumbrosos

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Los labios amoratados, con profundas grietas, se movían quejumbrosos, murmurando siempre la misma palabra:.
Lo cierto era que desde el anochecer, toda una procesión de clientes, anonadados unos y amenazantes otros, entraban en las oficinas del banquero, no encontrando otra cosa que las mesas abandonadas y algunos empleados quejumbrosos y todavía no convencidos de la ruina de su principal.
Junto a la casa de Dios varios mendigos extendían las mugrientas manos, y cuando no pasaba gente se insultaban con el más desvergonzado vocabulario, que trocaban en quejumbrosos ayes si alguna señora vieja se detenía a leer los cartelillos de triduos y novenas.
Su acalorada fantasía le fingió entre aquellos rumores quejumbrosos otro más lamentable aún, porque era personal: un grito humano.
El sonido de la flauta nupcial es reemplazado por los quejumbrosos acentos del lidio, y los alegres cantos del matrimonio se cambian en lúgubres gemidos.
En medio del silencio que reinaba, entrecortado a ratos por balidos quejumbrosos o por las compadradas de la chusma que esquilaba, las tijeras sonaban como cuerdas tirantes de violín, cortaban, corrían, se hundían entre el vellón como bichos asustados buscando un escondite y, de trecho en trecho, pellizcando el cuero, lonjas enteras se desprendían pegadas a la lana.
Ningún enfermo es responsable de su dolencia, no podríamos prohibirle que emitiera acentos quejumbrosos, la envidia es una enfermedad y nada hay más respetable que el derecho de lamentarse cuando se padecen congestiones de la vanidad.
Al sonar las doce, las muchachas asomábanse presurosas a los balcones y ventanas, y eran agradablemente sorprendidas por los galanes que, al son de una bandurria o vihuela, cantaban amorosas endechas y quejumbrosos yaravíes.
También, como en la alcoba de la ciudad, levantaban sus brazos la reliquia hasta la altura de la boca, también apuntaba ésta el beso, pero también antes de que este beso fuera, caía el medallón sobre el pecho, moría la luz del candil y en la obscuridad vibraban quejumbrosos los alentares del hampón.
Y he aquí que oyó a su bienamada sollozar amargamente y recitar versos quejumbrosos, mientras trataban de consolarla sus mujeres, y la decían: ¡Oh ama nuestra! .
Y cuando pasaban cerca de esta montaña los mercaderes que viajaban por acá, oían desde sus navíos voces de niños que parecían los gritos quejumbrosos de una madre lamentándose, y se decían: «¡En esta montaña debe haber alguna pobre madre que perdió a sus hijos! Y ése es el motivo de tal nombre.
Asimismo, no podía ver pasar la majada, sin dejar todo tirado, para correr a mezclarse con ella y atropellar brutalmente a los corderos recién nacidos, quitándoles la teta materna y tratando de chuparse él solo toda la leche, con balidos tan quejumbrosos como si estuviera muerto de hambre.
Diríase que se sentían, y puede que las echara el deseo, templadas ráfagas de aire caliente, ecos melancólicos de quejumbrosos cantares, fuertes aromas.
Y algunos minutos después descendían de la colina José y los que le acompañaban, el sol seguía bañándolo todo con sus raudales de luz esplendorosa, una brisa cálida impregnada de montesinos aromas agitaban mansamente las ramas de los árboles, el campo todo aparecía como vestido de flores, algunas cogujadas asustadizas levantaban azoradas el vuelo, y cerniéndose sobre los riscos, una alondra piaba dulce y querellosamente, como llamando con quejumbrosos halagos de amor a la amada compañera.
Frígilis prefería mojarse a campo raso, y arrastraba consigo a Quintanar lejos de Vetusta, cerca del mar, a las praderas y marismas solitarias de Palomares y Roca Tajada, donde fatigaban el monte y la llanura, persiguiendo perdices y chochas en lo espeso de los altozanos nemorosos, y en las planicies escuetas, melancólicos y quejumbrosos alcaravanes, nubes de estorninos, tordos de agua, patos marinos, y bandadas obscuras de peguetas diligentes.
Era el hambre la que los agrupaba, haciendo lúgubres sus gañidos quejumbrosos.
Canelo y sus congéneres se detuvieron también y se arrimaron al grupo, mirando a todas las caras y exhalando entrecortados aullidos quejumbrosos.

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