Ejemplos con presentándome

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Brindome a esta visita don Serafín del Socobio, presentándome en su casa al propio Puig y Esteve, quien reiteró el ofrecimiento con exquisita urbanidad.
Se fue, se fueron marido y mujer a espaciar en la calle su loco júbilo, quedeme solo, y las meditaciones tornaron a posesionarse de mi cerebro, presentándome las diversas fases del inmenso problema de mis nupcias.
-Dios -añadió este- fue quien me llevó a la biblioteca del señor capellán, donde los libros de historia acabaron de enloquecerme, presentándome escrito lo que yo había supuesto, y ofreciéndome vivo lo que yo había visto soñado.
Cuando el jefe de la ronda bajaba la escalera, sacome de mi escondite Santorcaz, y presentándome a sus amigos, dijo con sorna:.
Hace poco, como sabes, proyectaron marcharse a Portugal sin darme noticia de ello, y si lo impedí presentándome aquella noche en tu compañía, me fue preciso amenazar con un gran escándalo para obligarlas a que se detuvieran.
Aun ahí sería el diablo dijo don Quijote, si ya no estuviese Melisendra con su esposo, por lo menos, en la raya de Francia, porque el caballo en que iban, a mí me pareció que antes volaba que corría, y así, no hay para qué venderme a mí el gato por liebre, presentándome aquí a Melisendra desnarigada, estando la otra, si viene a mano, ahora holgándose en Francia con su esposo a pierna tendida.
-¿En qué piensa usted señora? -díjome uno de los mineros, presentándome un vaso de cerveza- ¿en el hombre color de cobre?.
-Helas aquí -dijo la del cumpleaños, presentándome un magnífico ramillete compuesto de flores y frutas-, pero la compra monstruo, con grande gozo mío, no ha tenido lugar.
Como yo estaba en la penuria, me acerqué al pregonero, y le dije: ¡Acepto el trabajo, y al mismo tiempo los mil dinares y la esclava joven! Entonces me cogió de la mano y me llevó a una casa amueblada muy ricamente, en la que estaba sentado en un sillón de ébano un judío viejo, ante el cual se inclinó el pregonero, presentándome, y dijo: ¡He aquí, al fin, a un joven extranjero, que ha sido el único que respondió a mi llamamiento en los tres meses que hace que pregono la cosa!.
Brindome a esta visita don Serafín del Socobio, presentándome en su casa al propio Puig y Esteve, quien reiteró el ofrecimiento con exquisita urbanidad.
Apenas me vio en la calle, honrome Lucila con expresivo saludo, presentándome incontinenti al clérigo, mocetón elegante, limpio, y cumplido galán por su melosa cortesía.
Poco antes, algunos diarios me atacaban, tomándome como pretexto para mesar las barbas del Presidente en persona, y presentándome como su vocero, como su alma condenada.
Tal era mi acción, la única que me interesaba para mantenerme en la posición debida: frecuentando la sociedad, por lo que podía darme, gracias sobre todo a las mujeres, haciendo pequeños «negocios» para poder vivir sin comprometer mi fortuna y con ella mi libertad de acción, entregándome a veces al placer, en forma que la plebe dogmática encuentra excesiva, presentándome como un elegante y un gran señor, sin exageración -para no morirme de hastío en los momentos obligados de inercia-, aparecía yo como un protector nato de las letras y las artes, que no me importan un pito, era el ídolo de los salones, el pico de oro en la Cámara, el instrumento admirable y admirado del gobierno -a quien no servía-, y el hombre, en suma, capaz de ponerse, si quisiera, frente a frente de otro cualquiera, del más alto, del más popular, del más poderoso.
«Aquí la tiene usted -me dijo aquel señor Sánchez, bondadosísimo, presentándome una humana fiera, vestida de paño pardo, rodeada de refajo verdinegro que la asemejaba a una peonza dando vueltas-.
-contestó ella, presentándome la taza y el azucarero, y haciéndome un mohín delicioso.
-Helay niña, ya estamos listos -dijo el arriero presentándome ensillado un caballejo negro, de revuelto y erizado pelaje.
Decid una palabra, caballero, y os sacaré del cuidado presentándome en una o en otra de esas dos casas.
Pues salta Topete y dice: «Conste que yo no me rebelé contra doña Isabel II, conste que mi plan no alcanzaba a tanto, conste que a semejante extremo me condujeron las exigencias de mis aliados, presentándome la conservación de la dinastía incompatible con el bienestar de la patria, y conste, por último, que el destronamiento de la reina será para mí un tormento que me acompañará hasta el sepulcro».

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